Crisóstomo tenía cáncer de hígado y había pasado sus últimos días en la sede de la Iglesia en la capital.
El arzobispo “falleció de forma tranquila tras enfrentar la prueba de su enfermedad con valor, paciencia y resistencia cristiana” a las 6:40 de la mañana del lunes, según un boletín publicado por un equipo de médicos.
“Todos los que estuvieron con él durante las horas difíciles de su enfermedad experimentaron su humildad, amabilidad y profunda fe, así como su preocupación por su congregación”, indicó el comunicado.
El arzobispo, añadió el texto, dejaba un legado marcado por su “visión, audacia, respeto y restauración de la tradición histórica de la Iglesia, al igual que cambios innovadores que siempre aspiraban a la unidad de la Iglesia”.
“Siempre nos acompañarán su franqueza, amabilidad, educación y su sonrisa”, agregó el comunicado.
Alto e imponente, con la barba blanca tradicional de los clérigos ortodoxos, Crisóstomo rara vez evitaba opinar sobre cuestiones desde la política a las finanzas del país, lo que movilizaba a sus partidarios pero causaba consternación entre algunos políticos y otros críticos, que le reprochaban no limitarse a sus deberes religiosos.

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