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    abril 19, 2024 | 18:06

    Dios, ¿Ahora por quien vamos a votar?

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    Con profunda tristeza el país observó la exacta realidad en la que se desarrolla la política mexicana, reducida a un basurero, sin ideas, realizada a base de puntadas y amarrada entre sí en extrañas coaliciones que, más que gobernar, intentan llegar al poder a como dé lugar.

    Como conclusión inicial es obvio que estamos en un serio problema como país. Diríamos, sin temor a equivocarnos que es el tiempo de replicar la oportuna frase “Houston, tenemos un problema”.

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    El resultado del debate del domingo 22 de abril no se mide con los puntos que otorga una sociedad politizada, fanática y ciega a la realidad de nuestro tiempo y circunstancia. Ni mucho menos nos puede arrastrar la andanada de comentarios de los conductores de programas de noticias, que hace años perdieron toda credibilidad por su falta de ética.

    Ahora sí estamos asustados. México no tiene un presidente de la república firme y seguro de lo que hará con el futuro del país, tiene aspirantes mediocres, pusilánimes, corruptos, mentirosos, megalómanos y llenos de compromisos con un poder que no se ve pero que está allí: Andrés Manuel López Obrador los llama la mafia del poder, pero en realidad es el grupo político que realmente gobierna México y que no está dispuesto que ‘alguien’ que no sea de su elección asuma la titularidad del poder ejecutivo federal.

    Me da miedo pensar en la llegada de cualquiera de los cinco que presentaron ayer una parte del futuro plan de gobierno.

    Me espantó escuchar la propuesta de Jaime Rodríguez Calderón, que se ha convertido en una mala copia de Eulalio Martínez, ‘piporro’; sus expresiones y posición como independiente norteño, al exponer como una promesa de campaña “cortar las manos a los que roben”, es una oda a la estupidez.

    Entonces, los imbéciles de las redes sociales, los creativos de pacotilla que abundan bajo el amparo cobarde de una cuenta de Facebook, llenaron Internet de memes insidiosos, provocativos y que vulneran la dignidad de los personajes que fueron utilizados en sus estúpidas caricaturas digitales.

    México no tuvo otra que divertirse ayer. La circunstancia no estaba para menos. A esa serie de respuestas, entre réplicas y contra réplicas, los candidatos a la presidencia de la república presentaron estampitas de las ocurrencias que han mal llamado propuestas de campaña.

    Ahora nos toca esperar el 1 de julio para que en la fiesta democrática de todos, como pueblo, determinemos quién puede ser el próximo presidente de la república.

    En el año 2011 conviví por primera vez con el ahora presidente Enrique Peña Nieto. Fue en el hotel Presidente de Acapulco durante una reunión de la Organización Editorial Mexicana.

    Junto al actual presidente de la república, entonces gobernador del Estado de México, fue sentado José Reyes Baeza quien era el titular del poder ejecutivo en Chihuahua.

    La relación entre ambos gobernadores era lejana. Reyes Baeza mostró una actitud de veneración, más de amistad o cercanía. Era evidente que la figura del mexiquense se imponía sobre la del gobernador de Chihuahua quien intentaba sostener una plática cordial, política y mesurada.

    Fue Reyes Baeza quien me presentó a Peña Nieto. Saludé a ambos cordialmente y me introduje en una plática sobre el Estado de Chihuahua en la que pude discernir una parte de la filosofía de vida de Enrique Peña Nieto.

    Decía el actual presidente que los chihuahuenses tenemos una peculiaridad, dice que batallamos para tutear a las personas y establecemos una distancia razonable cuando conocemos a un nuevo personaje.

    Fue entonces que descubrí que el futuro presidente de la república era una persona astuta, hecha a la usanza chilanga; superficial, hábil para cualquier conversación. Guardaba en su interior toda sombra de ambición, por eso nos fuimos con la finta.

    Unos meses después, en una reunión con periodistas, volví a convivir con el que ya era candidato del PRI al gobierno de la república. Las conversaciones capciosas, las bromas, las promesas, los diálogos en doble sentido, iban y venían.

    Fue entonces que comprendí que Peña Nieto no era un hombre tonto como me lo habían pintado, sino una persona carente de cultura, no se advertía en él un nivel académico universitario. Como abogado no me lo imagino litigando en un juzgado, ni siquiera sacando a un borracho de la cárcel.

    Se podía tener cualquier tipo de conversación con él y, aunque no dominaba los temas, tenía la astucia para salir de ellos sin ninguna complicación. Cuando se llegaba a otros niveles de conversación, Peña rompía el diálogo con una frase cómica haciendo referencias a sus adversarios políticos. En esa sinergia todos reíamos junto con él.

    En sus diálogos, recordaba algunas cosas de cada estado o región de la República mexicana. Citaba a personajes de la política, en ocasiones refiriendo apelativos, apodos o referencias… “el que se chingó la lana del Fideicomiso” y el interlocutor del ahora presidente daba el nombre… “ese cabrón…¿qué fue de él?”, señalaba Peña Nieto entre risas.

    Cuando lo tuve cerca, abrió el diálogo para el Estado de Chihuahua, recordó mi rostro y, con mucha familiaridad, me preguntó qué me había parecido Acapulco. Luego brincó al tema de la violencia en Ciudad Juárez. ¿Cómo andan las cosas?, me dicen que sigue cabrón.

    Allí estaba yo, definiendo primero lo que el futuro presidente interpretaba como ‘cabrón’ y refiriendo que su compañero de partido era un inepto para gobernar el Estado.

    Y luego vino la letanía que tenemos que dar los juarenses cuando nos acorrala la penosa pregunta del caos en que se ha convertido esta frontera. Y recordó los burritos “que se comen en cada esquina” y a Teto Murguía.

    No es un mérito conocer a quién nos gobierna. Soy periodista y a eso me dedico. Tampoco me chupo un dedo para creer lo que divulgan los ‘colegas’ de televisión que se sientan frente a las cámaras con una estrategia política.

    Y aunque la televisión ahora está más controlados por la infinidad de ‘analistas políticos’ que se han introducido los medios de comunicación electrónicos en nuestro país.

    Cada quién lleva agua a su molino, eso es innegable.

    Permanecer 36 años en el periodismo nos acerca a una realidad objetiva. Sé lo que representa para un político la llamada “prensa nacional”, con la que Javier Corral tiene orgasmos políticos; en el tiempo de Patricio Martínez, Reyes Baeza y César Duarte, era penoso ver en lo que se convertían las oficinas de prensa.

    Los divos de la prensa del centro del país, la infinidad de analistas políticos chilangos y toda esa caterva de comunicadores, se transformaban en un dolor de cabeza para los gobiernos.

    Una Lolita de la Vega que gritaba a los gobernantes, que exigía privilegios de los jefes de comunicación social que nunca quedaban bien con la conductora. La paseaban por todo el Estado, le rentaban los mejores hoteles y el gobierno conseguía las cadenas de radio para que la señora hiciera sus programas de radio y televisión que solo veían los políticos.

    En tiempos electorales venía a Chihuahua a ‘levantar la votación’ a los candidatos priistas y todos desfilaban por allí; en una elección se peleó con el PRI y ofreció sus servicios al PAN a quien le repitió la dosis de ‘solicitud de atenciones’.

    Y así la larga lista de reporteros y seudo reporteros que iban y venían. Algunos tenían una cuota fija en el gobierno y el moche se le depositaba en una cuenta bancaria bajo el concepto de ‘asesoría’ o ‘pago de imagen’.

    Toda la estructura de gobierno trabajaba al servicio de esa pléyade de soberbios que eran llevados de un lugar a otro; que acudían a las selectas tiendas de El Paso, Texas a llevar fayuca a costillas de los gobiernos… y del pueblo.

    A cambio, hablar bien del gobernador en turno, hacer ‘reportajes’ de la sierra, de las bondades de la administración y entrevistas a los funcionarios y políticos del momento, los periodistas recibían prebendas, apoyos y atenciones.

    No había distracción para nada, todos los escenarios se cubrían a gusto del político que ordenaba el pago y del periodista que se ponía como tapete para realizar “sus bajos instintos”.

    En el debate del domingo 22 de abril, es evidente que las conclusiones a las que llegan los comentaristas de televisión están rasuradas, carecen de validez.

    En particular no quería que ganara nadie. Ni estaba deseoso de propuestas ‘panaseicas’. Simplemente era un espectador más en este México que está a punto de elegir su futuro gobernante.

    Pero es decepcionante que un debate ramplón y pobre haya costado 20 millones de pesos; que cada candidato haya tenido su propio camerino y un maquillista a su servicio. Es frustrante que en esos camerinos colocaran fruta, botellas de agua y comida para los contendientes…qué decepción.

    Tristemente esa es la realidad de este país que todo lo convierte en show. Y luego viene la otra parte. Tristemente hemos dado el título de periodistas a comentaristas televisivos que por tener buena dicción y mediana inteligencia, los sentamos frente a una cámara como rectores de la moral social sabiendo que son una nueva camada de ricos en el poder y que sus espacios y comentarios los venden en la cadena de prostitución en la que se mueven a diario.

    Eso es lo que vimos el domingo 22 de abril, un show bien montado; una historia de perversión que dibuja al poder y a sus emisarios tal como son.

    Ahora tenemos un serio problema: ¿por quién votaremos? La exposición presentada por los candidatos nos abrió los ojos a una realidad que no esperábamos.

    Lo peor del caso es que las televisoras nos vendieron la idea de un debate…el INE contrató a periodistas que, en apariencia, no son vendidos pero que son parte del sistema político y conocen perfectamente cómo se mueve el poder político.

    Lo que yo diga en este espacio a favor o en contra de los candidatos, carece de todo valor objetivo porque el que tiene que sacar sus conclusiones es el ciudadano que observó este nuevo modelo de debate.

    Y aunque no espero nada del poder político, me resulta claro que hace tiempo dejé de creer en los hacedores de la política en el país y en sus paleros.

    Tan medidos están que me resulta difícil escucharlos. Veo como un autómata sus propuestas y procuro reírme de sus vaciladas, de sus estridencias.

    Qué duro debe de ser para Margarita Zavala presentarse en un foro y no poder convencer acerca de su buena fe, de su individualidad como militante de la política panista y como mujer. No le quito ningún mérito, pero frente a esa realidad, está marcada por las muertes que originó su marido en el famoso combate contra los cárteles de la droga.

    A Felipe Calderón, el esposo de Margarita, no se le mide por la forma en que condujo el país y lo administró, sino por su forma desmedida de beber que se ha convertido en un secreto a voces.

    Los memes son un compendio del reflejo social y en cada uno de ellos aparece como un vulgar borrachín, no importa ya si gobernó bien o mal el país. Aquí el escarnio está concentrado en su manera desmedida de tomar alcohol y en la parte ‘colérica’ de su carácter que es una característica de los alcohólicos.

    Y para completar la escena, tenemos que lidiar con el otro independiente, la mala copia del Piporro, Jaime Rodríguez Calderón, que es una vil comparsa del priismo para frenar a López Obrador.

    Tan solo con recordar su origen priista-independiente me causa escozor, porque la mente me lleva al pensamiento del fugaz movimiento o partido independiente de la ciudad y el Estado, que es una oda al fracaso como modelo de gobierno.

    Observo a Ricardo Anaya, que de acuerdo a las encuestadoras, es el ganador del debate. Me incomoda su sonsonete que replica el eterno mensaje de triunfo anticipado que es muy de los panistas; esa altanería con la que gritan a los cuatro vientos que son castos y puros.

    Resulta difícil creer a un modelo tan parecido al que tenemos en Chihuahua. Anaya es un clon de Javier Corral. Es la réplica de las promesas y ofrecimientos que se hicieron en su momento para la entidad donde vivimos y, por las mismas razones, podemos asegurar que el resultado será el mismo. Lo he dicho, son mujerujos de la política.

    Y qué decir de José Antonio Meade, secuestrado por quien lo llevó al poder, sin posibilidad alguna de desligarse del actual presidente de la república que es una vergüenza nacional por su desafortunado y corrupto gobierno.

    Decir que somos honestos no basta para convencer a un electorado que no cree en nada. El problema en México no es que el cínico gobernante se robe dinero, sino que venda al país para que otros se beneficien. Ese es nuestro lastre, nuestra carga negativa.

    La delincuencia en México subsiste no por la maldad de los mexicanos, sino por la corrupción de los políticos que abrieron la puerta y dejaron operar a los cárteles de la droga. Cada vez que cae un servidor público honesto bajo el fuego de los narcotraficantes, no se ve, pero es un hecho, que el que jala el gatillo no es el sicario, sino el corrupto político que permitió que operara con toda impunidad.

    Dejo al final la figura de López Obrador, no por ganador, ni por simpatía. Es todo un caso. Carente de cumplir las reglas, soberbio y rodeado de fantasmas que tarde o temprano saldrán de los escondites y cobrarán la cuota a quien se constituye ya como un futuro gobernante.

    A López Obrador le pasará como a Javier Corral: morirán como muere el pez, por la boca. Ese es el problema de los políticos modernos, que atacan todo lo que es glamur y cuando llegan al poder no pueden prescindir de él…es entonces que nos damos cuenta que el problema de México no son los mexicanos, no es la corrupción, no es la política económica. Nuestro problema somos nosotros que escogemos a cualquier garra de candidato que nos llena de ilusiones y, al final, no cumple.

    Rafael Navarro

    Periodista y Analista Político.

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