Escribo estas líneas durante la tarde del 23 de Junio. Es el día más largo del año en el Hemisferio Norte y el más corto en el Hemisferio Sur. Afuera está cayendo una lluvia tremenda. El bosquecillo que nos cubre apenas logra contener el chaparrón que está embarrando los caminos. Por si fuera poco, el viento zarandea con fuerza los robustos árboles. Los truenos caen tan cerca que sólo pasan unos escasos segundos entre el fogonazo y un estruendo que hace vibrar los cimientos de la casa. Es un tiempo indeseable. Sobretodo después de un invierno espantoso en Norteamérica que parece no acabar nunca.

Observo pensativo esa tormenta que amenaza en convertirse tornado y miro el reloj. Ya es casi medianoche en España. En este preciso instante, mis paisanos celebran la magia de la noche más breve. Lo hacen al calor de las hogueras de San Juan. Y anhelo como nunca las agradables noches estivales cuando aún flota en el seco ambiente los restos del bochorno del día. Veo en internet que mis amigos están actualizando fotografías donde se preparan para recibir al verano.

Y es que la festividad de la noche de San Juan es una tradición milenaria que se celebra en cada pueblo. El lugar de reunión es siempre un espacio amplio y abierto. Algunas localidades lo celebran en la plaza central, otras en un aparcamiento público y muchos en la playa. La gente se congrega alrededor de una pira de madera que suele servir de base a un enorme muñeco cuya forma y temática varía según el presupuesto del ayuntamiento y la tradición de la zona. A medianoche se prende fuego al monigote y, en pocos minutos, la hoguera queda reducida a ascuas. La gente suele escribir sus deseos en papelitos que lanzan al fuego con la intención de que se cumplan. Después, los más atrevidos saltan sobre las brasas para divertirse y atraer la buena suerte. Todo acompañado con música, bailes, alcohol y mucha agua que los bomberos lanzan hacia toda direcciones para hacer más soportable el calor.

Aunque esta vieja tradición no resulta exclusiva de España. Se celebra también en Portugal, los países nórdicos, Inglaterra y una parte importante de Sudamérica y el Caribe. ¿Cómo pueden países con tradiciones y culturas tan dispares festejar un acontecimiento semejante? Porque el recibimiento al solsticio es un sincretismo entre las religiones paganas y cristianas. Originalmente, las culturas precristianas homenajeaban la llegada de la estación cálida y agradecían al Sol los frutos que la época traía. También suponía una fiesta de purificación donde se bendecía al ganado y representaba un final de ciclo para las personas. Terminaba todo lo que había sido malo durante el año anterior y se esperaba comenzar el nuevo con buena suerte y prosperidad.

Los cristianos intentaron erradicar cualquier resquicio cultural que no estuviera amparado por la “razón” bíblica. Al resultarles imposible tal cometido, adaptaron la tradición conservando la esencia pero dándole un envoltorio cristiano. De ahí que terminara conociéndose como la Fiesta de San Juan, aunque el propósito fuese idólatra. El mismo problema que la Santa Iglesia tuvo en Latinoamérica. Las civilizaciones precolombinas hacían rituales parecidos de adoración al Dios Sol. La llegada de los Conquistadores trajo un plan de conversión total que no llegó a cuajar completamente. Por eso, la celebración en Sudamérica varía mucho de un país a otro. Desde una especie de carnaval en Cuba a baños de purificación en los ríos de la cordillera andina.

Sin embargo, la celebración que siempre me ha fascinado más de esta noche es la de San Pedro Manrique. Este pequeño pueblo al norte de Castilla celebra desde hace siglos el famoso “Paso del Fuego”. Tradición que se lleva a cabo en un pequeño anfiteatro junto a la iglesia del pueblo. Un lugar acondicionado únicamente para tal ocasión. Antes del evento, se prende fuego a una pira cuadrada de leña de roble. A la hora y media aproximada, ésta ha quedado reducida a ascuas que se extienden cuidadosamente para crear un manto incandescente. De esta manera, se prepara el terreno para que los vecinos más valientes puedan cruzarlo… descalzos.

Además, la tradición dicta que los tres primeros mozos deben cruzarlo cargando sobre sus espaldas a las “móndidas” del pueblo. Éstas son las chicas seleccionadas como “reinas” de las fiestas durante ese año y que deben tener algún vínculo con los mozos. Lo más fascinante es que, a pesar del calor que ya de por sí desprende la sola cercanía al lugar, no sufren ninguna quemadura. Un milagro que parece reservado únicamente a los sampedranos. Dicen los de fuera que el truco es cruzar las brasas a pasos muy cortos pero rápidos. Otros que debe hacerse lo contrario, dar pisadas fuertes y largas. Al parecer todo foráneo que ha intentado emular la hazaña termina en el hospital. Se cuenta en el pueblo la historia de un cura que muchos años atrás creyó descubrir el truco del paso y para demostrar a los parroquianos que no existía milagro cruzó las brasas y terminó achicharrándose los pies.

Se celebre donde se celebre, la noche de San Juan conserva la magia de tiempos ancestrales. Excepto en el Lago Michigan donde hace una tarde de perros como otra cualquiera y el verano se resiste a llegar. Si no puedo disfrutarlo, no me quedará más remedio que imaginarlo.