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    abril 19, 2024 | 19:31

    La piel del Imperio

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    Con el fallecimiento de Mijail Gorbachov, el último líder de la extinta Unión Soviética es inevitable mirar atrás, y aunque a simple vista pudiéramos pensar que grandes son los cambios por los que ha atravesado Rusia para transitar de un régimen comunista a convertirse en un país “capitalista” y “democrático”. Pero esta transformación es solo en la superficie, a las primeras capas su pátina revela la verdad.

    Rusia vive bajo un sistema “aparentemente” capitalista. Cuenta con un sistema bancario, tiene acceso al mercado de valores, reconocimiento pleno de la propiedad privada, libre comercio, clases sociales, trabajo asalariado, obtiene grandes ingresos por la venta de gas y petróleo, además de contar con una horneada relativamente nueva de súper mil millonarios, todos ellos elementos propios de un sistema capitalista.

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    Las grandes cadenas multinacionales y transnacionales que han hecho de Moscú, una de las principales capitales del lujo y el consumo con ventas anuales alrededor de los 7 mil millones de euros antes de las sanciones económicas impuestas por la comunidad internacional, reforzaban esa idea.

    Pensar que Rusia de un plumazo había borrado un pasado comunista, y abrazado el sistema económico, político y social del que había sido enemigo por tan largo tiempo, sería una premisa además de simplista, bastante inexacta. El transitar de un extremo a otro, ha sido desde la posición de quien se quita un abrigo y se pone otro.

    Para poder entender cómo puede ser esto, creo que es necesario cambiar la lente con que se mira. Rusia es un poder imperialista mucho antes del capitalismo, la Perestroika y del mismo Lenin. Un imperialismo en el que el control queda a manos del Estado, y en el que el Estado más fuerte ejerce un dominio sobre su área de influencia.

    Entendida su esencia es un poco más sencillo comprender su eclecticismo económico/político. Sí, es cierto que al día de hoy cuenta con un modelo capitalista, pero con una economía supeditada al Estado, básicamente se trata de un capitalismo de Estado, el cual es gobernado por una gruesa burocracia que aporta casi el 60% del PIB. El Estado ruso es el segundo mayor empleador del mundo, solo superado por China.

    Una economía en la cual el Estado está presente en prácticamente todas las actividades económicas, desde las áreas estratégicas de seguridad, ciencia, tecnología, hasta aquellas ligadas al ocio y al entretenimiento. El Estado sigue manteniendo una situación de omnipresencia en todos los ámbitos de la vida de sus ciudadanos.

    Con el inicio de la Perestroika, (1985) que consistía básicamente en una reestructuración política y económica para reorganizar el sistema socialista y que culminaría con la caída de la Unión Soviética (19991) la presencia del Estado en la vida económica a través de la propiedad pública o estatal, pasó del 90% al 35%, pero desde la llegada de Putin al poder en Rusia, los números se han revertido, hoy el Estado es prácticamente dueño de todo, junto con una élite de antiguos dirigentes comunistas.

    Es el Estado quien controla los precios de compra, venta y renta de vivienda, los salarios, los servicios como agua, energía eléctrica, gas, transporte, hasta los alimentos, no lo hace por vía política a través de decretos y subsidios, lo hace a través del mercado donde sencillamente el sector privado no tiene poder de competencia, incluso en algunas áreas ni siquiera presencia.

    Y aunque la tasa de impuestos es muy baja para operaciones, es muy difícil que las empresas privadas ya sean multinacionales o transnacionales entren a Rusia, pues el Estado es quien tiene todo el control de los recursos estratégicos, además de ser quien decide a quién le da juego o no sobre el ingreso de inversiones y capitales extranjeros.

    Así que sí, Rusia es un país capitalista, pero de un capitalismo un tanto diferente al que los teóricos y las corrientes económicas establecen como un modelo económico social. El capitalismo que se vive en Rusia es un poco light y bastante discrecional, es lo que muchos han llamado un capitalismo “entre amigos”.

    Esto no es más que el poder político y económico en manos de unos cuantos allegados al gobierno, que de manera tradicional han estado ligados al Partido Comunista y que tras la disolución de la URSS y el inicio de la privatización de las empresas se quedaron prácticamente con todo, tenían una posición privilegiada y ante la anarquía y la corrupción (otro de los emblemas del imperio) dieron vida a lo que hoy se conoce como oligarcas.

    Una nueva elite que pocos en el mundo gozan no solo del poder económico, sino también de un desproporcionado poder político. Oligarcas que surgen en dos oleadas, la primera tras la privatización de las empresas rusas y la caída de la URSS en la que se hicieron con un gran número de empresas estatales vendidas a muy bajo precio y la segunda con la llegada al poder de Putin quien dio de nuevo impulso a este grupo con el otorgamiento de contratos ligados al Estado en los cuales empresas privadas venden servicios al gobierno a un precio mucho, pero mucho mayor que el del mercado. ¿Le suena de algo?

    Pero la mayor fuente de riqueza y de negocios en Rusia es sin duda alguna la corrupción, la cleptocracia como forma de poder y que ha permitido a Vlaidmir Putin reforzar su poder.

    Así que si usted se estaba preguntando qué es Rusia, podrá darse cuenta que es un dinosaurio vestido de Gucci con iPhone de nueva generación y visa Infinite Card. Su verdadera esencia corresponde a la del imperio, un imperio que ha sobrevivido a sí mismo, a la crueldad de los zares, la diatriba perversa de Lenin, las purgas genocidas de Stalin, a dos guerras mundiales, la caída del infierno y la reencarnación del Estado en la figura de Putin.

    ¿Es Rusia un país pobre? No, no es pobre, está muy lejos de serlo, pero tampoco es una súper potencia económica. ¿Es un país socialista? No, ya no lo es más, pero tampoco es un país liberal y está muy lejos de ser un país democrático.

    Es La piel del imperio de la que escribiremos más la próxima semana.

    Claudia Vazquez Fuentes

    Analista Geopolítica.

    Maestra en Estudios Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona.


    Las opiniones expresadas por los columnistas en la sección Plumas, así como los comentarios de los lectores, son responsabilidad de quien los expresa y no reflejan, necesariamente, la opinión de esta casa editorial.

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