Artemisa se levanta a las 4:30 am para trabajar en la industria, tiene tres hijos, dos jóvenes y un pequeño de cuatro, hace unos meses se separó su marido, las cargas del pasado, el peso del presente y las maletas llenas de un futuro incierto e inseguro llegan a atrofiar los músculos de la paciencia, se rompe, se agota.
Recorre un camino de 20 minutos en el camión de la maquila cavilando ; dando la vuelta a un pensamiento que recorre su cuerpo desde los pies hasta el ultimo de sus cabellos ¿Por qué a mi hermana?
Sabe que al llegar le espera una jornada en la que podrá distraerse al menos unas horas de una realidad que, aunque llena de amor le parece injusta.
Al detenerse el móvil, se da cuenta que se le han acabado los minutos buscando explicaciones lógicas para aceptar tranquilamente que la violencia es así, que no ha habido nada que hacer, no hay nadie a quien culpar y nadie que le ayude a sanar.
Se levanta de su asiento y Artemisa vuelve como tantas veces a tragar coraje en lugar de saliva, cierra los ojos buscando una luz diciéndose asi misma y a su Dios… “ Aquí voy de nuevo “… y entonces como todos los días camina y marcha a su destino conteniendo las lágrimas, pues además de sus hijos, sus sobrinos la sociedad completa esperan de ella fortaleza y resignación.
Esta es la marca de miles de mujeres, padres e hijos todos los días.
La marcha de la impunidad, de la disminución de presupuestos para reivindicar la vida de quienes han sufrido un tipo de violencia o prevenirla, un camino lleno acontecimientos inesperados que hacen mas y más pesada la perdida y el dolor. Un camino en el que a final del túnel no hay una luz, ni una sentencia, ni un apoyo, ni un aliento; un sendero donde solo se encuentran desafío tras desafío.
Puedan que existan “otros datos” pero a nuestra amiga no le consuela saber que en México la mitad de los feminicidios se consignan y que un 90 % quedan impunes, que solo en tres de cada cien asesinatos se llegan a consignar al culpable y que apenas el 1 %, solo el 1 % llegan a una sentencia.
Cuando esta con sus compañeras, Artemisa se da cuenta que no es la única que tiene problemas se empatiza con ellas y se da cuenta de que muchas (70%) han padecido un tipo de violencia, las entiende y las abraza, pero se cansa de sostenerse en pie.
El 08 de marzo se vistió de morado, consiguió una blusa sencilla que la hermanara con la causa y su dolor. Sabía que habría periodistas, listos para captar los pormenores de la muchedumbre su sosiego o su violencia, mujeres que la entendía y la habían apoyado, otras más que asistía por tomarse el selfi y mostrar sororidad este “día especial” que algunas desaparecían cuando las necesitaba.
Vería también a niñas y jovencitas, y en ellas recordaría el miedo de perder a su hija, a su sobrina o a la hija de una amiga.
Marcharía… y en el camino podría pensar lo mismo que todas las mañanas en su trayecto al trabajo, pero ahora no se quedaría con el nudo en garganta.
Caminaría deseando romper todo su paso, pues le quedaba claro que estaba lejos de ser ese 1 % de justicia por una sentencia del feminicidio de su hermana. Tenia ganas de rayar, quebrar, gritar y expresar ese día lo que todo el año se le atoraba en el alma.
Recordó seria juzgada de “violenta” le gente le diría que así no se arreglan las cosas y como estaba tan cansada como para todavía cargar con eso, opto por caminar lentamente en silencio.
Pudo ver a otras destruyendo cosas, no los juzgó, se guardó sus prejuicios pues no sabia su historia, observó los murales que resguardaban los edificios pensando en cuánto de ese dinero podrían invertirlo para ayudarle en la manutención de sus sobrinos, en la investigación del caso, cuando dinero podrían ahorrase … previniendo, apoyando, abrazando, entiendo, comprendiendo, resolviendo

Rocío Saenz
Lic. En Comercio Exterior. Lic. En Educación con especialidad en Historia. Docente Educación Básica Media y Media Superior, Fundadora de Renace y Vive Mujer A.C. Directora de Renace Mujer Lencería, Consultora socio política de Mujeres.