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    diciembre 2, 2025 | 11:33

    Se extinguió una verdadera estrella

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    Hablar de ciencia en México, siempre implica hablar de numerosos contrastes, por un lado, somos una nación con más de 130 millones de habitantes, hemos llegado a ser parte del Top 10 de las economías mundiales y hoy tenemos el lugar número 15 en este ranking. Somos un país que puede jugar un papel clave en la política y la economía global. Por el otro lado, arrastramos una deuda histórica en materia de inversión científica, tecnológica y cultural: mientras organismos internacionales recomiendan que se destine un 2% del PIB a este rubro, en nuestro país, apenas hemos alcanzado un 0.3%. Este desfase de inversión se refleja inevitablemente en la divulgación científica, el puente que resulta indispensable entre el conocimiento especializado en nuestra sociedad.

    La divulgación científica en cualquier nación, no es un lujo cultural, es un requisito para el desarrollo del país, no basta con formar científicos en laboratorios universidades, si la población no tiene acceso al conocimiento, si las nuevas generaciones no llegan a encontrar la inspiración en la ciencia, si los ciudadanos no comprenden el impacto de la investigación que llega anotarse en su vida cotidiana. En un país como el nuestro, con enormes desigualdades educativas, culturales, económicas y territoriales. La divulgación deberia ser una política prioritaria del Estado. Sin embargo, lo que tenemos son esfuerzos que han sido fragmentados: museos de ciencia concentrados en las grandes ciudades, revistas y programas de televisión con un alcance limitado, ferias y olimpiadas científicas, que dependen muchas veces de la voluntad de profesores aislados sin el apoyo de las instituciones ni del gobierno.

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    Es muy claro el resultado que hemos obtenido: la divulgación científica en México existe, es real, pero no es proporcional al tamaño del país ni a su peso geopolítico que puede llegar a lograr. Nuestra situación en este tema podemos compararla con naciones emergentes como Brasil, o incluso con países europeos como España, la brecha es completamente evidente. Hemos llegado a tener logros puntuales y espacios institucionales sólidos en universidades y centros de investigación, pero no un sistema nacional de divulgación robusto y sostenido al alcance de las sociedades de nuestro país y menos en proporción al tamaño de México.

    En este escenario lleno de desigualdad, la figura de Julieta Fierro emerge como una excepción luminosa, un verdadero punto de inflexión entre la relación científica y nuestra sociedad. Astrónoma, investigadora y sobre todo, divulgadora incansable, Julieta Fierro, supo darle rostro humano a las ciencia en un país donde esta podría verse como algo inalcanzable o demasiado solemne. Ella manejaba un lenguaje cercano, con metáforas que traducía en el cosmos a ejemplos de la vida cotidiana, llegó a conseguir que miles de personas de todas las edades se asomaron por primera vez al universo con asombro y curiosidad.

    Si en Estados Unidos Carl Salgan se convirtió en el símbolo de la divulgación científicagracias a su serie cosmos, en México, Julieta Fierro ocupo ese lugar en el imaginario colectivo. Su presencia en medios de comunicación, conferencias, libros y museos, la consolidó como la divulgadora por excelencia. Pero más allá de una anécdota personal, lo que su figura revelaba era un vacío estructural: México dependió durante décadas de una sola voz fuerte en la divulgación, en lugar de construir una Red amplia y diversa de divulgadores. Hablar de su trabajo como divulgadora, nos enseñó su talento y mérito personal, pero también nuestras carencias como país en este ámbito.

    Julieta Fierro no sólo explicó las estrellas: nos mostró que la ciencia podía formar parte de nuestra cultura cotidiana, podríamos escuchar la ciencia con la misma pasión que la literatura o el arte. Ella, fue embajadora de México en foros internacionales, autora que fue traducida a varios idiomas donde fue reconocida, pero sobre todo, fue un puente entre la comunidad académica y la gente, entre la astronomía y el lenguaje común, entre el conocimiento y la emoción de vivir.

    Hoy podemos recordar su legado y no podemos evitar la sensación de que se nos va una parte fundamental de la historia moderna de la ciencia mexicana. Con su partida, no sólo perdemos una divulgadora excepcional, sino un símbolo de lo que la ciencia puede ser cuando se comparte con generosidad y entusiasmo.

    Hoy, con el fallecimiento de Julieta Fierro, México encuentra un reto muy importante que en realidad es inmenso: honrar su memoria, no sólo con homenajes, sino con acciones muy concretas: multiplicar las voces de divulgación, descentralizar el acceso al conocimiento, invertir en políticas públicas que reconozcan la importancia de la alfabetización científica.

    Julieta Fierro nos enseñó que la ciencia no pertenece solo a los laboratorios: nos pertenece a todos, y en un país como México, con tanto que explicar y tanto que descubrir, necesitamos muchas voces que nos hablen de las estrellas.

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    Elias Ascencio

    Diseñador gráfico, fotógrafo y docente con más de 30 años de trayectoria artística y educativa. Maestro en Administración Pública y doctorante en Semiótica, ha trabajado en Metro CDMX y marcas nacionales. Líder filantrópico y promotor cultural en México.

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