Hay imágenes que dicen más que cualquier discurso. Claudia Sheinbaum, la primera mujer presidenta de México, aparece cada vez más sola en la fotografía del poder. Sola en los acuerdos, sola en las decisiones, sola frente a un país que se resquebraja en muchas partes. Pero, lo más doloroso, sola incluso dentro de su propio partido.
La soledad de una mandataria no siempre es visible en las cámaras. No se refleja con claridad en los comunicados oficiales ni en los eventos multitudinarios. Pero se siente. Se percibe en los silencios incómodos de su bancada. En las iniciativas que no pasan. En los aliados que prefieren el cálculo político antes que la convicción. Se nota, sobre todo, en la forma en que la presidenta ha tenido que refugiarse —con una mezcla de pragmatismo y necesidad— en gobernadores que no comparten su ideología, porque los suyos no le ofrecen cobijo.
Y no es cualquier cobijo el que necesita. Es el de la gobernabilidad, el de la legitimidad operativa, el del respaldo real y no solo simbólico. Gobernar México no es tarea menor. Lo saben todos los que han pisado Palacio Nacional. Pero hacerlo cargando con un Congreso que responde más al ego de sus líderes parlamentarios que al proyecto de nación de su presidenta, es casi un acto de resistencia.
Veamos los hechos. Su bancada no ha sido capaz de sacar adelante las reformas que ha impulsado con urgencia. La única que aprobaron fue la de nepotismo… pero con vigencia hasta el año 2030. Una concesión con trampa. Una burla camuflada. También quiso posicionar una candidata cercana para presidir la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, pero se lo negaron. Y cuando no le dicen que no, la ignoran. Le dan largas. La dejan en visto, como si se tratara de una funcionaria más y no de la jefa del Estado mexicano.
Esa soledad no es romántica, ni literaria. Es peligrosa. Porque una presidenta sola, sin un equipo que la respalde con firmeza, queda atrapada entre las presiones de adentro y las amenazas de afuera. Queda expuesta a improvisar, a reaccionar en lugar de planear, a depender de operadores que no comparten su visión de país. Y eso, en un momento de alta complejidad nacional, es francamente alarmante.
Claudia Sheinbaum no llegó ahí por accidente. Representa un proyecto, sí. Pero también representa una conquista simbólica para millones de mujeres. Su presidencia debía ser un parteaguas, no una isla. No puede —no debe— enfrentar los demonios de la inseguridad, la migración, la presión internacional y la debilidad institucional sin una estructura sólida que la acompañe. No solo por ella. Por México.
Y sin embargo, aquí estamos. Viéndola caminar sola, con la mirada firme pero el entorno resquebrajado. Acompañada a veces por quienes ni siquiera creen en ella, mientras los suyos hacen cuentas para 2030 como si gobernar fuera solo una carrera de relevos y no una responsabilidad compartida.
La historia no perdona a los tibios. Ni a los partidos que abandonan a sus líderes cuando más los necesitan. Es momento de que el partido que llevó a Claudia Sheinbaum a la presidencia recuerde que sin unidad, sin respaldo y sin convicción real, no hay proyecto que sobreviva. Y eso se visualiza para el 2030. Es momento también de que ella deje de cargar sola con el país, porque México necesita dirección, sí, pero también necesita equipo. Y si no la encuentra en su partid lo hará en otro lado.
Que no se le olvide a nadie: la primera presidenta de México no está sola porque quiera estarlo. Está sola porque la han dejado sola. Y esa soledad, si no se cuida, la pagaremos todos.

César Calandrelly
Comunicólogo / Analista Político