El día de ayer le mandaba mis saludos y felicitaciones a un colega del profesorado, uno de los de mayor experiencia por lo del día del maestro. Después de los saludos cordiales y las felicitaciones mutuas, me preguntó cómo me estaba yendo con mis alumnos. A lo que le respondí que bien, pues afortunadamente tengo jóvenes educados y entendidos, claro que con sus bemoles y con la inquietud propia de la adolescencia pero nada fuera de lo normal. Después le pregunte como le estaba yendo con las nuevas generaciones en la universidad ¿Qué discutían y que intereses traen ahora?
A lo que mi colega me respondió que todo está nefasto. Que se nota que los tiempos han cambiado y para mal. Esto está sostenido por un profesor de universidad que le tocó migrar para poder estudiar una profesión. Recuerdo que me platicó que cuando el ingreso a la educación superior allá por los 70’s, eran grupos de hasta 100 alumnos. Todos ellos conscientes de lo que les había costado estar allí sentados. Después los grupos los dividieron a la mitad, 50 alumnos máximo. En aquellas décadas, me decía él, una oportunidad laboral era quedarse a dar clases en la universidad, que era algo normal. Conforme fueron avanzando los años, los grupos se fueron dividiendo más. De 50 pasaron a ser 25 en las aulas en los 90’s.
Después la plática la dirigimos a Ciudad Juárez y decíamos que dependiendo de las ofertas y demandas de una ciudad, son las licenciaturas que más se llenan pero que también reflejan los males que padecen, por ejemplo yo recuerdo que en el Instituto de Ciencias Sociales y Administración (ICSA), en la UACJ, las más numerosas en su matrícula son Derecho, Psicología, Administración de Empresas, Contaduría y Educación. Pero luego le plantee a mi colega que en Humanidades los grupos eran aún más pequeños, que el más numeroso que vi fue de 20 alumnos, mientras que me tocó estar en uno de tres pero también supe de unos donde solo había un alumno.
Es verdad que no hay interés en las letras pero ¿Qué están haciendo los que pasaron por las humanidades?, recuerdo que algunos profesores míos en la academia se quejaban de los alumnos de nuevo ingreso, que no traían nada y que no sabían a donde iban a llegar estos muchachos. En su momento me preocupó pero ahora que me toca estar a mi frente a grupo y con alumnos más jóvenes, he entendido que el problema en el ejercicio del profesorado, no son los alumnos, son los propios profesores. Es verdad que se necesita vocación, pasión y gusto por lo que se hace más otras virtudes.
Pero si no entendemos que el alumno ya no quiere una atención personal, porque no le interesa ese contacto, me refiero a la atención humanista. El alumno de hoy en día no sabe y no quiere saber lo que es estar sentado y callado en clase por 50 minutos o más, esa fue nuestra manera de entender la clase, el conocimiento y la escuela. Pero ellos ahora no. Mientras las autoridades educativas de todos los niveles, incluyendo directivos de las escuelas no entiendan que estamos formando otra generación de gente joven, este dolor de cabeza seguirá, la indisciplina seguirá, los reportes, notificaciones seguirán.
Muchos de los burócratas educativos no saben el dolor y pesar de los profesores que con mucho esfuerzo preparan una muy buena clase, que al final del día se disuelve en la banalidad y tecnicismos ambiguos, porque hay que callar a los alumnos, porque tienen otras cosas en que pensar y porque seguimos usando métodos que ya no van. El profesor que entienda esto, sabrá que no es su culpa tener un alto índice de reprobados, pero sería mejor que la gente de escritorio lo entienda pronto y mejor… pero no pasará. Así que Feliz Día del Maestro. Por cierto, profesores que estén interesados en seguir haciendo clases de calidad, graben sus clases y subanlas a una plataforma.
Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Profesor en Preparatoria Lobos de la Universidad de Durango Campus Juárez y en la Escuela Preparatoria Luis Urias.
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