En las entrañas del nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum se libra una batalla silenciosa pero decisiva. No se trata de una disputa meramente burocrática o de protagonismos políticos: lo que está en juego es el futuro del sistema de inteligencia y seguridad nacional en México. Por un lado, el general Ricardo Trevilla Trejo, actual secretario de la Defensa Nacional, representa la continuidad del poder castrense sobre la inteligencia y la seguridad pública. Por el otro, Omar García Harfuch, jefe de la nueva Secretaría de Seguridad Pública, impulsa un modelo civil, tecnificado, con estándares internacionales y una visión democrática. Este choque no es circunstancial; es estructural, profundo y con implicaciones geopolíticas.
Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) fue virtualmente subordinado a los mandos militares, mientras que la Guardia Nacional, pensada como una policía civil, fue estructural y financieramente vinculada a la SEDENA. Este proceso culminó en un sistema de inteligencia opaco, fragmentado y militarizado, sin contrapesos ni rendición de cuentas real. La lógica de guerra irregular que el Ejército adoptó para enfrentar a los cárteles justificó el uso de inteligencia táctica, vigilancia digital y operaciones encubiertas sin control civil. Esa estructura permanece intacta al arranque del nuevo gobierno.
Claudia Sheinbaum designó a Omar García Harfuch con la misión clara de recuperar el control civil de la seguridad pública, profesionalizar a las policías estatales, reducir la violencia con operaciones focalizadas, y reconstruir un sistema de inteligencia civil, que fuera capaz de integrar información de múltiples agencias nacionales e internacionales, incluyendo a la sección segunda de la Defensa Nacional.
Harfuch, exjefe de la policía en CDMX, cuenta con una sólida red de contactos en agencias estadounidenses (DEA, FBI, HSI), con quienes ha colaborado en operaciones de alto impacto. Esta cercanía con Washington genera tensiones dentro de los militares.
Desde su designación, el General Secretario ha enviado señales claras de que no cederá el control de la inteligencia nacional. En reuniones privadas, ha insistido en que el Ejército es la única institución con capacidad táctica y territorial para enfrentar a los cárteles, y que la inteligencia no puede fragmentarse. La visión militar es clara: México sigue en guerra, y el mando no se negocia.
La tensión entre ambos actores ha crecido en las últimas semanas. El intercambio de mensajes en medios institucionales, la filtración de diferencias estratégicas y la disputa soterrada por los canales de inteligencia han escalado de un desacuerdo técnico a una pugna política de fondo. Harfuch impulsa la creación de un sistema de inteligencia civil autónomo, con capacidad de análisis financiero y político, mientras Trevilla defiende una estructura vertical, cerrada y plenamente militar.
Uno de los hechos más reveladores de esta pugna fue el desmantelamiento sin aviso del centro de mando regional de la Guardia Nacional en Iztapalapa. Este centro, paralelo al viejo, querido y polémico CISEN, instalado para monitorear movimientos de células criminales vinculadas al CJNG y al cártel de Tláhuac, había sido pieza clave en las operaciones conjuntas entre la policía capitalina (con Harfuch) y la entonces naciente Guardia Nacional.
Sin previo aviso, unidades del Ejército ingresaron, cerraron instalaciones, retiraron servidores y desplazaron al personal civil. La versión oficial fue una “reorganización estratégica”, pero fuentes al interior del gabinete señalan que se trató de una acción directa del general Trevilla, con el objetivo de desactivar nodos de inteligencia que no respondían al mando militar.
La tensión no solo es nacional. El gobierno de EE.UU. ha incrementado su presión sobre México para frenar el tráfico de fentanilo y armas. Con la supuesta existencia de la Lista Marco (un instrumento unilateral del Departamento de Estado estadounidense que señala a políticos mexicanos con vínculos con el crimen organizado), el control de la inteligencia cobra otra dimensión.
Un sistema civil permitiría mayor colaboración con agencias extranjeras, mientras que uno militarizado tiende al aislamiento. Washington prefiere trabajar con perfiles como Harfuch, percibidos como confiables, pero se enfrenta a la muralla institucional que ha levantado la SEDENA.
Hasta ahora, la presidente ha evitado confrontar abiertamente al Ejército. Su respaldo a Harfuch no ha sido firme en lo discursivo, y ambivalente en lo operativo. No ha desmilitarizado la Guardia Nacional, ni ha recuperado el control civil del CNI. Tampoco ha exigido auditorías sobre la operación del Ejército en seguridad pública.
Desde una perspectiva personal, considero que el liderazgo militar debe conservarse en las áreas de seguridad nacional, seguridad pública e inteligencia. El Ejército Mexicano ha demostrado disciplina, capacidad operativa y cohesión institucional frente a una amenaza tan fragmentada y violenta como lo son los cárteles. Su presencia en el territorio es una garantía de continuidad.
Sin embargo, excluir totalmente a las instancias civiles es un error estratégico. La inteligencia moderna requiere capacidades técnicas, análisis político, lectura social y coordinación interinstitucional. Los civiles aportan una mirada transversal, capacidad de auditoría y una conexión con los principios democráticos del Estado.
La batalla entre Trevilla y Harfuch define más que una política pública define un modelo de Estado. Un país democrático necesita inteligencia al servicio del ciudadano, no del poder. Si Sheinbaum decide ceder ante la presión castrense, habrá renunciado al control civil del aparato más sensible del Estado. Si, por el contrario, respalda a Harfuch y construye un nuevo sistema civil, se enfrentará a la resistencia más dura del viejo régimen militar.
La clave está en el equilibrio, un sistema de seguridad sólido no puede prescindir del Ejército, pero tampoco puede renunciar a la transparencia, la supervisión civil y la legitimidad democrática. En esta guerra silenciosa, ya no hay espacio para la ambigüedad.
@FSchutte

Fernando Schütte Elguero
Empresario inmobiliario, maestro, escritor, y activista en seguridad pública. Destacado en desarrollo de infraestructura y literatura.
Las opiniones expresadas por los columnistas en la sección Plumas, así como los comentarios de los lectores, son responsabilidad de quien los expresa y no reflejan, necesariamente, la opinión de esta casa editorial.