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    diciembre 14, 2024 | 7:29

    DESDE EL PARALELO MAGNÍFICO: La Conquista del Olimpo por Gutiérrez Pedregal (07-1)

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    <<06 El Recom, por qué el cielo no cae

    El Monte Olimpo (Olympus Mons) es el volcán más grande en Marte y en todo el sistema solar. Fue descubierto por la Mariner 9 desde el espacio, la cual se encontraba en órbita alrededor de Marte en 1971, después que una tormenta global de arena en el planeta rojo empezará a disiparse y expusiera de nuevo su superficie. Las primeras estructuras que emergieron una vez que la arena se asentó fueron los volcanes más grandes de Marte, los tres Montes Tharsis en formación diagonal y por supuesto, el más alto de todos, el Monte Olimpo.

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    Considerado geológicamente un volcán en escudo, el Monte Olimpo empezó a formarse hace unos tres mil millones de años después de repetidas erupciones volcánicas que arrojaron y acumularon periódicamente magma basáltico de baja viscosidad (muy fluído) sobre superficie marciana, creando al largo plazo un volcán de pendientes suaves que, visto de perfil, parece el escudo de un guerrero. El magma provino de un mismo punto caliente (hot spot) desde el manto, fluyendo hacia arriba a través del mismo lugar (caldera) sobre la corteza marciana, pues las placas tectónicas en el planeta son rígidas, no móviles como lo son actualmente en la Tierra. Como consecuencia, toda esa lava volcánica se concentró saliendo por un mismo punto de la superficie marciana, creando el espectacular Olimpo al paso de millones de años. Esta es la razón por la que los volcanes marcianos son más grandes que los nuestros.

    El Olimpo es hoy un volcán inactivo. Tiene un diámetro aproximado de 600 kilómetros (el tamaño del estado de Chihuahua) y una altura de 25 kilómetros, casi tres veces más alto que el Everest. Una caldera de 80 kilómetros de diámetro corona la cima del soberbio volcán marciano.

    La conquista de la cima del Monte Olimpo fue una de las primeras y más genuinas manifestaciones del deseo de gloria ante un reto fabuloso y excepcional a escala biplanetaria, sentimiento no obstante salpicado flagrantemente y para desconcierto de muchos por el ácido de la vanidad, tan viva, descarnada y humana como la conocemos en la Tierra. Pareciera que el lastre del egoísmo vanidoso, el menos probable en una empresa tan noble como lo es la conquista de un nuevo mundo, hubiera sido deliberadamente empaquetado y enviado al planeta rojo.

    Varios fuimos testigos que la misma gloria motora que inspiró a exploradores como Edmund Hillary y Roald Amundsen en la Tierra, tenía en Marte su contraparte en los conquistadores del Monte Olimpo, pero también que tal aspiración traía, infiltrada, una faceta tan opaca como deleznable por parte de algunos de estos hombres y mujeres intrépidos.

    El hecho es que, a excepción de un vulcanólogo y un químico, dos individuos (un médico y una ingeniera de infraestructura planetaria), simultánea y secretamente desde su llegada a Marte traían bajo su traje espacial un objetivo claro, muy cerca del rincón del corazón donde se guarda el orgullo nacionalista: el llegar a ser cada uno de ellos tres, a cualquier costo, el primero en conquistar el punto más alto del majestuoso volcán marciano. La proeza de escalar el Olimpo traía acompañada, de manera inmediata, la inserción de su nombre en el todavía muy transparente Libro de la Historia Marciana.

    Llegar al punto más alto del gran volcán adquiría así el cariz de un imperativo histórico, al menos para dos terrícolas en misión científica, un médico poco escrupuloso y una ambiciosa ingeniera de infraestructura. No obstante, las diferencias de visión entre los cuatro aspirantes eran de fondo: mientras dos de ellos pretendían conquistar el Olimpo sin sacrificar su misión científica, los dos restantes fraguaban un plan donde llegar a la cima del volcán se volvería su único objetivo en Marte, llevándolos incluso a falsear información profesional, a intentar sobornar a las autoridades locales y a boicotear los proyectos de sus competidores.

    Yo he visto el Monte Olimpo no más de dos veces a la distancia, ya puesto el sol, sin trinoculares, dejándome una sensación similar a la de las tenebrosas siluetas nocturnas de las montañas distantes en mis viajes en autobús cuando era niño, en la Tierra, particularmente en aquellos viajes con mis padres y hermanos rumbo a la Cd. de México.

    Todo aquel que ambicionara conquistar el Olimpo debía saber que su cima se alza 25 kilómetros por encima del terreno aledaño al volcán, y que por convención establecida por la Comisión Topográfica en 2026 desde la Tierra, la cima del mismo quedaba definida como “cualquier punto sobre el perímetro de su caldera”. Así, aquellos que realizaran la proeza se sabrían conquistadores en el momento en que, habiendo llegado a la orilla de la caldera lograran tener, hacia un lado del horizonte, la vista de la monumental base y las faldas del soberbio Monte, mientras que simultáneamente hacia el lado opuesto pudieran contemplar el majestuoso piso de la caldera a tres kilómetros de profundidad, directamente bajo sus pies.

    De esta manera, la ruta óptima a seguir por los alpinistas para llegar al perímetro de la gran caldera del Olimpo parecía ser, a primera aproximación, una trayectoria más o menos rectilínea partiendo de la base oriental del volcán en un punto de la misma que, aproximadamente, quedaría definido por la proyección de la línea recta formada por los cráteres Pangboche y Karzok, próximos a su cima, de acuerdo al vulcanólogo mexicano Julio Gutiérrez Pedregal.

    Este punto particular de partida, ahora conocido como el 3PK (Punto Proyectado Pangboche-Karsok), presentaba tres ventajas evidentes según Gutiérrez : 1) minimiza la distancia a cubrir por los alpinistas rumbo a la cima, 2) se localiza en una región de la base del volcán muy poco escarpada, ahorrándoles a los exploradores ineludibles acantilados y 3) la trayectoria hacia la caldera presenta una pendiente muy suave y uniforme que en ningún punto excede los 6 grados, salvo quizá los últimos kilómetros previos a la cima.

    Julio Marsén Gutiérrez Pedregal fue parte de la misma generación del 2030 que trajo a Canis, a Oisin y a los Rittenhouse a Marte, y uno de los más entusiastas, valientes y honestos científicos que he conocido. Formado como ingeniero geofísico en el Instituto Politécnico Nacional (IPN) de la Ciudad de México y doctorado en los Estados Unidos, fue el segundo académico mexicano en llegar al planeta rojo, como yo también a través de la Agencia Espacial Europea y de nuestras colaboraciones con instituciones españolas. Su misión científica aquí era muy específica: coordinar uno de los dos equipos de geofísicos planetarios que realizarían los primeros estudios vulcanológicos in situ de los Montes Tharsis, los señoriales monstruos volcánicos dormidos de Marte.

    07-2 La Conquista del Olimpo por Gutiérrez Pedregal>>

    Hector Noriega
    Héctor Noriega Mendoza

    Ponente. Investigador.

    Maestría en Astronomía (UNAM | NMSU) y Doctor en Astronomía por la Universidad Complutense de Madrid (UCM)

    Fundador de la Sociedad Astronómica Juarense, Cofundador del Proyecto Abel, Miembro de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, Miembro de la American Astronomical Society y Profesor de tiempo completo de Astronomía en UTEP.

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