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    abril 25, 2024 | 0:56

    Marte: Ilusiones, desilusiones y segundo hogar (1)

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    Marte trasciende hoy los cursos de astronomía, los observatorios y los institutos de investigación, pues el planeta rojo es en este justo momento el objetivo cercano de nosotros como civilización quienes, desde hace décadas, venimos preparándonos intelectual y tecnológicamente para visitarlo, colonizarlo y terraformarlo con el fin último de convertirlo en un segundo hogar (ver: Marginalmente Biplanetarios), tan real como este azul y redondo que hemos habitado desde que aquí surgimos como especie.

    Sí, Marte suena cada día más a un lugar nuevo y misterioso al que viajaremos realmente, en el que con la debida protección de un traje espacial podremos caminar y explorar como lo haríamos en medio de la sierra Tarahumara o la selva amazónica. ¿ Remoto ? Sí, demasiado, más que cualquier otro sitio que hayamos visitado; mas allá incluso que la luna o el mismo planeta Venus. Aun así, Marte es el mejor paraje fuera de nuestro planeta donde podemos tener esperanzas de establecer pronto una colonia humana. Los primeros hombres y mujeres podrían descender a la superficie del planeta rojo tan pronto como en 2024, que aunque parece demasiado a la vuelta de la esquina, es la muy ambiciosa meta de Elon Musk y SpaceX anunciada en septiembre del año pasado.

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    Marte es detectable a simple vista, sin necesidad de telescopio o binoculares, razón por la que fue conocido prácticamente por todas las civilizaciones antiguas alrededor del mundo. Es más brillante que cualquier estrella del cielo nocturno y su color rojo es debido a la composición de su suelo, rico en óxido de hierro. Tiene el color de un metal oxidado. Este, el color de la sangre, motivó su asociación con el dios romano de la guerra, Marte. Desde nuestra frontera se le puede distinguir a simple vista en estas semanas despuntando por el horizonte sureste hacia las 3 AM con el también planeta Júpiter, aun más brillante. Cuando Galileo, el primer científico que usó un telescopio con fines netamente astronómicos en 1609, vio Marte a través de su limitado instrumento, no pudo distinguir nada interesante en su superficie. El físico y matemático italiano descubrió que mientras que un planeta luce a simple vista tan sólo como un punto brillante en el cielo, a través de un telescopio aparece como un pequeño disco que revela su tamaño aparente.

    Unas décadas más tarde Huygens y Cassini, haciendo uso de los telescopios más largos de la época (entonces construidos así para reducir un defecto conocido como aberración cromática, propia de telescopios basados en lentes), pudieron finalmente vislumbrar algo en la superficie marciana. Las regiones claras que identificaron cerca de los polos del planeta resultaron ser los casquetes polares norte y sur, similares a los nuestros. En ese mismo período y de manera independiente, los dos astrónomos pudieron por primera vez determinar cuánto dura un día en Marte. Huygens había notado a través de su telescopio, además de los casquetes polares, una región muy oscura más cercana al ecuador de Marte. Al seguir el movimiento de esta “mancha” hora tras hora, confirmó que eso era la evidencia inequívoca de que el mundo rojo gira sobre su propio eje, que tiene rotación como la Tierra y por lo tanto un ciclo noche-día. Midió el tiempo entre dos pasos sucesivos de esa gran planicie oscura hoy conocida como Syrtis Major y estimó que un día en Marte dura poco más de 24 horas y media, ¡ casi lo mismo que un día terrestre !

    Posteriormente, ya en los 1700s, William Herschel (descubridor del planeta Urano) notó, a través de telescopios más finos basados en espejos construidos por él mismo, que las posiciones de los casquetes polares mostraban ciertas asimetrías al seguir el movimiento de Marte por el cielo. Esto era la prueba de que el eje de rotación del planeta, como el de la Tierra, no está perfectamente vertical en el espacio, sino inclinado. Marte indicaba estar un poco más inclinado que los 23.5 grados que está nuestro planeta. Y el que un planeta esté inclinado tiene una consecuencia inmediata: tendrá cambios estacionales en su superficie. Las estaciones son entendidas así precisamente, pues esta inclinación del planeta a lo largo de su órbita justifica que en cierto momento del año, un hemisferio esté más cargado hacia el sol que el otro, elevándose su temperatura, como en verano. Al mismo tiempo que las altas temperaturas permean ese hemisferio, en el opuesto, cargado en la dirección opuesta al sol debido a la inclinación, las temperaturas bajan, como en invierno. Así, simultáneamente y en este momento, Cd. Juárez sufre temperaturas invernales, mientras para los argentinos —en el hemisferio sur terrestre— el verano ya comenzó. Herschel confirmó que Marte tiene estaciones, las mismas cuatro de Vivaldi (primavera, verano, otoño e invierno). Dado que Marte es el cuarto planeta respecto al sol, está más lejos de él que la Tierra y por ende tiene una órbita más grande, que de acuerdo a la tercera ley de Kepler le tomará más tiempo cubrir. En otras palabras, el año en Marte es en números redondos doblemente largo que el nuestro (igual a dos años terrestres), lo mismo que cada una de sus estaciones.

    Hay dos ilusiones famosas relacionadas con el planeta rojo: 1) el efecto de los “rizos” de su órbita y 2) la presencia de los canales marcianos. Si somos suficientemente pacientes para seguir la órbita aparente de Marte en el cielo fronterizo por semanas y meses, notaremos que el planeta parece seguir un patrón que se repite indefinidamente, donde aquel traza una curva suave por un tiempo seguida luego por una especie de “rizo”. La trayectoria observada de Marte al final luce tan complicada como una serie de rizos conforme el planeta se desplaza por el cielo. Esto como sabemos hoy es sólo una ilusión, el extraño efecto resultado de que tanto Marte como la Tierra se mueven y giran alrededor del sol. La Tierra, que va más rápido, rebasa periódicamente a Marte en el cielo y son estos rebases los que crean la ilusión de su trayectoria en rizos. En realidad y como demostró Kepler, las órbitas de todos los planetas —incluidos Marte y la Tierra— son simples elipses, o círculos muy ligeramente alargados, sin rizos (ver: Parábolas Letales), los que veríamos realmente si contempláramos tales planetas desde el espacio, no desde las superficies de otros.

    Unos años antes de que Galileo observara Marte y otras maravillas por primera vez a través de un telescopio, el astrónomo danés Tycho Brahe había realizado las mejores y más precisas observaciones planetarias de la era pre-telescópica. Tycho nunca usó un telescopio porque aun no se inventaba, pero por medio de instrumentos de medición como grandes sextantes pudo proporcionar a Kepler los datos necesarios y suficientes de los movimientos planetarios para llegar a confirmar la prevalencia de las elipses en el sistema solar. Aquí Marte parecía el candidato perfecto para descubrir las nuevas verdades, pues siendo el segundo planeta más cercano a nosotros —después de Venus—, sus movimientos son los más obvios por seguir y escudriñar en detalle. Después de filtrar los ilusorios rizos de su trayectoria, Kepler pudo descubrir las famosas leyes de movimiento planetario. Tycho había dicho a Kepler precisamente que la órbita de Marte era la que él encontraba “más difícil de reconciliar con un círculo”. Efectivamente, se había comprobado que gracias al estudio de los aparentemente caprichosos movimientos de Marte en el cielo, todos los planetas se mueven en elipses alrededor del sol, no en círculos como se creyó por tantos años.

    La segunda ilusión en tiempos históricos relacionada con el planeta del óxido de hierro dio origen a su más popular mito: la existencia de marcianos, una poderosa y avanzada civilización aparentemente en extinción que llegamos a creer realmente podría invadirnos y aniquilarnos siguiendo la imaginación de H.G. Wells en La Guerra de los Mundos. Todo esto gracias a una auténtica ilusión óptica surgida en 1877 en el Observatorio de Brera, en Milán…

    Hector Noriega

    Ponente. Investigador.

    Maestría en Astronomía (UNAM | NMSU) y Doctor en Astronomía por la Universidad Complutense de Madrid (UCM)

    Fundador de la Sociedad Astronómica Juarense, Cofundador del Proyecto Abel, Miembro de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, Miembro de la American Astronomical Society y Profesor de tiempo completo de Astronomía en UTEP.

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