El Partido Acción Nacional intenta reinventarse. Lo hace con nuevos eslóganes, nueva gráfica, discursos recalentados y una promesa de regreso a los “valores fundamentales”. Pero detrás de este relanzamiento se asoma un rostro ya conocido: el del conservadurismo moral, del nacionalismo identitario y de una visión restringida de la libertad. Bajo la fórmula “Patria, Familia y Libertad”, el PAN busca reconstruir su identidad política. Y, sin embargo, al hacerlo, revive una genealogía discursiva que en muchos países ha servido de paraguas para agendas reaccionarias y excluyentes.
En el México actual —diverso, desigual, multicultural y marcado por profundas brechas generacionales— esta apuesta simbólica revela más anacronismo que audacia. No hay nada inherentemente negativo en hablar de “patria”, de “familia” o de “libertad”. El problema es cómo y para quién se evocan esos conceptos.
Cuando el PAN habla de “patria”, ¿se refiere a una nación plural que reconoce la complejidad del México fronterizo, indígena, migrante, o simplemente a una patria homogénea, católica, cerrada al disenso? ¿Es esa “patria” la que acoge o la que excluye? En el contexto de Chihuahua, un estado profundamente afectado por la violencia, la corrupción y el abandono gubernamental, la noción de “patria” debe construirse desde abajo, desde las víctimas y las resistencias locales, no desde una nostalgia abstracta.
Al invocar la “familia”, el PAN recurre a su guion más conocido: el de la familia tradicional, heterosexual, patriarcal. Pero ese modelo es cada vez menos representativo del país real. Hay familias encabezadas por mujeres solas, por abuelas, por personas del mismo sexo; hay familias fracturadas por la migración, reconfiguradas por la violencia, sostenidas por redes no formales. ¿Qué lugar tiene esa complejidad en la visión panista?
Y en cuanto a la “libertad”, quizá sea el término más peligrosamente ambiguo. ¿Libertad de quién? ¿Para qué? ¿Libertad para los empresarios de evadir impuestos, para los templos de adoctrinar, para los medios afines de manipular? ¿O libertad para las mujeres a decidir sobre su cuerpo, para los jóvenes a organizarse políticamente, para los pueblos a defender su territorio? En los hechos, la historia reciente del PAN muestra que su libertad suele traducirse en privilegio, no en justicia.
Esta consigna no es inocente ni original. Variaciones de “Dios, Patria y Familia” fueron parte del corpus ideológico del fascismo europeo. Mussolini la adoptó como triada sagrada; Franco la entronizó en el nacionalcatolicismo español. Hoy, la usan partidos como Vox en España, Hermanos de Italia con Meloni, y la derecha radical argentina con Javier Milei, como grito de guerra contra el feminismo, la migración, la diversidad y el Estado social. Que el PAN recurra a esa misma fórmula no es una coincidencia: es una alineación simbólica que merece ser llamada por su nombre.
El relanzamiento panista no solo es estético o comunicacional: es político, profundamente ideológico. Y lo que propone no es un futuro, sino un regreso. No un proyecto de país, sino una fantasía de orden. No un programa de inclusión, sino una cruzada moral.
Chihuahua y Ciudad Juárez, con su complejidad social, su historia de resistencia y su dolor acumulado, no merecen lemas heredados del siglo XX europeo, sino una visión mexicana, fronteriza, empática, que hable de justicia, dignidad y derechos. No “patria” como bandera de exclusión, sino como espacio común; no “familia” como molde rígido, sino como red de afecto y apoyo; no “libertad” como criba dogmal, sino como derecho para todas y todos.
El nuevo PAN, con su viejo eslogan, no está naciendo: está repitiendo. Y en política, repetir lo que fracasó no es renovación. Es renuncia.
David Gamboa
Mercadólogo por la UVM. Profesional del Marketing Digital y apasionado de las letras. Galardonado con la prestigiosa Columna de Plata de la APCJ por Columna en 2023. Es Editor General de ADN A Diario Network.
