Durante décadas, la imagen del Poder Judicial en México ha estado marcada por el elitismo, la distancia social y una forma de ejercer la justicia ajena a los pueblos originarios y afrodescendientes. La toga, más que un símbolo de autoridad legal, ha representado una barrera: una muralla entre quienes dictan las normas y quienes las padecen sin voz ni representación.
Por eso, la reciente noticia de que Hugo Aguilar Ortiz encabeza las tendencias para presidir la Suprema Corte de Justicia no solo es significativa: es histórica. Se trata de un abogado mixteco con una trayectoria ampliamente reconocida en la defensa de los derechos de los pueblos indígenas y de la comunidad afromexicana. No es un recién llegado ni una figura decorativa: es un actor jurídico con legitimidad construida desde el territorio, proveniente de una vida de trabajo comunitario y de defensa legal en contextos complejos.
La elección se dio en un proceso democrático; sin embargo, su posible nombramiento representa una esperanza. En un sistema acostumbrado a reciclar élites, Aguilar representa una ruptura. No solo por su origen étnico, sino por su práctica política y jurídica, profundamente comprometida con la transformación estructural de la justicia.
Hablar de inclusión en el Poder Judicial suele reducirse a cifras: cuántas mujeres, cuántas personas indígenas, cuántas afromexicanas ocupan cargos. Pero la inclusión real no es cuantitativa, sino cualitativa. No se trata solo de estar presentes, sino de transformar el modo en que se concibe y se imparte justicia. Hugo Aguilar Ortiz no encarna la inclusión como número, sino como posibilidad transformadora.
Por supuesto, un solo hombre no reformará el sistema. Pero hay presencias que desestabilizan estructuras por el simple hecho de existir. La suya no es una presencia política en el sentido superficial. No ocupa un asiento para cumplir con la diversidad; ocupa un rol de liderazgo que cuestiona, desde dentro, lo que durante años se ha perpetuado sin debate.
No se trata de idealizar. Como toda institución, el Poder Judicial es resistente al cambio. Pero hay momentos que abren brechas. Y en esas brechas puede colarse algo más poderoso que cualquier reforma: la dignidad. Desde esta trinchera, no puedo evitar sentir orgullo. Ver a un mixteco digno, preparado, valiente, tomar el timón de un proceso de esta magnitud no solo es motivo de admiración: es un recordatorio de lo que somos capaces de construir. Oaxaca no es solo uno de los estados más bellos del país por su cultura; lo es también por su gente, por quienes caminan con la historia a cuestas y, aun así, se atreven a abrir caminos nuevos. Ser testigo de este momento es un privilegio. No todos los días se tiene la oportunidad de ver cómo una raíz profunda encuentra espacio en un terreno que parecía reservado para otros. Estamos viendo el cambio; estamos siendo parte de él.
Hugo Aguilar Ortiz llega al centro de un sistema que históricamente ha excluido a pueblos como el suyo. Y no lo hace como un símbolo, sino como un actor con la capacidad de repensar las reglas del juego. Que esté ahí no es suficiente, pero es un comienzo. Uno que obliga al sistema a escuchar, a traducirse y —con suerte— a transformarse.

Ángeles Gómez
Fundadora en 2014 de Ángeles Voluntarios Jrz A.C. dedicada al desarrollo de habilidades para la vida en la niñez y juventud del sur oriente de la ciudad. Impulsora del Movimiento Afromexicano, promoviendo la visibilización y sensibilización sobre la historia y los derechos de las personas afrodescendientes en Juárez.