No es novedad que el mundo está cambiando. Lo extraordinario es que, por primera vez en mucho tiempo, México tiene la oportunidad de decidir si será espectador… o protagonista.
En plena sacudida del orden económico global, marcado por decisiones unilaterales desde Washington y reacomodos desde Asia hasta Europa, la frontera norte de México vuelve a estar en el centro del tablero. Particularmente Ciudad Juárez, que vive el impacto directo de cada cambio de política internacional.
Hace unos días tuve el honor de participar en la Comisión de Asuntos de la Frontera Norte en la Cámara de Diputados, gracias a la invitación del diputado y presidente de la Comisión de Asuntos Frontera Norte Alejandro Pérez Cuéllar. Allí compartí no solo cifras, sino una mirada integral sobre lo que está ocurriendo en nuestra región.
La maquila ha sido, por décadas, una pieza clave en la economía juarense. Pero ese modelo, que alguna vez nos impulsó, hoy nos detiene. En lugar de generar progreso, está precarizando el empleo, desdibujando la industria nacional y aislándonos de los beneficios de la tecnología.
Las cifras lo confirman: más de 60 mil empleos maquiladores perdidos en Juárez en menos de dos años y en la franja fronteriza norte aproximadamente 130 mil.
Según datos del INEGI y el IMSS, en el año 2000 la maquiladora ya representaba un 60 por ciento del empleo industrial, y las empresas nacionales eran sólo el 40 por ciento.
En este 2025, la maquiladora avanzó 10 puntos porcentuales, mientras que la industria local es de apenas el 30%. Una industria que concentra el 70% del empleo industrial y aunasí no logra ofrecer salarios dignos ni oportunidades de crecimiento real.
Peor aún: mientras la inversión extranjera fluye, los proveedores mexicanos siguen marginados, atrapados entre la falta de apoyos, los trámites absurdos y un sistema fiscal que desconfía de ellos desde el inicio.
El modelo maquilador tenía una razón de ser. Nació para atraer inversión, generar empleo, fomentar exportaciones, integrar al proveedor nacional y transferir tecnología. Hoy, salvo por el primer punto —y con enormes limitaciones—, esos objetivos han quedado como promesas incumplidas.
Frente a esta realidad, no basta con lamentarse. Hay que rediseñar el modelo. Y lo que propusimos en el Congreso es justo eso: mecanismos que devuelvan competitividad al proveedor local, leyes que impulsen pagos justos y rápidos, incentivos reales para la innovación y un sistema educativo que conecte con el mundo productivo.
No queremos maquilas que vengan y se vayan. Queremos cadenas productivas que echen raíces, empresas mexicanas que crezcan, universidades que formen líderes, no solo empleados.
Hoy, Corea del Sur nos muestra lo que es posible cuando se alinea la política con la visión. Nosotros también podemos. Pero para hacerlo, necesitamos que quienes toman decisiones entiendan el terreno que pisan.
Confío en que las palabras que compartí no se queden en el aire. Confío en que quienes tienen la responsabilidad de legislar escuchen, no solo con los oídos, sino con la visión puesta en el mañana.
Por eso estuve ahí. Para poner sobre la mesa datos, propuestas y sobre todo, una visión: Juárez no debe conformarse con ser la frontera de México. Puede ser la puerta del futuro.
