Ser madre es, sin duda, uno de los roles más complejos y demandantes que existen. Criar a un hijo implica sacrificios, entrega y una dedicación que muchas veces es invisible para la sociedad. Sin embargo, en el delicado equilibrio entre la protección y la responsabilidad, ha surgido una problemática que es necesario abordar con firmeza y sin tapujos: aquellas madres que, por decisión propia, se colocan en situaciones de vulnerabilidad, utilizando a sus hijos como escudo para obtener beneficios económicos, evadiendo la responsabilidad de su propio desarrollo personal y profesional.
Es innegable que existen mujeres que, enfrentando circunstancias adversas, necesitan apoyo para salir adelante. Sin embargo, también es una realidad que en algunos casos, la maternidad se ha convertido en una coartada para perpetuar la dependencia económica, ya sea de las exparejas, de las parejas actuales que asumen roles que no les corresponden, de familiares o del Estado. Se apela a la compasión social y al bienestar infantil como justificación para no trabajar, dejando la carga económica completamente en manos de terceros, mientras que los hijos son utilizados como un argumento irrefutable para evitar cualquier esfuerzo por la autosuficiencia.
Este fenómeno no solo busca perpetuar la dependencia económica, sino que genera un impacto negativo en la infancia misma. Un niño que crece viendo a su madre en una situación de pasividad económica y social puede interiorizar un modelo de vida basado en la victimización y la falta de iniciativa, perpetuando así ciclos de dependencia que se transmiten de generación en generación. Además, se le priva del derecho fundamental a convivir y desarrollarse de manera saludable con ambos progenitores, una condición indispensable para su bienestar emocional y psicológico. La convivencia equitativa con padre y madre no es un lujo, es una necesidad vital para que los menores crezcan con estabilidad y afecto, alejados de conflictos y manipulaciones.
Además, el uso de la maternidad (o paternidad en algunos casos) como un mecanismo de obtención de beneficios económicos a costa de otros desvirtúa los esfuerzos de aquellas madres (o padres) que realmente enfrentan situaciones difíciles y luchan por salir adelante con dignidad. El discurso de la vulnerabilidad se convierte entonces en un arma de doble filo, donde el sistema, diseñado para brindar apoyo a quienes lo necesitan, se ve manipulado y desvirtuado, perdiendo credibilidad y eficacia.
Es imprescindible que como sociedad dejemos de normalizar este tipo de conductas y fomentemos una cultura de corresponsabilidad. Ser madre no debería ser sinónimo de dependencia eterna, sino de fortaleza y resiliencia. Es necesario promover políticas públicas que incentiven la capacitación, el emprendimiento y la inclusión laboral de las madres, brindando herramientas reales para que puedan construir un futuro autónomo sin recurrir a la manipulación emocional o económica.
En este debate, la educación juega un papel crucial. Debemos formar a las nuevas generaciones con una visión de maternidad basada en la autosuficiencia y la corresponsabilidad, donde ser madre no implique renunciar a la independencia económica, sino adaptarse a nuevas formas de desarrollo. Criar a un hijo no debería ser un pretexto para la inacción, sino una motivación para el crecimiento personal y profesional.
Es momento de hacer un llamado enérgico a las y los legisladores de todos los niveles y esferas de gobierno para que inicien un diálogo maduro, sin sesgos de género, con el fin de garantizar una justicia pronta y expedita, en la que el bienestar de los niños, niñas y adolescentes se coloque verdaderamente en el centro. Las leyes deben priorizar la convivencia equitativa con ambos padres, asegurando que la crianza no se convierta en un monopolio de un solo progenitor, sino en un esfuerzo compartido que garantice el desarrollo integral de los menores. La infancia no puede ser rehén de intereses ajenos; es momento de actuar con responsabilidad y sin prejuicios.
Hablemos de esto con franqueza. La maternidad no debería ser un escudo para eludir responsabilidades, sino una plataforma para construir un futuro más sólido, tanto para las madres como para sus hijos. Porque la verdadera protección de un niño no radica en el asistencialismo perpetuo, sino en el ejemplo de esfuerzo, superación y dignidad que recibe en casa.

Don Q. Chillito
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