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    julio 14, 2025 | 13:39

    Corrupción: el cáncer que se volvió costumbre

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    En nuestro querido país, la corrupción no es un tema de discusión política: es una herida abierta que sangra en cada calle, en cada trámite, en cada vida perdida por la negligencia de quienes deberían servir al pueblo. En México entero se habla de los escándalos de la 4T, y de los anteriores gobiernos, no importa el color o la ideología, derecha o izquierda… Aquí la podredumbre es tan cotidiana que ya ni siquiera nos sorprende. ¿Cuántos hospitales sin médicos, cuántas calles sin pavimento, cuántos jóvenes sin futuro necesitamos para admitir que el problema no es “algunos corruptos”, sino un sistema diseñado para robar?

    Mientras tanto aquí en Ciudad Juárez ya no sorprende el escándalo. Lo que debería sacudirnos hasta la médula, sabemos que se construyeron parques sin árboles, que se adjudican contratos a modo, que se desvían recursos en tiempos de crisis, que las ciclovías son un fraude, y la lista es interminable, todo termina convertido en meme, en chisme político o en archivo muerto. Y ese es, tal vez, el mayor triunfo de la corrupción: lograr que dejemos de verla como tragedia y la asumamos como rutina.

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    Hoy basta con recorrer las calles para constatar la fractura institucional que nos deja este vicio de años. Calles recién “rehabilitadas” que se vuelven a romper con la primera lluvia, permisos de construcción entregados sin orden urbano, compras públicas sin licitación, nepotismo descarado en oficinas gubernamentales. Todo esto ocurre a plena luz del día y frente a una ciudadanía que parece haber sido entrenada para mirar hacia otro lado. El problema ya no es solo la corrupción misma, sino nuestra peligrosa capacidad para tolerarla.

    Y como en “The Wire”, aquella serie de culto que retrata el deterioro institucional de Baltimore, en Juárez todos saben quiénes son los que mandan, quiénes reciben y quiénes reparten. Solo que aquí, el guion se escribe en cafés, redes sociales o fiestas privadas, con un descaro tal que incluso los nombres de los implicados son del dominio público, pero las consecuencias son nulas.

    Lo más alarmante es que esta corrupción no es exclusiva del gobierno. También se respira en el empresariado que busca beneficios por debajo de la mesa, en quienes buscan “agilizar” trámites con un billetito, o en quienes creen que pagar impuestos es cosa de ingenuos. Así, construimos una ciudad donde todos quieren atajos y donde la ley se interpreta, no se aplica.

    El reciente caso de los más de 100 pozos ilegales de agua en Juárez, explotados por empresas privadas sin control ni supervisión, es solo una muestra del daño estructural. En una ciudad que sufre sequía y desabasto hídrico, alguien sigue llenándose los bolsillos mientras otros cargan garrafones. ¿Dónde estaban las autoridades federales, estatales y locales? ¿Dónde estaba la conciencia cívica que nos prometimos construir?

    Decimos que queremos una ciudad más justa, más segura, más equitativa. Pero eso solo es posible si recuperamos lo más básico: la confianza en las instituciones. Y esa confianza no se decreta, se construye. Exige reformas, sí, pero también una revolución cultural. Exige castigar al que roba, pero también exigirle cuentas al que permite que se robe.

    Hoy en Juárez no tenemos una Agencia Anticorrupción local, ni mecanismos reales de fiscalización ciudadana. Tampoco hemos consolidado consejos de transparencia sólidos. La rendición de cuentas se ha vuelto un trámite estéril y la justicia, una promesa aplazada. Mientras tanto, el costo lo paga la gente: en servicios de baja calidad, en obras mal hechas, en hospitales sin médicos y en escuelas sin pupitres.

    Solo como un dato al aire: México pierde 10% de su PIB anual por corrupción (IMCO). En Juárez, eso significaría 7,000 mdp.

    ¿Y qué hacemos? ¿Esperamos otra “casa blanca o fobaproa” para reaccionar? ¿Seguimos justificando con un “así ha sido siempre”? ¿Nos volvemos cómplices por omisión?

    La batalla contra la corrupción no se gana solo en tribunales o con auditorías. Se gana en las casas, en las escuelas, en los medios y, sobre todo, en la conversación pública. Como lo plantea el filósofo Javier Gomá, la ética pública empieza por la ejemplaridad privada: pagar impuestos, respetar las reglas, enseñar con el ejemplo, denunciar cuando algo no está bien.

    Ciudad Juárez merece algo mejor. Y esa exigencia debe empezar por nosotros. Porque si dejamos que la corrupción siga siendo paisaje, terminaremos por perder lo más valioso: la posibilidad de confiar en el otro. Y sin confianza, no hay ciudad que aguante de pie.

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    César Calandrelly

    Comunicólogo / Analista Político

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