La historia de Estados Unidos tiene la costumbre de repetirse, pero con distinto rostro en la mira.
Hubo un tiempo en que el enemigo era el afroamericano. Otro, el irlandés. Más tarde, los asiáticos. Hoy, el enemigo público número uno tiene nombre latino, piel mestiza y trabaja más de lo que duerme. Las redadas del ICE no son simples operativos migratorios. Son espectáculos políticos.
Son advertencias. Son, en el fondo, la reedición disfrazada de una vieja guerra civil: aquella en la que el sur blanco defendía su “modo de vida” frente a lo que percibía como amenaza. Hoy, esa amenaza no es el fin de la esclavitud, sino el avance imparable de los inmigrantes.
Durante años han sembrado el discurso: “nos quitan el trabajo”, “colapsan el sistema”, “no respetan nuestras leyes”.
¿Y qué hacen entonces? Redadas a las cinco de la mañana. Familias separadas. Niños temerosos de regresar de la escuela sin encontrar a sus padres. Ciudadanos con apellidos latinos interrogados por su acento.
Pero aquí está el giro inesperado: los latinos ya no se esconden. Se organizan.
Desde California —donde alguna vez germinó la lucha por los derechos civiles afroamericanos— hoy florece una nueva revolución. No con rifles, sino con pancartas, micrófonos, redes sociales, asambleas comunitarias. No solo con líderes carismáticos, sino con miles de trabajadoras de limpieza, jornaleros, estudiantes, madres y padres con doble turno y dignidad intacta.
El sur de Estados Unidos está hablando. Y habla español. Habla mixteco, náhuatl, garífuna, inglés chicano. Y, sobre todo, habla claro: no nos iremos. No sin luchar. Porque, sí, hay dos bandos.
Por un lado, el que se aferra a la idea de una nación blanca, anglosajona, protestante y de clase media.
Por el otro, el de quienes construyen, limpian, cosechan, educan, curan y resisten. No es una guerra por territorio: es una guerra por el derecho a existir. Y mientras los supremacistas blancos ondean sus banderas coloniales y gritan “America First”, los inmigrantes tejen una nueva bandera hecha de lucha, memoria y pertenencia. California lo entiende.
Siempre ha sido cuna de movimientos históricos: ahí nació el Black Power, el movimiento LGBTQ+, las huelgas campesinas con César Chávez. Y ahora, también, emerge una nueva resistencia migrante.
No nos equivoquemos: esto no es un problema exclusivamente estadounidense. Es una crisis humanitaria internacional. Lo que ocurre allá es reflejo de una política global que criminaliza la pobreza, la piel oscura y el idioma extranjero.
Las redadas no son operativos. Son castigos. Son el miedo de una nación que envejece, que ya no se reconoce en el espejo y que le teme al futuro… porque ese futuro se apellida Hernández, López o García. Pero ese futuro también vota, marcha, educa, canta, escribe y sobrevive.
Ese futuro se organiza desde el exilio. Y no olvida de dónde viene. Mientras el ICE cierra puertas, los latinos abren caminos. Y eso, eso no se puede deportar.

Ángeles Gómez
Fundadora en 2014 de Ángeles Voluntarios Jrz A.C. dedicada al desarrollo de habilidades para la vida en la niñez y juventud del sur oriente de la ciudad. Impulsora del Movimiento Afromexicano, promoviendo la visibilización y sensibilización sobre la historia y los derechos de las personas afrodescendientes en Juárez.