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    diciembre 2, 2025 | 9:54

    La danza folclórica: más allá de lo tradicional, un espectáculo bien planeado

    Publicado el

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    Casi lista. Es la segunda llamada y los nervios empiezan a recorrer su cuerpo. Se viste con una blusa de manta blanca y una larga falda azul, y se cuelga un brillante collar al cuello. Luego se pone su enorme máscara que asemeja la piel morena, cuyos grandes ojos cafés mirarán al público y sus gigantes labios rojos le sonreirán. Es la tercera llamada y la mujer jarocha, un hombre, está lista para salir a bailar “El negrito del batey”.

    Del otro lado la banda se prepara. Los músicos se mueven mucho, quizá nerviosos, quizá ansiosos, pero también están listos para poner a bailar a la jarocha universitaria.

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    El negrito del batey es una canción muy tradicional en Veracruz. La gente la baila en algunas plazas. Allá es parte del folclor, pero en Ciudad Juárez es una representación espectacular interpretada, ensayada y estudiada por bailarines de la Compañía de Danza de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ). Es una danza folclórica que, aunque busca preservar las tradiciones de México, no deja de ser un espectáculo bien planeado y estilizado: está adaptada a las características del teatro Víctor Hugo Rascón Banda.

    Además es una danza folclórica que evoluciona.

    Carlos Guerrero, subdirector artístico de danza folclórica en el Centro Municipal de las Artes (CMA), piensa que tanto la danza como el folclor están sujetos a cambios.

    Lo que no cambia es el valor de la danza. Ignacio Frausto, investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, sostiene que uno de los valores de la danza es que muestra los ritos que se generan en torno a ella. “Creo yo que la danza nos permite, como una expresión plástica folclórica, conservar, y debería de conservar, nuestra identidad, porque nos muestra baile, música, vestuario, incluso hasta gastronomía, objetos, y ese es su gran valor”, considera.

    La jarocha nos muestra una parte del folclor veracruzano. Su vestido azul con bordado de flores nos habla de la alegría que los habitantes de aquel estado sienten cuando bailan. Además, parece como si su blusa blanca de manta diera lecciones de elegancia jarocha.

    Investigación: ‘no es lo mismo que vengan y te lo pongan en el salón a que tú lo hayas vivido’

    Para interpretar los bailes tradicionales de una determinada etnia o región correctamente, los entusiastas del folclor tienen investigar cómo se realizan en los lugares de origen. Este proceso de investigación, según el profesor Guerrero, requiere que los investigadores acudan a los sitios donde se practican las danzas y lo documenten “todo”.

    Guadalupe Chávez de Bernal, una de las primeras maestras de danza folclórica en Ciudad Juárez, también está de acuerdo en que es necesario visitar el lugar de donde surgió una danza. “Te enriqueces tanto porque no nada más vas a aprender la danza sino vas a ver dónde nace. Y desde el momento en que tú lo estás viendo, ahí es donde está la sensación del maestro que investiga. No es lo mismo que vengan y te lo pongan en el salón a que tú lo hayas vivido”, considera.

    Las primeras investigaciones fueron realizadas por maestros de educación física, quienes registraban danzas y bailes tradicionales para difundirlos, apunta Pablo Parga Parga, coutor de La danza regional mexicana. Hoy, en cambio, estas investigaciones son realizadas por grandes compañías de danza folclórica como el Ballet Folklórico de la Universidad de Guadalajara y el Ballet Folklórico de México, que cuentan con un equipo de investigación.

    También hay asociaciones que se dedican específicamente a esta tarea, como el Instituto de Investigación y Difusión de la Danza Mexicana, Asociación Civil. Éste es una organización no lucrativa, extendida por todo México, integrada por un equipo de historiadores, etnógrafos, antropólogos y bailarines que investigan la cultura de las diferentes etnias. Rafael Rodríguez, delegado en Ciudad Juárez, explica que la función principal de la asociación es “ir al campo con nuestros hermanos indígenas y tarahumaras y ver de qué manera ellos manifiestan sus tradiciones a través de la danza”.

    Guadalupe Chávez de Bernal pertenece a esta asociación desde hace más de 40 años. Cuenta que en una ocasión acudió a la Sierra Tarahumara para investigar cómo se vivía la Semana Santa en ese lugar, y pudo ver la forma en que vivían los nativos. “Ahí nos tocó ver todo el movimiento de ellos y nos tocó convivir con ellos porque no a todas las personas las aceptan”, dice. “Entonces a mí me tocó estar en esa ceremonia de esa Semana Santa y ver el desarrollo de esa noche, cómo trabajan los grupos. Entonces ya estás tú investigando y conviviendo con ellos”, agrega.

    En ocasiones es difícil conservar la fidelidad a la danza original. Así lo piensa el profesor Miguel Ángel Arenas, director artístico del grupo folclórico Ensamble, quien defiende que los coreógrafos tienen la última palabra respecto a los cambios. “Y de acuerdo más que nada al enfoque y a la visión que le quiera dar si hace la deformación o no, que toda investigación etnográfico-dancística al pasar del lugar de su contexto, al pasar al escenario pues sufre una deformación”, explica.

    Las investigaciones etnográficas y dancísticas son las que se enfocan en las etnias y sus danzas. Permiten adaptar las coreografías a las circunstancias particulares de cada compañía de danza. Y del teatro o foro donde se presentan. Pero también conducen a la academización y “espectacularización” de las tradiciones, porque cambian el contexto donde ocurre la danza: la llevan de la sierra a un teatro lleno de espectadores, por ejemplo.

    Instrucciones para montar un espectáculo de la sierra en el teatro

    Acudir a la Sierra Tarahumara y observar cómo bailan los indígenas no es igual que sentarse en el teatro y observar a los bailarines interpretar una coreografía. Los cuadros que se presentan en el teatro son representaciones estilizadas del folclor. Son una realidad estudiada, ensayada, y presentada como espectáculo.

    “En la danza hay el que la ejecuta y hay el espectador. ¿El espectador qué es lo que está viendo? La propuesta folclórica que nos está manifestando un grupo. No es lo mismo lo folclórico a lo autóctono”, sostiene el maestro Frausto. Un baile autóctono solo lo puede hacer un grupo nativo, explica. “Y en todo caso, si un grupo folclórico quiere hacer algo autóctono debería de hacerlo tal como lo es, sin variar, sin mutilar”, considera. Pero es difícil hacerlo así.

    Antes de montarse, todo cuadro dancístico de los nativos de una región se academiza en las compañías de danza folclórica. Los coreógrafos fungen como puentes entre la tradición indígena y la realidad de los espectadores. Preparan los pasos para el espectáculo. “No podemos meter una Guelaguetza a un lugar pequeño; tenemos que adaptar y para eso trabaja el coreógrafo”, explica Carlos Guerrero. “Por ejemplo en danza de piña, que a veces intervienen 40 mujeres, si no tengo las 40 mujeres tengo que trabajar con lo que tengo; si son 10, si son 8 mujeres o 20 tengo que trabajar con eso. Y si el espacio no me da para más lo adapto a ese lugar”, agrega.

    Academizar significa enseñar en el salón de clases. O en el taller, gimnasio o sala. Es adaptar los pasos autóctonos a las técnicas estandarizadas de baile. El profesor de danza del CMA dice que en este proceso se enseña al bailarín cómo moverse. “Es afilar el cuerpo del bailarín mediante técnica de zapateado español, danza clásica, danza contemporánea, trabajo de acondicionamiento físico para que pueda tener coordinación, psicomotricidad, fuerza, resistencia, que es necesario en un foro”, explica.

    A simple vista, la academización de las danzas altera la coreografía original, lo cual se aleja de la preservación de las tradiciones. Estos cambios se producen debido a que la presentación al público así lo requiere, dice Guerrero.

    “De tal manera que si un golpe con un metatarso se daba de manera sutil, a lo mejor en el teatro no se alcanza a apreciar; entonces hay que darlo de manera más contundente y con el pie más flexionado para que se alcance a ver, pero si vamos a hacer una muestra original entonces sí tenemos que recurrir al paso lo más original posible”, ejemplifica.

    Históricamente, la academización de las danzas mexicanas ocurrió desde la década de los treinta. En ese tiempo, las profesoras Gloria y Nellie Campobello propusieron una manera universal de presentar las coreografías indígenas. Pablo Parga Parga, coautor de La danza regional mexicana explica en esa obra que la academización provocó que los movimientos corporales fueran homogeneizados en virtud de regiones geográficas o grupos étnicos estudiados.

    Hacer las danzas indígenas dignas de presentarse en escena. Eso era la academización en aquellos tiempos, apunta el autor. Así nacieron las presentaciones que hoy conocemos como cuadros o estampas regionales. Según él, esa forma de trabajar fue adoptada por muchos maestros de danza para montar los festivales escolares realizados en ciertas fechas cívicas y sociales.

    La espectacularización profesional vino después, e implicó varias transformaciones en la danza tradicional de las etnias. Se puede decir que entró por la puerta del Palacio de Bellas Artes en la década de los sesenta con el Ballet Folklórico de México, fundado por Amalia Hernández. Este ballet, que ya es toda una institución en el país, fue uno de los pioneros en convertir las danzas indígenas en espectáculo. Según Parga, Amalia redefinió el folclor al mezclar la danza clásica y la moderna con el sabor folclórico.

    “Ella (Amalia Hernández) le metió espectáculo. Cambió mucho. Cambió la tradición”, considera el profesor Rafael Rodríguez.

    Salvador López López, nieto de la fallecida Amalia Hernández, es el actual director de esa compañía. Para él, el ballet folclórico en general logra rescatar la esencia de las costumbres mexicanas, desvirtuada conforme ha transcurrido el tiempo. “Lo que logra el ballet es rescatar el origen, la esencia de las costumbres y llevarlas al contexto y a las reglas que se llevan a cabo en un escenario: que tiene tiempos, tiene espacios, tiene otro sentido de la iluminación, etcétera”, sostiene.

    Este desvirtúo se puede evitar, dice, por medio de la investigación, que retoma los aspectos religiosos y festivos de las danzas y los lleva al escenario, pero siempre respetando ciertos principios que la danza academizada implica. “El escenario tiene reglas, que hay que cumplirlas, en tiempos y formas. Hay que tener una presencia escénica, hay que lograr conectar con el público”, dice.

    Quizá esa conexión que tiene el bailarín con su público es la causa de que las danzas folclóricas espectaculares tengan un sabor diferente a las autóctonas. Las etnias bailan por una razón. Los artistas por otra: el aplauso. Para el profesor Guerrero, los indígenas bailan por cualquier cosa, menos para que les aplaudan. En cambio, los artistas lo hacen con plena consciencia de que su ejecución puede desatar algunas palmas. Lo hacen, dice, para nutrirse de los aplausos.

    “El contacto que se tiene con el público es maravilloso en un teatro, pero ahí las razones son diferentes. Se monta todo para que se vea estético, y lograr esa maravilla de ejecución de pasos, de coreografías, y que el público se emocione y aplauda eso”, sostiene.

    La naturaleza del teatro no permite presentar una danza como es originalmente. Para Salvador López, el teatro es una dramatización de la vida. “Ir al teatro a ver cualquier expresión escénica significa una exacerbación, una exaltación de lo cotidiano”, dice. El director del ballet folclórico más famoso de México opina que si uno quiere conocer las danzas de origen tiene que ir al lugar donde se realizan, en la fecha y celebración específicas, porque verlo en el teatro es otra cosa.

    Hay danzas, como las de los matachines, que no tendría caso presentar como son originalmente, porque los bailarines no pueden permanecer tres días en un escenario, tiempo que duran algunas de ellas, considera el maestro del CMA.

    Por su parte, el delegado Rafael Rodríguez  cree que cuando la danza folclórica se convierte en un espectáculo, la tradición se pierde. “Pero es lo que quiere ver el pueblo: el espectáculo”, dice.

    Si las danzas se presentaran como las realizan las diferentes etnias, probablemente algunos espectadores se irían antes del final. El que se presente una danza folclórica como un espectáculo ha obligado a los coreógrafos a modificar los pasos, la vestimenta y la música, principalmente para hacer la presentación más atractiva.

    Al respecto, el director del Ballet Folklórico de México está convencido de que no necesariamente hay que modificar tanto lo original. “Simplemente hay que hacer visualmente más atractivo lo que surge de origen”, dice. En otras palabras, los coreógrafos pueden optar por utilizar los textiles, bordados y patrones originales de las vestimentas, por ejemplo, pero con materiales que resalten lo espectacular.

    Para él, lo preocupante es que la indumentaria original es cada vez menos accesible. “Porque no es rentable ya para muchos de ellos (artesanos) con tantas cosas que existen, tanta competencia, mantener los talleres”, explica.

    Por otra parte, Yadonara Bernal, directora artística de la Compañía de Danza de la UACJ, sostiene que a veces el público no se siente interesado por “lo auténtico”, es decir, por las danzas autóctonas.

    “Son demasiado largas, demasiado tediosas, o sea, llegan a cansar a un público. Entonces ahí entra la creatividad del maestro, de que acortas la danza, cambias pasos, porque de esa forma tú vas a atraer más al público, y no lo aburres. Es un poco triste, pero sí tenemos que innovar”, lamenta.

    Por su parte, el profesor Guerrero admite que “lamentablemente también, lo que vamos a ver a los teatros, muchas veces no es lo tradicional, es más espectacular, hay que ser conscientes de eso”.

    Él está convencido de que las danzas folclóricas presentadas en el teatro son un arma de dos filos. “Definitivamente sí hacen que los ojos del espectador extranjero o local volteen a ver de otra manera el folclor. Sí lo rescatan en esa forma. Pero también desinforman porque el folclor tradicional no es así. Entonces en ese aspecto sí están desinformando”, considera.

    Pero sí hay que academizarlo, opina. “Hay que darle quizás ese sabor de la técnica, del espectáculo, del trabajo coreográfico para que también la gente lo pueda digerir”.

    A mí me gusta el merengue apambichao…a mí me gusta bailar de medio lao…bailar medio apretao…con una negra bien sabrosa”, cantan los músicos mientras la jarocha se mueve sin parar al ritmo de esta tradicional canción veracruzana. Ella parece feliz. Lo proyecta en sus movimientos. Seguramente es porque el bailarín que le da vida ha ensayado arduamente y sigue las adaptaciones realizadas al baile folclórico original. Tanto, que al terminarse la canción, el artista estará orgulloso de su papel cuando escuche los aplausos de la gente, porque para eso se puso la máscara y bailó.

    Por: Fernando Aguilar Carranza / Fotográfia Cortesía: Aloe Vite

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