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    abril 25, 2024 | 20:56

    DESDE EL PARALELO MAGNIFICO: El Héroe de los Papalotes (09)

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    << 08 Del amor de dos genetistas

    Los riesgos para la salud resultado de largas permanencias en el espacio han venido identificándose desde que las primeras estaciones espaciales fueron puestas en órbita: el Salyut I soviético en 1971 y el Skylab norteamericano en 1973. Hoy es en la Estación Espacial Internacional (ISS) donde los efectos de la microgravedad, los ambientes presurizados, la radiación solar y por rayos cósmicos, la pérdida de masa muscular y el aislamiento y confinamiento son estudiados en seres humanos, mientras nos preparamos para enviar las primeras misiones tripuladas a Marte.

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    Como exploradores y sobre todo como colonos establecidos en el planeta vecino, hombres y mujeres enfrentarán en el diario vivir escenarios de falta de oxígeno (hipoxia), hipotermia, intoxicación por dióxido de carbono (hipercapnia), lesiones por radiación o incluso síndrome de irradiación aguda o cáncer, malnutrición, avitaminosis, deshidratación, debilitamiento muscular y accidentes ocasionales como despresurización drástica o asfixia. Hoy aprendemos en la Tierra a resolver estos escenarios para garantizar la integridad física de los primeros humanos en el planeta rojo.

    Los ambientes cerrados y el confinamiento esperados en los futuros hábitats marcianos se han venido simulando en la Tierra, como es el caso del proyecto HI-SEAS de la Universidad de Hawaii o de la Mars Desert Research Station (MDRS) de la Mars Society, donde se recrean las condiciones de espacios cerrados y de interacción y convivencia a las que los seres humanos estarán realmente sometidos en Marte.

    Ramsey y yo realizábamos en ese momento en el RECOM una prueba sencilla. Después de un día ordinario de labores en la estación y su perímetro, mi joven e inquisitivo colega se interesó en verificar experimentalmente por sí mismo un resultado del inglés Charles Dodgson en sus Problemas de Almohada de 1893. Dodgson es mundial y biplanetariamente conocido como Lewis Carroll —creador de Alicia en el País de las Maravillas—, aunque no precisamente como el matemático de formación que era. Yo le había comentado a Brix que Carroll demostró, entre otras curiosidades geométricas, que si se lanzan tres monedas al aire, al caer formarán en el suelo un triángulo que será, en más del 60% de los casos, un triángulo obtusángulo (un triángulo que contiene un ángulo interno mayor a 90 grados).

    El sentido común sugiere que si se lanzan las tres monedas, al caer será muy poco probable que formen un triángulo rectángulo, es decir, uno de cuyos ángulos internos sea exactamente igual a 90 grados. Pensaríamos que un triángulo acutángulo o un obtusángulo serían los resultados más probables en este experimento. Bueno, Lewis Carroll demostró que un obtusángulo es la configuración final más común. Ramsey confirmaba esto visualmente en el terreno marciano del RECOM cuando, de diez lanzamientos al aire que hacía de tres rondanas que consiguió, en seis o siete de ellos un obtusángulo se configuraba en el piso.

    Oímos entonces que el Dr. Barnard nos solicitaba en su consultorio de la Antoniadi, con su característica voz serena y pausada. Para evitar un escenario de pánico similar al ocurrido en 2028, el médico principal de la estación tranquilamente requería nuestra ayuda para controlar una situación de potencial peligro, pues un ingeniero sufría en ese momento un intenso episodio de claustrofobia. El Dr. Barnard había agotado los recursos psicológicos de emergencia y necesitaba tranquilizar al desesperado paciente con un antidepresivo ISRS. Al llegar al consultorio, el fuerte ingeniero manifestaba síntomas severos de ansiedad y falta de aire, caminando desesperadamente de un lado a otro en el reducido espacio, manifestando querer salir por una de las escotillas de emergencia localizadas en ese sector, no teniendo su casco ni traje reglamentarios puestos. Sangraba de una mano después de golpearse por la desesperación. Mientras Ramsey le decía mirándolo de frente sujetando su cabeza

    • Come on man, take a deep breath, take it !…you’ll feel better…take it ! breath !

    (Vamos hombre, respira profundo, ¡ respira !….te vas a sentir mejor…. ¡ respira profundo !)

    yo ayudaba a Barnard a mantener quieto al pobre hombre para que aquel lo inoculó. El episodio no duró mucho, afortunadamente. El ingeniero alemán se tranquilizó, la crisis terminó y en el siguiente viaje regresó a la Tierra. Uno de los pocos casos registrados hasta ahora de ansiedad y trastornos psicológicos desarrollados por compañeros sanos y altamente calificados durante su estancia marciana. Es evidente que Incluso la psique de los individuos más fuertes se ve afectada por las duras condiciones de supervivencia a la que todos nos vemos expuestos aquí, donde todo lo vital está racionado (oxígeno, agua, alimento) y lo letal se nos provee en abundancia (frío, atmósfera venenosa, radiación solar, rayos cósmicos).

    Pero el drama de la claustrofobia es solo uno de los varios enemigos a vencer por nuestro gran galeno, quien como el especialista principal en el cuidado integral de la salud física de los humanos en Marte, tiene que lidiar con situaciones frecuentes de hipoxia (falta de oxígeno), hipercapnia (intoxicación por dióxido de carbono), lesiones cutáneas por radiación o incluso síndrome de irradiación aguda, malnutrición, avitaminosis (carencia de ciertas vitaminas), deshidratación, debilitamiento muscular y accidentes ocasionales que se traducen en casos reales de vida o muerte, como despresurización drástica y asfixia causadas por un casco dañado o un traje espacial rasgado en exteriores.

    Joseph A. Barnard es un médico cirujano y patólogo norteamericano nacido en Houston, Texas quien, dada una peculiar combinación de sensibilidad humana y talento para las ciencias del cuidado de la salud, escaló rápidamente los peldaños de la medicina profesional pública en los Estados Unidos. Después de formarse como médico general y especializarse en patología en Baylor y su prestigioso Colegio de Medicina, en su ciudad natal, se enlistó voluntariamente en las brigadas médicas de la ONU, prestando sus servicios en países afectados por desastres naturales, donde además del sufrimiento físico, se percató de lo devastadores que pueden resultar la ansiedad, el miedo, la soledad y la incertidumbre. Regresó después a los Estados Unidos, donde se desempeñó como médico y como jefe de las unidades de emergencia, medicina familiar y patología en diversos hospitales de la nación. Fue seleccionado por el Consejo para venir a Marte por su amplia experiencia profesional como médico, como patólogo especialista y por su extraordinaria calidad humana.

    Joseph rememora y menciona que de niño disfrutó dos cosas sobre todas las demás, volar papalotes y aprender a tocar el piano con su padre, médico de profesión. De complexión robusta, Barnard se enorgullece al decir que sus manos “son grandes… ¡ como las de Rachmaninoff !“ . Me complace enormemente que el Consejo haya aceptado nuestra propuesta de traerle desde la Tierra, si no un piano, sí lo más parecido a ello en forma de un pequeño sintetizador donde el doctor pueda practicar e interpretar todas esas preciosas sonatas, preludios, valses e incluso segmentos de conciertos para piano que, por las noches, ocasionalmente inundan la atmósfera interior de gran parte de la estación.

    Desde su llegada al planeta rojo, el Dr. Barnard disfruta ver volar papalotes al final de su intensa rutina diaria cuando la velocidad del viento lo permite. Su gusto consiste en salir de la estación, amarrar su papalote a cualquier estructura y dejarlo volar ahí, cuando el viento es mínimamente fuerte y estable, para luego regresar y contemplarlo desde el interior. Sus papalotes favoritos son dos en forma de murciélago con el diseño de la bandera de Texas y de la bandera de la ONU. Tres o cuatro veces lo he visto personalmente salir y volar él mismo su diseño de la bandera de los Estados Unidos con la sonrisa y emoción de un niño al correr.

    Barnard ha venido transformándose a diario en el blasón de la buena salud y la integridad física de la especie humana en Marte, en varias ocasiones a costa de su propia seguridad. Fue precisamente contemplando uno de sus papalotes que pudo presenciar un día un accidente, que lo llevó a rescatar por sí solo al Dr. Guo después de verlo resbalar por una pendiente pronunciada de terreno en el perímetro de la Antoniadi. El geólogo chino se encontraba solo realizando un muestreo de subsuelo con un instrumento que requería el uso de sus dos manos, sobre la pendiente, cuando dio un paso en falso y rodó cuesta abajo.

    Poniéndose de emergencia un traje espacial recién usado con tanque de oxígeno prácticamente vacío, pasando rápida y peligrosamente por la esclusa de aire a su salida, el valeroso Dr. Barnard corrió por el terreno marciano sin botas de protección, calzando sólo los zapatos de suela suave que suele usar en la estación. Con sus pies cayendo en hipotermia, lastimados por las piedras puntiagudas que pisó en la carrera y prácticamente asfixiándose, el médico cargó en vilo a su maltrecho colega Guo por más de treinta metros, cuyo casco mostraba una grieta frontal pronunciada dando evidencia clara de despresurización y fuga de oxígeno. Barnard logró introducirse de nuevo a la estación con el herido a cuestas, quien hubiera muerto en pocos minutos sin su ayuda.

    El parto de Daitana Turín aquí, cuya bebé no venía en la posición correcta al salir, fue un éxito gracias a las habilidades quirúrgicas de Barnard, quien tuvo que hacer uso del bisturí en Daitana para dar paso al cuerpo de la niña. Hubo pérdida de sangre y una transfusión improvisada de último momento. Joseph había logrado traer a la vida al primer humano en Marte. Por otro lado, su experiencia como patólogo le permitió detectar muy tempranamente el cáncer que Oisin Molony empezaba a desarrollar en la piel. Gracias a su certero diagnóstico Olm pudo volver a la Tierra, tratarse y sanar. Joseph Barnard, el héroe de los papalotes…

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    Hector Noriega

    Ponente. Investigador.

    Maestría en Astronomía (UNAM | NMSU) y Doctor en Astronomía por la Universidad Complutense de Madrid (UCM)

    Fundador de la Sociedad Astronómica Juarense, Cofundador del Proyecto Abel, Miembro de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, Miembro de la American Astronomical Society y Profesor de tiempo completo de Astronomía en UTEP.

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