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    junio 11, 2025 | 23:38

    Guadalupe y Santa Teresa: el corredor invisible que ya está definiendo el futuro”

    Publicado el

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    “Cuando Juárez ya no da abasto, el desarrollo se expande hacia donde antes nadie miraba”

    Estamos enfrentando una realidad cada vez más tajante, y lo sabemos no porque nos lo diga una gráfica, sino porque lo sentimos en cada mesa de trabajo, en cada reunión empresarial, y hasta en el tráfico de las siete de la mañana. Juárez ya no es esa ciudad fronteriza manejable que fue hace dos décadas. Hoy, la industria nos ha alcanzado… y ya nos rebasó por el acotamiento.

    Lo que era predecible, hoy es urgente: el Puente de las Américas dejará de ser usado para el transporte pesado. No por decreto, sino por saturación, por desgaste, por una lógica que nos grita lo evidente: necesitamos nuevos puntos de paso. Y esos puntos —hasta hace poco secundarios, casi invisibles— son ahora nuestra carta fuerte. Me refiero al Puente de Santa Teresa, que apenas empieza a despegar con sus parques industriales en pañales pero con visión de adulto, y a Guadalupe, Chihuahua, que ya tiene infraestructura pública lista y esperando que alguien le quite el freno de mano y se está haciendo.

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    A Ciudad Juárez la está empujando su propio crecimiento, y la solución no está en seguir empujando hacia adentro. Está en voltear hacia afuera, hacia los cruces menos concurridos, pero estratégicamente diseñados para absorber lo que Juárez ya no puede cargar.

    Lo que antes era rumor de pasillo hoy ya tiene fecha y destinatario: en mayo del próximo año, el Puente de las Américas dejará de recibir camiones de carga. No se trata de una pausa técnica, sino de un cierre indefinido —según fuentes del gobierno estadounidense— que podría mantenerse hasta que se terminen las remodelaciones de sus instalaciones… o quizás para siempre, si se confirma la intención de reconfigurar la función logística de ese paso fronterizo.

    Esto no nos lo están preguntando, nos lo están notificando.

    Y ante ese escenario, la pregunta ya no es si Guadalupe y Santa Teresa pueden convertirse en nodos de desarrollo. La pregunta es: ¿estamos listos para lo que se viene?

    Porque mientras los transportistas comienzan a buscar rutas alternas, las miradas de la industria —esas que antes solo orbitaban en torno a Juárez y El Paso— empiezan a anclar coordenadas nuevas. En Santa Teresa, Nuevo México, se habla de crecimiento, de infraestructura ferroviaria, de espacios industriales y de ventajas fiscales que están atrayendo a más de una firma internacional. En Guadalupe, Chihuahua, existe infraestructura vial ya habilitada, tierras con vocación logística y agroindustrial, y una posición geográfica que conecta directamente con Samalayuca, Juárez y Tornillo, con potencial para integrarse como parte del nuevo circuito económico de la región.

    Lo hemos visto con claridad en las giras de trabajo internacionales del Presidente Municipal Cruz Pérez Cuéllar, quien ha llevado la conversación económica de Juárez a Asia, Europa y Norteamérica. Las inversiones que están en análisis no son promesas: son decisiones en proceso. Y esas decisiones, inevitablemente, alcanzarán a las zonas que ofrecen espacio, conectividad y voluntad política.

    Porque si Juárez es el motor, entonces Guadalupe y Santa Teresa son el sistema de enfriamiento que evitará que se funda. Y en esta carrera, lo que parecía estar lejos ya está pisando la línea de arranque.

    La realidad ya no está en el discurso: se están tomando acciones concretas por parte de autoridades binacionales. Hay mesas de trabajo activas, reuniones técnicas, agendas comunes. Y en todas ellas, lo que hace unos años parecía una idea audaz, hoy se empieza a ver como una jugada inevitable: Tornillo y Guadalupe dejarán de ser puntos de alivio temporal para convertirse en factores estructurales de crecimiento económico para la región.

    Estamos frente a un fenómeno que ya no se puede detener. Proyectos que alguna vez fueron sembrados como apuestas a futuro —como la inversión en infraestructura en Guadalupe, el desarrollo del cruce en Tornillo, y la conectividad con Samalayuca— hoy empiezan a dar señales de que la cosecha está cerca. Nadie quiere decirlo en voz alta, pero todos los que estamos cerca de estas mesas lo sabemos: el crecimiento está por llegar, y lo hará rápido.

    Y no es casualidad. El propio Presidente Municipal de Juárez ha hablado recientemente de proyectos de conectividad orientados a desahogar el tráfico hacia esta zona oriente, lo que facilitará aún más el acceso y aumentará el atractivo logístico. En resumen: la región ya tiene las condiciones, y pronto tendrá el volumen.

    Aquí —a diferencia de otras propuestas como la de Nuevo León— no se trata de crear conectividad artificial. Ya la tenemos. Estamos conectados directamente al I-10, al mercado texano, a los nodos ferroviarios y a las cadenas de suministro internacionales. No lo digo yo, lo decimos en cada charla con empresarios, donde más de uno ya ha soltado la frase: “Si Tesla realmente quisiera eficiencia logística, ya estaría mirando para este lado.”

    ¿Y por qué no? Esta región cuenta con mano de obra calificada, experiencia industrial consolidada, y cercanía geográfica con los principales centros de consumo de Estados Unidos. No hay que reinventar el mapa: ya estamos en él. Solo falta que se actualice el zoom.

    Desde Amazon hasta cualquier empresa de manufactura avanzada, el interés está, el espacio existe y la competitividad es real. Lo que necesitamos es que los tomadores de decisiones locales sigan empujando con visión, y que el sector privado abrace esta oportunidad con la seriedad que merece. Porque mientras otros venden promesas, aquí ya tenemos los cimientos.

    Todo apunta a lo mismo: un crecimiento industrial evidente y acelerado en estas dos zonas clave de nuestra región —Guadalupe y Santa Teresa—. Vamos hacia allá. No como una opción, sino como un destino que ya empieza a tomar forma. Y lo interesante no es solo el crecimiento económico per se, sino la posibilidad real de que este se dé de forma armónica, con políticas públicas que permitan la coexistencia entre la infraestructura rural y la vocación industrial, entre lo que fuimos y lo que podemos ser.

    Estamos hablando de construir una base social que no expulse a la comunidad, sino que la integre al proceso de transformación. Así como en sus inicios Ciudad Juárez logró consolidarse como un polo de desarrollo donde la maquila y la agroindustria local —como el algodón— convivían, este nuevo ciclo nos da la oportunidad de recuperar ese equilibrio. No se trata de sacrificar la identidad del territorio en nombre de la modernidad, sino de que la modernidad tenga rostro local, manos locales, valores locales.

    Imaginemos —y más que imaginar, preparemos— una región donde las tradiciones agrícolas, el comercio de cercanía, la cultura fronteriza y el tejido comunitario se fortalezcan con el arribo de nuevas industrias, cadenas logísticas, tecnologías limpias y formación profesional. Una pequeña región europea en medio del desierto del norte, donde el crecimiento no sea sinónimo de desarraigo, sino de permanencia digna.

    Ese es el reto. Y también, la posibilidad más hermosa que se nos presenta en mucho tiempo: hacer del desarrollo una obra colectiva, no un lujo exclusivo.

    Es la hora. La hora de volver a mirar al horizonte con intención, de entender que lo que está sucediendo en Guadalupe, Tornillo y Santa Teresa no es un accidente, ni una moda, sino una nueva oportunidad histórica. Esos corredores industriales que un día nacieron en torno a los campos de algodón, y que convirtieron al Valle de Juárez en un factor económico internacional, hoy pueden resurgir de entre las cenizas que dejó el abandono, el conflicto y el desinterés.

    Pero ese renacimiento no vendrá solo. Como sociedad, tenemos que organizarnos para que suceda. No basta con saber que tenemos las herramientas: hay que tener la voluntad de usarlas. Hay tierras, hay caminos, hay talento, hay ubicación geográfica… lo que hacía falta es visión, ganas de realizar, y sobre todo, la capacidad de hacerlo de forma conjunta, hoy estamos en otro escenario completamente diferente.

    Este no es un sueño nostálgico. Es una propuesta concreta de expansión territorial, económica y social en dos zonas que ya están marcadas para convertirse en núcleos de desarrollo regional a corto plazo. Guadalupe desde México; Tornillo y Santa Teresa desde Estados Unidos son más que puntos en el mapa: son el nuevo eje de oportunidad para una frontera que ya no quiere sobrevivir… quiere prosperar.

    Nos encontramos justo ahí: en el parteaguas de dos zonas claves para el futuro económico de nuestra región. Guadalupe/Tornillo y Santa Teresa ya no son promesas periféricas. Son plataformas listas para edificar el siguiente capítulo de desarrollo en esta frontera.

    Tenemos la oportunidad —y también la responsabilidad— de honrar los esfuerzos de quienes nos antecedieron, de quienes sembraron infraestructura, apostaron por la tierra, y resistieron cuando todo parecía desmoronarse. Hoy nos toca a nosotros poner los cimientos que respondan a las necesidades actuales, y más aún, levantar edificaciones al nivel de las expectativas que esta nueva era nos está exigiendo.

    Porque lo que está en juego no es una inversión, ni un cruce más. Lo que está en juego es el futuro económico de una región que ya entendió que su fuerza no viene solo de Juárez-El Paso, sino de su capacidad de extenderse, de integrar, de crecer con orden y con sentido.

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    Daniel Alberto Álvarez Calderón

    Político y abogado chihuahuense con experiencia legislativa y empresarial. Exsubdelegado de PROFECO, ex dirigente del PVEM en Ciudad Juárez y cofundador de Capital and Legal. Consejero en el sector industrial y financiero, promueve desarrollo sostenible e inclusión social.

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