Me acuerdo que de pronto me enoje. Estaba ahí, frente a tantos actores de la sociedad civil, empresarios, académicos, personas con cargos políticos y mi mente no hacía más que recordar. Los veía y repasaba todas las veces en que coincidimos; las ocasiones en que dijeron abiertamente que “los jóvenes son el problema”, olvidando mencionar el impacto que tenía el contexto en la vida de los jóvenes. Repasaba aquellos otros momentos donde claramente demostraron que encasillaban a todos los jóvenes en la categoría de “culpables”, minimizando las aportaciones juveniles e ignorando el peso que tienen las propuestas, soluciones o ideas cuando nacen de los involucrados. En mi mente enlistaba todas las ocasiones y eventos, locales y estatales, donde buscaron la participación juvenil, para después usarlos como ‘voluntarios’ cuya función era solo cargar inmobiliario; poniendo en evidencia su limitado conocimiento de lo que significa una verdadera participación juvenil y el voluntariado. Y ubicaba a quienes repetían una y otra vez los discursos en donde se identificaba a los jóvenes como “el problema”.
Uno por uno los veía. Ellos atentos a sus celulares y BlackBerrys, mientras yo aprovechaba esa distracción para repasar los aprendizajes que me dejaron; aprendizajes que podía resumir en: ejemplos a seguir y ejemplos a no seguir.
De pronto, escucho que es turno de que mis compañeros hablen y me percato que no estoy siendo justa. Nada justa. Estoy cometiendo el mismo error que estas personas a las que estoy observando: los estoy poniendo a todos en la misma categoría, los estoy etiquetando como “el problema”. Decido entonces cambiar la dirección de mi mirada y ahí es cuando ubico entre los asistentes a aquellas personas que hasta la fecha considero ejemplos a seguir.
A esas personas que rompieron con todos mis esquemas y con todos mis estereotipos de lo que significa trabajar en gobierno, trabajar en una organización civil, ser académico, ser activista y ser líder. Conforme mi mirada los encontraba entre el público, recordaba todos los programas donde hubo una verdadera participación juvenil; todas las ocasiones en las que las propuesta partían de los jóvenes y no eran impuestas por ‘expertos’. Buscaba a aquellas personas que con la misma atención y respeto con el que trataban al presidente de su consejo o empresa, o al alcalde, gobernador o presidente del país, trataban al joven voluntario. Recordaba las ocasiones que me permitieron aprender sobre las distintas juventudes que existen en nuestra ciudad, cada una con sus características, necesidades e intereses. Y repasaba todos los momentos en que nos veían como iguales y no como beneficiarios.
Observaba a los otros jóvenes presentes y recordaba lo distintos que éramos cuando nos conocimos. Identificando los logros, estudios, trabajos, proyectos, intereses y todo aquello que se generó al trabajar con actores que reconocían, creían y apoyaban a la juventud juarense. Los veía y los reconocía como parte de esos actores que tomo como ejemplo y que están haciendo algo por mejorar la situación en la que viven ellos y otros jóvenes.
Para este momento ya no estaba enojada. Al verlos todos reunidos comprendí que algunas –y resalto, algunas– personas generalizaban y nos etiquetaban porque era lo más sencillo para ellos. Les evitaba el esfuerzo de hablar sobre el contexto, de los problemas sociales, económicos, laborales y culturales que desde hace varios años estaban presentes y que eventualmente llevarían a la situación que estábamos viviendo. Les ahorraba el trabajo de consultar con los jóvenes y otros actores sobre las verdaderas problemáticas que los afectaban según su edad, según su ubicación y según su sexo (entre otros elementos). Y lo más importante, al ponerle a los jóvenes la etiqueta de “el problema”, evitaban reconocerse como parte de los responsables de generar ese contexto.
Después llego mi momento de hablar. Estaba un poco nerviosa, no por estar frente a cientos de asistentes, ni por quienes estuvieran presentes; sino porque tenía que hablar como la integrante de una red juvenil, de una asociación y como joven juarense.
De pronto, después de mencionar las oportunidades, capacitaciones y aprendizajes logrados gracias al apoyo de varios actores locales, estatales y federales, siento la necesidad de dirigirme a esos otros actores que insisten en etiquetarnos. Fue entonces que afirmé que “los jóvenes estamos tratando de arreglar la situación que los adultos nos dejaron. Que estamos haciendo nuestra lucha y que no nos consideren como parte del problema, sino como parte de la solución”.
Ya pasaron más de cuatro años desde ese evento donde actores sociales y gubernamentales escucharon a jóvenes dar testimonio de cómo con sus proyectos han generado aprendizajes y cambios en la vida de los jóvenes juarenses.
En perspectiva, me gusta pensar que la dinámica que se vivió en aquel evento ayudó a romper con algunos estereotipos de lo que aquellos actores creían que era la juventud, para reconocer que la etiqueta de “el problema” no define a las distintas juventudes, sino que alimenta un estigma que impacta en nuestras dinámicas familiares, escolares y sociales. Me emociona ver que son cada vez más los colectivos e iniciativas juveniles que trabajan en alianza con distintas empresas, organizaciones de la sociedad civil y gobierno. Hoy en día esta dinámica se puede dar por hecho, pero es un lugar que la juventud se está ganando. ¿Cómo? Demostrando que son parte de la solución.
Titulada en Diseño gráfico y pasante de la Maestría en Acción Pública y Desarrollo Social. En su experiencia destaca el ser co-fundadora de una asociación civil y ser miembro fundador de una red de agrupaciones juveniles. Ganadora del Premio Nacional UVM por el Desarrollo Social, cuenta además con el Premio Estatal de la Juventud, el Reconocimiento a Mujer del Año de Ciudad Juárez y la mención de Mujer Líder de México.
