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noviembre 5, 2025
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    noviembre 5, 2025 | 17:09

    Gen Z: de la pantalla a la calle tras Uruapan

    Publicado el

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    Qué indignación lo sucedido en días recientes en el municipio de Uruapan, Michoacán. El presidente municipal, Carlos Alberto Manzo Rodríguez —apodado mediáticamente como “el Bukele mexicano”—, que en paz descanse, ya había causado furor a nivel internacional. Lo indignante no es un hecho aislado: es un patrón que se repite en todo el país y que encontró un espejo potente en la figura de Carlos Manzo. Cansado de la delincuencia en su municipio y pese a haber recibido al menos cuatro amenazas de muerte desde su toma de posesión, tuvo el valor de salir, defenderse y decir “¡basta!”. Quiso transformar su municipio, lejos del narcotráfico, donde los delincuentes no cobraran una vida más y donde todos pudiéramos vivir en armonía. Vio crecer la violencia, pidió ayuda y la gritó. Tal vez —como señalan las autoridades— hubo apoyos, pero seamos congruentes: se advirtió del riesgo, se comunicó que buscaban “tomar” el municipio y, con todo, no se actuó con la oportunidad y la gravedad que los hechos exigían.

    La inseguridad es un mal que nos ha enfermado como sociedad. El Estado, lamentablemente, no ha hecho todo lo que está en sus manos; pero también nosotros, como ciudadanía, hemos fallado. Como decía Carlos Manzo, muchas veces los propios padres y familiares de quienes delinquen se hacen de la vista gorda y actúan como si nada pasara. Esa es una realidad dolorosa. Estas situaciones nos han trastocado al punto de diluir valores que caracterizaban a la familia mexicana, o que intentamos inculcar pero pocas veces vemos aplicados.

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    Frente a esta herida abierta, algo me llamó poderosamente la atención: la reacción de la Generación Z (Gen Z). Se trata de un movimiento que surgió hace algunos años en redes sociales; una juventud inconforme con lo que ocurre en los gobiernos y dispuesta a alzar la voz. Es una generación que piensa en revolucionar la forma de hacer las cosas y que no teme movilizarse cuando se trata de defender derechos y denunciar injusticias. Es un movimiento orgánico, sin líderes formales —aunque algunos pretendan adjudicarse ese papel—, que ha adoptado como símbolo la insignia de Luffy, personaje de un manga japonés donde un grupo de amigos navega para liberar a distintos pueblos de sus opresores. Así, esta idea de un movimiento sin caudillos, pero con acciones concretas, ya ha cambiado el tono de la conversación pública. ¿Qué busca? Algo muy simple: exige resultados verificables y transparencia; penaliza la ambigüedad y premia los mensajes claros respaldados con evidencia.

    En México, este movimiento cobra fuerza. Vemos a muchísimos jóvenes movilizarse en redes y en las calles con un objetivo legítimo: hacerse escuchar. Desde algunos espacios ya se intenta politizar y descalificar lo que ocurre. No corresponde. Llevamos años pidiendo la participación de la juventud en la vida pública; cuando por fin surge un impulso genuino, lo primero que hacemos es tratar de desacreditarlo. El sentir social es claro: estamos dolidos y enojados, y queremos que se nos escuche. Hay quienes no dimensionan lo que significa vivir en contextos como los de Juárez, Michoacán o Sinaloa; tal vez en el centro del país no se percibe igual o no se quiere ver. Yo celebro que las y los jóvenes se estén levantando. Si de este torrente ciudadano emergen liderazgos, que sea de forma natural. Y si organizaciones previas afirman no tener relación con las marchas que hoy se convocan, más valdría que se sumaran en lugar de desmarcarse.

    Este país nos pertenece a todas y a todos. Para que las cosas cambien, hace falta la participación general: ejercer el patriotismo, exigir mejoras y alzar la voz cuando sea necesario. No desacreditemos un movimiento espontáneo por el hecho de incomodar. Reconozcamos que, en mucho, quienes pertenecemos a generaciones mayores no hicimos lo suficiente. Tal vez en el centro del país el dolor se sienta distinto, pero en el resto hay millones de personas a quienes esta realidad sí nos ha lastimado.

    Lo ocurrido en Michoacán duele porque no es el primer caso; duele porque Carlos Manzo tuvo el valor de decir “no más”, aun a costa de su vida. Nadie está por encima de la ley. Ejemplos así avivan los movimientos ciudadanos auténticos y nos recuerdan que no podemos ceder el espacio público al miedo ni a la indiferencia.

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    Daniel Alberto Álvarez Calderón

    Político y abogado chihuahuense con experiencia legislativa y empresarial. Exsubdelegado de PROFECO, ex dirigente del PVEM en Ciudad Juárez y cofundador de Capital and Legal. Consejero en el sector industrial y financiero, promueve desarrollo sostenible e inclusión social.

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