Hemos llegado a la era de las mujeres, de la paridad en la política, del intento de igualdad económica y nos aproximamos, por fin, a la equidad social que merecemos.
Hacemos arte y desastres en la misma medida que ellos, aunque sin enfrentar las mismas consecuencias…
Quienes buscamos el equilibrio reconocemos —como señalaba Rosa Montero— que, en una sociedad donde los roles se han desdibujado, las mujeres hemos emprendido un camino de autorreconocimiento, mientras los hombres parecen andar perdidos. Pero encontrar ese sendero no es, ni debe ser, nuestra responsabilidad. Y quizá tenga razón. O quizá no del todo.
Los hijos varones de hoy heredaron una historia violenta sobre su género, un prototipo impuesto por padres y abuelos que dictaba cómo debían ser hombres. Fueron cosificados en el rol del “macho protector”, inquebrantable y sin derecho a fallar: un modelo tan dañino como vigente en nuestra cultura.
Aprendieron lo que había. Luego, se toparon con una realidad contradictoria que exalta valores como la frialdad en los negocios o en la política, el éxito económico, la obligación de ser proveedores y la necesidad de mantener una imagen fuerte, aunque al mismo tiempo los rechaza por insensibles, materialistas, calculadores y posesivos.
Esta paradoja fue retratada a modo de pequeña novela por Ángeles Mastretta en Mujeres de ojos grandes, donde narra la historia de un hombre adinerado en un pueblo.
El patriarca, con su posición económica envidiable, se daba el lujo de tener una amante —esas cosas que ya no existen, o no del mismo modo—. Sus cuatro hijos, cansados del chismorreo pueblerino, se armaron de valor para encararlo:
—Oiga, apá, pues no nos parece lo que anda haciendo. Pobre de mi ama…
El hombre, imperturbable, les respondió:
—¿Ah, no les parece? Pues a ver, tú, el mayor, vete despidiendo del rancho que heredaste en vida y donde vives con tu familia. Al segundo le advirtió que ya era grandecito para costear sus estudios en el extranjero. A la tercera hija le sugirió que, si tanto le incomodaba, sacara a su esposo de trabajar en la hacienda. Antes de que pudiera seguir, la cuarta intervino apresurada:
—¡No, no, apá, si solo era un comentario! Ni haga caso, ya ve cómo es la gente de chismosa…
No se trata solo del uso del dinero como herramienta de control. Debemos reconocer que, aunque cuestionamos algunos patrones, seguimos celebrando el éxito masculino medido en función del peso de su cartera o su poder, reduciendo su valor humano a cifras y posiciones sociales.
¿Cómo orientar, entonces, a nuestros jóvenes en las nuevas masculinidades mientras los viejos prototipos familiares y las redes sociales insisten en exaltar al súper macho?
Construir una masculinidad positiva no es fácil. Los hombres de hoy luchan entre seguir el mandato tradicional —asociado a la reproducción del poder en la esfera doméstica— o desafiar ese modelo para competir con otras masculinidades en la prestigiosa esfera pública. Esta elección, muchas veces inconsciente y radicalizada, puede derivar en un desequilibrio psicoemocional que tarde o temprano afecta su calidad de vida.
Esto ocurre porque persisten espacios de socialización primaria que refuerzan la identidad masculina tradicional: la familia, los grupos de pares, el juego —especialmente el fútbol, práctica de socialización por excelencia entre varones— y, sobre todo, los espacios laborales.
Actitudes enseñan actitudes. Todos podemos manifestar, a través de nuestro comportamiento, los verdaderos valores de la equidad de género. Esto incluye eliminar expresiones sexistas como “tenía que ser vieja”, distribuir equitativamente las tareas del hogar y del trabajo, empatizar con la libre expresión emocional sin sesgos, equilibrar las cargas económicas y, sobre todo, dejar de medir el valor de las personas según sus posesiones materiales.
¡Ponernos más humanos!, como dice la Dra. Nilda Chiaraviglio, es la clave: entendernos más allá de lo que tenemos entre las piernas, para encontrarnos de forma armónica en la igualdad. Comprender, sin embargo, no significa aguantar —ni de un lado ni del otro.

Rocío Saenz
Lic. En Comercio Exterior. Lic. En Educación con especialidad en Historia. Docente Educación Básica Media y Media Superior, Fundadora de Renace y Vive Mujer A.C. Directora de Renace Mujer Lencería, Consultora socio política de Mujeres.