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    diciembre 2, 2025 | 14:59

    Macron, vino, protestas y bofetadas: Crónica ligera de un presidente no tan ligero

    Publicado el

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    Hoy vamos a hablar un poquito de geopolítica, pero no se me vayan todavía, que esto viene con chisme incluido. Vamos a hablar de un personaje que tal vez no todos ubican al vuelo, pero que ha dado mucho de qué hablar en Europa y también por aquí entre croissants y memes: Emmanuel Macron, presidente de Francia.

    Y no, no me refiero al cantante romántico que seguro suena en el karaoke del barrio, sino al presidente de verdad, ese que gobierna la tierra del vino tinto, las baguettes y los besos dobles en la mejilla.

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    Macron llegó al poder en 2017, con apenas 39 años. Se convirtió en el presidente más joven en la historia moderna de Francia. Pero lo que lo catapultó más allá de los titulares políticos fue su historia personal tipo novela francesa con giro de telenovela latina: su esposa, Brigitte Macron, es 24 años mayor que él, y fue nada menos que su profesora de secundaria. Sí, eso. Como si en tu reunión de exalumnos te enteraras que el de la banca de atrás ahora es el Primer Ministro… y está casado con Miss Literatura.

    Me acuerdo nada más hace un par de años, cuando este humilde escritor —acompañado de mi bella familia: mi hermosa esposa y mi bebé, el ya no soy un bebé papá, andábamos caminando por la ciudad del amor, donde todo era risas, arquitectura y croissants, hasta que, de pronto… manifestación. Y no una cualquiera, no. Una de esas con megáfono, banderas y energía revolucionaria que hace temblar hasta los cimientos de la Notre Dame.

    Bueno, entonces recién encendidita —la Notre Dame, digo— ahí íbamos caminando rumbo al Barrio Latino, cuando nos topamos con lo que parecía una escena sacada de “los miserables” pero versión contemporánea. Gente por todos lados protestando contra el presidente. ¿La razón? Macron quería subir la edad de jubilación de 62 a 64 años. ¡Dos años más y la revolución estalla! Ah, perdón, ya estaba estallada.

    Mi hijo aprendió el nombre de “Macron” antes que el del presidente de nuestro país. Así de grave estaba el asunto.

    Y si no me creen, había manifestantes tan creativos que instalaron retretes portátiles en la orilla del río Sena justo por donde iba a pasar Macron nadando para esa idea loca de hacer el nado sobre el rio Sena, de miedo y asco para muchos. Una forma muy francesa de decirle al presidente: “Lo tuyo huele feo”.

    Pero como turista, uno lo ve distinto. El metro, por ejemplo, fue remodelado para los Juegos Olímpicos. Aunque muchos franceses se quejan y dicen que eso solo va a traer más caos (así como el mexicano de la llama eterna), todo sigue funcionando con ese tipo de desorden elegante que solo en París puede parecer sofisticado. Es un caos con traje.

    Los franceses son un pueblo urgido de soluciones: quieren arreglar hasta el más mínimo detalle. Pero al mismo tiempo, viven con una tranquilidad pasmosa. Para que se den una idea, allá es completamente normal ver a un niño de cinco años yendo solo a la escuela. Se sube al metro, hace transbordo si es necesario, estudia, y regresa a su casa… solo. Como si tuviera 19 años y fuera a ver a la novia.

    Ahora, eso sí, dentro de toda esa calma y civilización, siempre está latente el espíritu francés más puro y clásico… el de salir a las calles a exigir. Protestar no es un derecho, es un deber cívico con el dramatismo de una ópera y la pasión de una final de fútbol. Si algo no funciona, si los impuestos no se ven reflejados en los servicios públicos, si el tren llegó dos minutos tarde o si alguien propuso tocar la edad de jubilación: se arma la revolución.

    Y aquí es donde uno, como mexicano, no puede evitar comparar. Allá protestan porque el camión no pasó exacto a las 7:03. Aquí, si pasa y no va incendiado, ya damos gracias. Ellos exigen con megáfono, pancarta y calendario sindical en mano. Nosotros, muchas veces con un loche, con resignación y un “ni modo, así es aquí”. Ellos hacen huelga si el croissant subió 10 centavos. Nosotros hacemos memes si la gasolina se triplica.

    Pero hay algo admirable —y hasta contagioso— en esa actitud francesa de no dejar pasar ni una. No se trata solo de pelear por pelear (bueno, a veces sí), sino de una convicción profunda de que el Estado les debe algo, porque ellos ya cumplieron pagando sus impuestos. Y si no lo reciben, pues se lanzan a las calles. Porque allá el civismo no es una clase de secundaria, es una actividad cotidiana.

    Pero bueno aquí no veníamos hablar de que bonito sino la verdad, Macron ya estaba acostumbrado al descontento popular, bueno quien no, pero en 2021 la cosa se puso física. Durante un acto público, un ciudadano se acercó, le agarró la mano y ¡pum! le soltó una de esos que nada más se ven en la arena México. Bofetada al grito de “¡Abajo el macronismo!”. El agresor terminó en prisión, y Macron, con una mezcla de dignidad herida y sonrisa diplomática, siguió saludando como si nada.

    La escena recorrió el mundo y se convirtió en uno de esos momentos donde la política se cruza con la Santa Cachetada Justiciera al estilo del Santo. Un presidente moderno, global, amante de las reformas… y víctima de una mano rebelde.

    ¿Pero que pedo con… El segundo changazo de esos de los de ámame pero no me dejes… ¿conyugal?

    Y como la vida tiene sentido del humor, en 2025, si hace unos dos días, volvió a pasar algo similar, aunque esta vez fue con su esposa, la “Smokin’ teacher” Brigitte Macron durante una visita oficial a Vietnam. Las cámaras captaron lo que pareció un empujón, un manazo, o al menos un “estate quieto” conyugal de esos que se entienden sin palabras. La escena se viralizó en segundos.

    Macron aclaró que fue “una broma entre esposos”, una especie de complicidad marital. Pero el internet no perdona, y las teorías no se hicieron esperar: ¿le estaba reclamando algo? ¿Le recordó que sacara la basura? ¿Fue simplemente un reflejo francés?

    Emmanuel Macron no es un político aburrido. Entre sus reformas impopulares, su historia de amor de película y los manazos que ha recibido dentro y fuera de casa, Macron ha navegado una presidencia llena de contrastes.

    Francia lo quiere, lo odia, lo parodia y lo abofetea, todo en una misma semana. Y mientras tanto, uno como turista intenta no quedar atrapado entre la huelga, la remodelación del metro y una buena copa de vino.

    Porque si algo hemos aprendido del presidente francés es que:

    le gustan cougars…

    y que le peguen.

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    Daniel Alberto Álvarez Calderón

    Político y abogado chihuahuense con experiencia legislativa y empresarial. Exsubdelegado de PROFECO, ex dirigente del PVEM en Ciudad Juárez y cofundador de Capital and Legal. Consejero en el sector industrial y financiero, promueve desarrollo sostenible e inclusión social.

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