En política, las palabras importan. No son solo ruido ni simples opiniones: las declaraciones de un presidente, de un senador o de un secretario de Estado pueden tener consecuencias diplomáticas, económicas y sociales que escalan más rápido que un incendio en un campo seco. En esta ocasión, quienes han encendido la mecha desde Palacio Nacional y el Senado son, nada más y nada menos, que la presidenta de la República y el presidente del Senado.
Claudia Sheinbaum, con tono populista y emocional, declaró que “si es necesario nos íbamos a movilizar porque no queremos que afecten a los mexicanos allá del otro lado, y acá de este otro lado de la frontera”. Posiblemente pretendía sonar solidaria y con un tono de preocupación por nuestros paisanos. Tal vez creyó que su papel como presidenta le exigía levantar la voz. Pero lo que consiguió fue que, desde la Casa Blanca, la secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Kristi Noem —con Donald Trump detrás, viéndolo todo desde el Resolute Desk— la acusara de incitar manifestaciones violentas en Los Ángeles. Porque sí, eso es lo que pasa cuando desde el poder se confunde liderazgo con activismo.
Lo mismo con el senador Gerardo Fernández Noroña, quien, al calor del protagonismo que tanto busca, recordó con orgullo que en 2017 gritó frente a la Torre Trump que México debería pagar el muro… si éste se construye con el mapa de 1830, cuando Texas y California aún eran parte del territorio nacional. Chiste fácil, geopolítica torpe. Más aún cuando defiende con ligereza que los manifestantes mexicanos en EE.UU. “están ejerciendo su derecho”, olvidando que la no intervención es uno de los principios de nuestra política exterior. Esa amnesia selectiva parece muy útil cuando se quiere incendiar el ánimo nacionalista… pero peligrosísima cuando se trata de relaciones bilaterales.
Como era de esperarse, no tardó en responder el senador republicano Eric Schmitt, de Missouri, proponiendo endurecer aún más los impuestos a las remesas. Porque cuando México lanza declaraciones ofensivas desde la tribuna oficial, Estados Unidos no responde con discursos: responde con leyes, con tarifas, con decisiones que nos duelen en el bolsillo y en la frontera.
Aquí no hay espacio para ingenuidad: cada palabra cuenta. Cuando la presidenta de México habla, lo hace el Estado mexicano. Cuando el presidente del Senado lanza provocaciones, compromete la seriedad del Congreso. No están tuiteando como activistas ni arengando desde la plaza pública: están comprometiendo la estabilidad de un país entero.
¿Dónde queda la responsabilidad institucional? ¿Dónde está la mesura, la diplomacia, la inteligencia estratégica que una nación como México necesita frente a un Trump reelecto que busca enemigos externos para consolidar su discurso interno?
Lo que necesitamos es temple, no teatro. Lo que urge es una política exterior profesional, no comentarios grandilocuentes. Y, sobre todo, lo que debe prevalecer es el interés nacional, no las poses ideológicas.
Porque cada vez que un funcionario mexicano de alto rango dice una estupidez en público, no la paga él. La pagamos todos: los paisanos a quienes se les podría dificultar el envío de remesas, los exportadores que podrían enfrentar nuevos aranceles, los migrantes que ya de por sí enfrentan redadas y deportaciones. Y sí, también la pagamos en Juárez, en Tijuana, en El Paso, en McAllen, donde cada palabra desbocada desde México retumba en las decisiones de Washington.
En política exterior, cada palabra es un misil cargado. Y México, en los últimos días, ha disparado varios sin apuntar. Señores del gobierno, este país ya tiene suficientes incendios. No necesitamos que ustedes, con fósforo en mano, sigan jugando a ver quién prende el siguiente.
Detengan el efecto domino de sus palabras irresponsables, el costo de sus sandeces es reales y con consecuencias tangibles. Remesas de nuevo en peligro con el aumento al impuesto. Inversiones frenadas porque las empresas perciben inestabilidad bilateral. Y mexicanos aun más estigmatizados, donde sus protestas se usarán para justificar, aún más, las redadas y/o deportaciones.
¿Dónde quedó la doctrina Estrada? México ha predicados la no intervención y respeto a la soberanía de otros pueblos. La diplomacia, distinguidos funcionarios, es un juego de ajedrez, no de póker.

César Calandrelly
Comunicólogo / Analista Político