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    julio 15, 2025 | 6:38

    Una defensa no solicitada…

    Publicado el

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    Cuando un medio con la trayectoria de El Diario de Juárez publica una columna, se espera rigor, contexto y un mínimo de respeto por la verdad. Por eso, más que indignación, lo que provoca el texto recientemente difundido sobre la masonería y algunos de sus miembros activos en la vida pública local es una mezcla de desconcierto y pesar. La columna no informa ni analiza: insinúa, ridiculiza y, sobre todo, malinterpreta.

    Ahí se afirma que la masonería es “eminentemente política” e “intrínsecamente anticatólica”, como si su existencia girara en torno al poder y a la confrontación religiosa. Nada más lejos de la realidad. La masonería es adogmática, laica y profundamente respetuosa de todas las creencias. Su vocación no es la del proselitismo ni la conspiración, sino la del perfeccionamiento del ser humano mediante el pensamiento crítico, la fraternidad y la construcción del sentido común. El Gran Arquitecto del Universo —figura simbólica mayor de la orden— es, precisamente, un concepto neutro que permite el encuentro entre personas de distintas fes, filosofías y culturas.

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    Que haya masones en espacios de gobierno o decisión no es un escándalo ni evidencia de una agenda oculta. Es simplemente prueba de que la masonería, como tantas otras comunidades del pensamiento, forma ciudadanos comprometidos. Otra cosa es que algunos miembros —como ocurre en cualquier grupo humano— pretendan hacer de su filiación un capital político. Pero esa es responsabilidad de la persona, no de la institución.

    En la columna se menciona de forma directa —y con bastante ligereza— a Fernando Martínez Acosta y Luis Fernando Rodríguez Giner. Se les señala, se les desacredita, se les caricaturiza. Y aunque ninguno de ellos ha solicitado defensa alguna, valga la verdad dicha con calma.

    Luis Fernando Rodríguez Giner es un hombre de pensamiento serio, lector incansable, disciplinado por vocación y carácter. Su paso por la masonería no fue circunstancial, como se sugiere, sino parte de una búsqueda genuina de conocimiento y formación. Su afición por la historia, las ciencias políticas, así como la estrategia y la ética empresarial, son parte de su vida cotidiana. Que haya decidido seguir otro camino no lo hace menos digno ni invalida su compromiso con la comunidad.

    Fernando Martínez, por su parte, sí es masón. No solo eso: es actualmente presidente de la Confederación de Grandes Logias Regulares de la República Mexicana, una posición reconocida incluso fuera del país. Que ofrezca su pertenencia masónica como carta en el ajedrez político es algo que, desde dentro, puede y debe debatirse. Pero convertir esa crítica en acusación o en rumor de expulsión, sin prueba alguna, no solo es injusto: es irresponsable. Que se diga, con tono burlón, que “farolea” su liderazgo, dice más de quien lo afirma que de quien lo vive.

    Incluso en medio de los múltiples disensos que el caballero en cuestión y el suscrito podamos tener, es de sacra justicia colocar las cosas en su justa dimensión.

    Sí, la masonería en Chihuahua ha atravesado momentos difíciles. La escisión ocurrida entre 2021 y 2022 en la Gran Logia Cosmos del Estado de Chihuahua, que llevó a casi dos centenares de masones a buscar asilo en la Gran Logia Valle de México, es prueba de ello. Sin embargo —y esto es algo que solo se entiende desde la vivencia— los hermanos de ambas potencias en Chihuahua pueden verse hoy fraternizando en paz, a la voz de: “las Jurisdicciones nos dividen, pero la Fraternidad nos une”. Una muestra clara del reconocimiento a la hermandad subyacente y de la comprensión de los embates y condiciones que dieron pie a aquella crisis. Hermanos son hermanos.

    Dicho sea de paso, distorsionar ese proceso de escisión como un conflicto entre potencias o ambiciones jurisdiccionales es simplificar de forma grosera una dinámica que nació de caprichos mucho más personales. Pero esa es otra historia.

    La columna que motiva esta respuesta peca, sobre todo, de falta de templanza. No porque critique, sino porque lo hace sin fundamento, sin cuidado y sin el respeto que exige cualquier ejercicio serio del periodismo. Atacar a personas desde el rumor, disfrazar juicios personales de información y burlarse de lo que no se comprende, no es informar: es denigrar.

    Quien no dio el ancho no fue el masón aludido, sino el redactor. Porque el periodismo también exige virtud: prudencia para no repetir lo que no se ha verificado; fortaleza para sostener lo que se dice con pruebas; y justicia para no usar la pluma como arma de desprestigio.

    Y si esta defensa no fue solicitada, es precisamente porque, a veces, frente a la mentira o la ligereza, la verdad merece ser dicha aunque nadie la pida.

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    David Gamboa

    Mercadólogo por la UVM. Profesional del Marketing Digital y apasionado de las letras. Galardonado con la prestigiosa Columna de Plata de la APCJ por Columna en 2023. Es Editor General de ADN A Diario Network.

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