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    abril 20, 2024 | 22:08

    La Lisonja, el manjar de la vanidad.

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    Tener amistades y conformar parte de círculos sociales o fraternidades es una necesidad humana, todos tenemos la necesidad de estar rodeados de un grupo de amigos o personas con las que congeniemos en algunas maneras de pensar. Ahora bien, hay que ser muy precavidos porque esa necesidad nos puede hacer allegarnos a personas que no son lo mejor para nosotros.

    Hoy en día mucha gente solo busca la compañía de otros para obtener dinero o cosas de los demás, y se valen de elogios o alabanzas para caerles bien. Son especialistas en la Lisonja (Alabanza exagerada y generalmente interesada que se hace a una persona para conseguir un favor o ganar su voluntad) Y cuando tenemos a alguien que le agrada recibir lisonjas de los demás, tenemos la pareja perfecta. Al menos mientras el beneficio mutuo se sostenga. Pues cuando se le acaba el dinero, las dádivas, las ideas o los beneficios a una parte, la otra se alejará.

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    Este tipo de “amistades” se da muy frecuentemente. Muchas personas creen que tienen amigos pero la realidad es que solo los siguen por interés. Estas personas sufren un duro revés cuando son abandonados por su público que antes los alababa. Les toma mucho tiempo caer en la cuenta de que fueron utilizados.

    Y aun sufriendo una o varias decepciones, vuelven a “adoptar” a un amigo para que siempre los acompañe y lo alabe ya que ese alimento invisible como la lisonja ya forma parte de su dieta en el orgullo. Cuidado! Este tipo de “amigos” al no ser amistades sinceras. Pueden ser dañinas pues ellos solo buscan cosas que a ellos mismos les convengan y no a su benefactor.

    Mucha de la gente convenenciera suele ser una mala influencia y son compañeros de la borrachera de su víctima, tener a su víctima borracha los hace más fácil de manipular, más fácil de explotar.

    Renunciar a este tipo de personas, equivale a renunciar a recibir las lisonjas, a recibir el aplauso de los demás algo difícil para muchas personas.

    En estos tiempos de cambio, cuando se habla de rescatar valores ancestrales como soporte de pluriculturalidad, muchos suponen que a las palabras se las lleva el viento. Y hablan y dicen lo que dicen,  con total desparpajo. Pero sobre todo, con desprecio de que las palabras son la esencia de nuestra cualidad humana. Por eso, los pueblos antiguos las consideraban sagradas. Ellos sabían que las palabras le dan significado y sentido a las ideas y a las cosas. No sólo sirven para nombrarlas. En realidad, les dan sustancia y contenido.

    En la vida diaria, los humores, tendencias y sentimientos comunes se reflejan en el uso mayor o menor y en la frecuencia con que se pronuncian determinadas palabras. Y en el respeto que se tiene hacia ellas. Por eso, el libro de los Proverbios dice que “la vida y la muerte están en poder de la lengua. Del uso que de ella se haga, será el fruto”.

    Platón decía que “la incorrección en la lengua no es sólo una falta contra la lengua misma. Hace también mal a las almas”. Es que el uso que hacemos de la palabra marcará, seguramente, el rumbo de nuestras vidas. Y quién sabe, también de vidas ajenas.

    Podemos expresar amor y empezaremos a construir. Pero podemos también humillar, insultar y comenzaremos a destruir. Y hasta terminar con la vida misma. Ahí están, por encima de su condición de antónimos, los contenidos reales de palabras como paz y guerra, amor y odio, humildad y soberbia, verdad y mentira. Ellas entrañan mucho más que determinadas conductas, acciones o sentimientos de los seres humanos.

    Asimismo hay que saber que existen diversos tipos de adulación o lisonja, aunque todos ellos comparten su esencia. En concreto, entre los más significativos se encuentran los dos siguientes:

    Maliciosa o dañina. Es la que se realiza no sólo por un individuo en su beneficio propio sino también ocultando un propósito malvado y perverso.

    Inocua. Es la que se lleva a cabo sin ningún tipo de mala intención, todo lo contrario, con el claro objetivo de que la persona adulada pueda ser la propia beneficiada. Un claro ejemplo de ello es cuando el profesor adula a un alumno en concreto para que mejore su motivación y así estudie más y pueda rendir mucho más en clase.

    Lo habitual es que los ejemplos más burdos de adulación tengan lugar en las altas esferas del poder. Los monarcas, los presidentes y los dirigentes suelen tener aduladores que se pasan enumerando sus virtudes, con el objetivo de ganarse el favor de quienes mandan. El adulador cree que, al contar con la simpatía del poderoso, éste lo tendrá en cuenta para el reparto de dádivas o, al menos, para evitar eventuales castigos.

    Hay que dejar bien claro que:

    Motivar NO es Adular muchas personas en un sentido práctico tienden a confundir la adulación y la motivación eso está mal y es propio de quien tiene serios problemas de orgullo: cuando alguien le  halaga  desmedidamente, se deleita y lo considera una simple felicitación que “merece”, un incentivo para seguir adelante. El motivador no solo te felicita cuando haces algo bien, sino que también te invita a dar lo mejor de ti, a siempre seguir creciendo y a aprender de tus errores… y para eso a veces te confronta.

    Para finalizar este escrito aquí dejare un breve consejo esperando les sea de utilidad: Si eres líder y las personas a tu cargo nunca están en desacuerdo contigo, es posible que estés rodeado de aduladores (en vez de motivadores) o seas muy orgulloso y sueles reaccionar mal cuando alguien te critica con cariño, y por eso no te confrontan cuando es necesario. Por temor a perder los beneficios o privilegios de los que en ese momento gozan o gozarán. Por eso siempre fijemos especial cuidado en la gran distinción que hay de entre ser Motivadores a ser Aduladores.

    Es Cuanto.

    Eduardo Quezada Compañ

    Estratega Digital.

    Lic. en Derecho, estratega digital y asesor en comunicación política. Orgulloso juarense de corazón.


    Las opiniones expresadas por los columnistas en la sección Plumas, así como los comentarios de los lectores, son responsabilidad de quien los expresa y no reflejan, necesariamente, la opinión de esta casa editorial.

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