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    abril 23, 2024 | 5:15

    Cacería de Brujas

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    Se llegó a perseguir a muchas mujeres por ser brujas: bastaba con acusarlas de ser esposas del demonio para condenarlas a la pena de muerte. Tres siglos después y lejos de Salem, a la pena de muerte la sustituye el rechazo de la sociedad a la que las acusadas pertenecen; el delito, salvo tal vez la complicidad del maligno, parece ser el mismo.

    Respecto al aborto, mi postura es simple: cada quien tiene derecho a elegir la mejor de las opciones del espectro de posibilidades y a contar con facilidades y garantías que faciliten su decisión, mientras la tomen desde una postura informada y responsable. Casos como el de María Guadalupe López Dorado y Antelma Irene Reyes van mucho más allá de la tragedia explícita; exponen también, la actitud absurda e intolerante de los medios de comunicación y la opinión pública, los trinches alzados, los gritos que acusan: ¡Brujas!, ¡brujas!

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    Si el lector no está enterado de este caso, lo entero: María Guadalupe tenía cinco meses de embarazo y tres hijos cuando su esposo la dejó y decidió consultar a su compañera de trabajo Antelma quien se dedica, como muchas otras personas, a leer la suerte con cartas. Antelma le auguró a su amiga que su marido no regresaría con ella, cosa que la consternó profundamente, como se consterna cualquier madre soltera al verse sola y a punto de traer otro hijo al mundo. Antelma le dijo que ella le ayudaba abortar si eso quería, y María Guadalupe aceptó.

    Fueron al centro de la ciudad en busca de las pastillas y las hierbas que utilizaría para ese fin, y después se dirigieron a la casa de la hija de Antelma, María Guadalupe dio a luz a un bebé prematuro. Se dice que aún estaba vivo cuando lo sepultaron en el patio trasero de la casa, aunque nadie podría asegurarlo; la única testigo de esto fue la hija de Antelma, quien dio aviso a las autoridades, condenando así a la madre y a la quiromante, a los procesos legales que el aborto clandestino acarrea. En audiencia, a María Guadalupe se le dio libertad condicional por medio año y Antelma fue condenada a un año de cárcel.

    La historia es terrible, y más terrible es el tratamiento que los medios de comunicación le han dado, atacando a la “bruja” por ser la asesina y a la madre, por permitirlo todo. Nadie reaccionó cuando el segundo día de la audiencia, Antelma llegó en silla de ruedas, explicando que “alguien” había dejado entrar a diez personas a su celda, que la violaron repetidamente y la dejaron tan lastimada que era incapaz de caminar por sí misma. Algunos defensores de la vida, incluso, manifestaron a través del internet que esas cosas le pasaban a la gente mala, por asesinar a un bebé.

    Tal parece que en esta cacería, sólo hay dos bandos: Los buenos a favor de la vida, y las malas mujeres sin corazón. Aclaremos: sin importar cuál sea la postura personal frente al aborto, nadie merece lo que les pasó a este par de mujeres; si actuaron de manera imprudente o no, al final son también víctimas del sistema, de la ignorancia, de lo mucho por hacer en materia de control de la natalidad e interrupción legal del embarazo. En las calles, la gente defiende, tirándose de la ropa, el derecho que tiene todo feto de nacer y vivir; en la periferia de esa misma ciudad, hay familias que tienen hasta nueve o diez niños, sin oportunidades para alimentarlos, vestirlos y calzarlos.

    Parece partirse del supuesto de que todas las mujeres quieren ser madres, o deben ser madres aunque no lo deseen; la figura materna se encuentra en un pedestal por encima de nuestras cabezas y a menudo es fácil escuchar la misma réplica: “si no se quieren hijos basta con no abrir las piernas”, como si los seres humanos sólo tuvieran sexo con fines reproductivos y la violación y los embarazos no deseados no tuvieran cabida en nuestro escenario social.

    En el mejor de los escenarios, el aborto nunca está libre de consecuencias: la mujer sufre, en una enorme mayoría de casos, graves trastornos psicológicos, ningún método es fácilmente costeable y la práctica clandestina involucra siempre riesgos gravísimos de vida; una decisión como esta, es de dar miedo y por eso mismo, creo que es una decisión que debe respetarse. Las políticas públicas que hacen falta respecto a este tema, distan mucho de instalar una clínica para abortar legalmente: hace falta información, diálogo y una cultura de la prevención que no se desahoga con regalar condones; falta muchísimo.

    No se trata de catalogar la maternidad como un error, o de afirmar cosas como que es mejor tener gatos que hijos (cosas que se leen en redes sociales por estos días); se trata de llegar a un consenso, en el que todos tengamos la libertad de ser quien queremos y logremos respetar a los demás por ser quienes son. La cacería sigue y lo único que la detendrá será la tolerancia, que en esta clase de temas, parece aproximarse a pie.


    Originalmente publicado en MéxicoKafkiano.com el 15 de Junio de 2015

     

    Karen Cano

    Escritora, feminista y periodista de Ciudad Juárez, sobreviviente de la guerra contra el narco, egresada de la Universidad Autónoma de Chihuahua, reportera desde el 2009; ha trabajado para distintos medios de comunicación y su trabajo literario ha sido publicado en Ecuador, en Perú y en distintas partes de México.

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