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    julio 14, 2025 | 13:40

    Defendamos al Vicario: infancias, no ideología

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    En medio de los conflictos familiares más dolorosos, cuando una relación termina mal y la herida queda abierta, los niños a menudo son quienes cargan con las consecuencias más graves. Uno de los términos que ha cobrado fuerza en este contexto es el de “violencia vicaria”, una forma de agresión en la que un padre o madre utiliza a los hijos para dañar al otro progenitor. Suena terrible, porque lo es. Pero también es importante entender con cuidado cómo se está aplicando este concepto y hacia dónde nos puede llevar si no lo revisamos con sentido crítico y humano.

    La expresión fue acuñada por la psicóloga argentina Sonia Vaccaro, desde su experiencia trabajando con mujeres víctimas de violencia. Lo que buscaba era darle nombre a una forma muy específica de maltrato: cuando el padre agrede a los hijos como una extensión de la violencia contra la madre. Sin embargo, con el tiempo y en distintas partes del mundo —incluido México—, esta idea ha empezado a usarse como si fuera una verdad absoluta, olvidando que los contextos son mucho más complejos.

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    De hecho el estudio original en si mismo, parcializa su resultado, sesgando por género al eliminar de toda muestra la casuística similar con el género masculino al centro. Solo eso le da una tendencia con sesgo.

    Más aún, el término “violencia vicaria” fue registrado como marca legal en 2012, por la propia Vaccaro. No se trata de una categoría jurídica con sustento global ni de una figura contemplada en tratados internacionales sobre derechos humanos o derechos de la infancia. Su definición, entonces, responde a un contexto ideológico que debe ser evaluado críticamente antes de adoptarse como política pública o criterio judicial.

    Aquí, el problema es que la violencia vicaria se está usando casi exclusivamente bajo una perspectiva distorsionada, como si sólo los hombres pudieran ejercerla y sólo las mujeres pudieran ser víctimas. Esta simplificación ha llevado a que muchos padres amorosos, presentes y comprometidos con la vida de sus hijos, sean excluidos injustamente bajo el argumento de que su presencia representa un peligro, sin que exista una prueba real de ello. Y eso, en lugar de proteger a los niños, los daña profundamente.

    No es sólo una percepción. Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), durante la anterior administración federal (diciembre 2018 a marzo 2024), se abrieron más de 1.06 millones de carpetas de investigación por violencia familiar. Esta cifra revela la magnitud del fenómeno, pero también evidencia que no puede analizarse desde un enfoque binario. Además, la Encuesta Nacional de la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2021 señala que el 39.4% de las mujeres ha experimentado violencia psicológica por parte de su pareja; sin embargo, también existen registros de violencia ejercida por mujeres hacia sus hijos o parejas, lo cual se omite en muchos debates sobre el tema. Invisibilizar esta realidad es políticamente cómodo, pero éticamente inaceptable.

    Por ello, es indispensable formular una propuesta concreta: que la violencia vicaria sea abordada desde una perspectiva de infancias, no desde una óptica de género. Esto implica:

    1. Priorizar el interés superior del menor en toda disputa judicial o legislativa.

    2. Evaluar imparcialmente la idoneidad de ambos progenitores, sin presunciones de culpabilidad fundadas en el sexo.

    3. Fortalecer los mecanismos de prueba, basados en evidencia pericial y no en denuncias automáticas o mediáticamente incentivadas.

    4. Capacitar al sistema de justicia en enfoques basados en derechos de la infancia, y no en dogmas ideológicos.

    5. Reconocer el derecho de los menores a convivir sanamente con ambos padres, salvo prueba clara de peligro.

    La llamada “perspectiva de género”, que nació con la intención noble de visibilizar desigualdades históricas, hoy se ha tergiversado en algunos espacios hasta convertirse en una herramienta para legitimar privilegios y excluir sin matices. Se habla de proteger, pero muchas veces se termina castigando. Y en el centro de todo esto, los más afectados —los niños— quedan atrapados en batallas legales, institucionales o ideológicas que no les pertenecen.

    Por eso, más que hablar sólo desde el género, necesitamos hablar desde el corazón de las infancias. Proponemos, con toda seriedad, que la violencia vicaria se trate con una perspectiva de infancia. Que los jueces, los ministerios públicos, los legisladores y todos los actores involucrados pongan al niño en el centro. Que se investigue con rigor, sí, pero también con humanidad. Que no se anule a una madre sin escucharla. Que no se le arranque a un hijo de los brazos de su padre sin pruebas. Que no se pierdan años irrecuperables de cariño y presencia por decisiones apresuradas.

    Queremos una justicia que escuche y que sienta. Que vea a los niños como lo que son: seres humanos con derechos, con necesidades, con vínculos que no deben romperse por ideologías. Porque el amor de un padre o una madre no puede ser reemplazado por ningún discurso.

    La violencia vicaria existe. El futuro de miles de niños está en juego. No se trata de negar que exista violencia por parte de algunos padres, sino de impedir que, en nombre de la justicia, se cometan nuevas violencias bajo la forma de exclusión, estigmatización o alienación parental. La infancia no es campo de batalla ideológico. Es un espacio sagrado que merece ser protegido con rigor, verdad y humanidad.

     

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    David Gamboa

    Mercadólogo por la UVM. Profesional del Marketing Digital y apasionado de las letras. Galardonado con la prestigiosa Columna de Plata de la APCJ por Columna en 2023. Es Editor General de ADN A Diario Network.

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