Cuenta la leyenda la historia de un hombre llamado Narciso que, por gracia de los dioses, había nacido bello. En realidad, la mayoría de los hombres se sienten bellos; nacen empoderados, con una seguridad ancestral que se afianza en lo más profundo de su ser, desde la familia hasta el trono del poder. La belleza de Narciso permanecería bajo el hechizo de siempre y cuando no se conociera a sí mismo.
Sin la posibilidad de saber quién era, también se limitaba su capacidad de conocer y amar a los demás, a quienes su particular condición despertaba todo tipo de pasiones. Ignorante de sí, el legendario hombre osaba desestimar todo tipo de afecto. Uno de ellos fue el de Eco, quien, al demostrarle su amor, fue cruelmente despreciada por él.
Dicen que, impulsado por Afrodita, cierto día se acercó al río, donde —para su mala o buena suerte— vería su propia imagen… cayendo en el embrujo de su propia fascinación, Narciso se hundió en la búsqueda desesperada de tratar de abrazarse a sí mismo.
La patología del narcisismo no es nueva; ha estado presente y adaptándose a todos los tiempos. La psicología moderna ha identificado sus características como rasgos predominantes en muchos hombres, aunque no excluye a las mujeres.
Siglos después del mito, en esta sociedad hiperconectada e individualista, todos somos un poco narcisos: enamorados y ensimismados en nuestras propias visiones y propósitos personales, atrapados en la selfie, capturando las cualidades que nos distinguen ante un mundo que promueve la unidad con actitudes ególatras.
Las relaciones de poder basadas en el género han justificado la arrogancia y la frialdad de los Narcisos. Su actuar distante y poco empático se normaliza bajo la idea del “hombre dador por caridad” en lugar del “hombre que comparte por amor”.
Las actitudes y valores de cada quien no están en cuestión ni bajo el escrutinio social. Los Narcisos existen y existirán, protegidos por una organización desigual que prioriza las cualidades masculinas. Cada quien elegirá su propia imagen de hundimiento, si así lo desea.
Lo verdaderamente preocupante es cuando estos perfiles trascienden. Cuando, en la esfera pública, las actitudes narcisistas y ególatras se impregnan en el destino de una institución o de un proyecto.
¿Cómo confiar en un líder que se convierte a sí mismo en el único objeto de amor?
¿Cómo construir sociedades con personalidades que tienen dificultades para establecer compromisos de amistad, reciprocidad y trabajo colaborativo?
Bajo esta mirada se esconde el autoritarismo, disfrazado de una falsa humildad que aparenta pasividad, ecuanimidad y madurez. Pero sus acciones pierden significado cuando, en nombre de ellas, se esconde la minimización del otro —ya sea profesional o emocionalmente—. Sus actos son solo una fuente de gratificación y reafirmación de su valía, despreciando toda forma que no encaje con su universo egocéntrico.
Los Narcisos no son fáciles de identificar. A veces se disfrazan de misterio; otras veces, de personalidades al estilo Tony Stark: magnificando el estatus social, el héroe de cara afable entregado a una causa que “ayuda a todos”, pero que no es capaz de comprometerse profundamente con nadie. También se ocultan en falsos liderazgos: aquellos que tienen nombre, institución y seguidores, pero jamás un equipo real de apoyo.
El tipo narcisista hace daño en toda relación interpersonal por su desdén afectivo y su cosmovisión centrada en sí mismo. “Ayuda”, sí, porque el efecto caritativo suma a su fachada de interés, pero lo hace desde la necesidad de su propio reflejo.
Un Narciso por sí solo —porque además le gusta operar así— ya tiene sus bemoles. Pero varios Narcisos juntos consolidan una feria de egos, globos inflados de falsedad y frialdad.
Imagino un bosque donde los leñadores, en lugar de buscar juntos los mejores troncos, se acercan al río, añorando el reflejo de su propia belleza. Y ahí, cada uno enamorado de sí mismo, va hundiéndose, tratando de alcanzar la falsa belleza del espejo del agua. Olvidándose de cortar la leña que podría calentarnos a todos y permitirnos vivir mejor.

Rocío Saenz
Lic. En Comercio Exterior. Lic. En Educación con especialidad en Historia. Docente Educación Básica Media y Media Superior, Fundadora de Renace y Vive Mujer A.C. Directora de Renace Mujer Lencería, Consultora socio política de Mujeres.