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    julio 14, 2025 | 15:08

    Aprendí la resiliencia en la frontera.

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    Ser migrante en tu propio país es una experiencia que rara vez se nombra, pero que muchos vivimos con el alma a cuestas. No cruzamos mares ni sellamos pasaportes, pero dejamos atrás barrios, raíces, costumbres y acentos para buscar una nueva oportunidad, a veces obligados por la necesidad, otras por la esperanza.

    Migramos porque muchas regiones de México enfrentan realidades duras: la pobreza que parece heredarse de generación en generación, la falta de empleos dignos, el abandono del campo, la inseguridad que obliga a cerrar negocios o abandonar hogares, y un sistema desigual que niega oportunidades a quienes más las necesitan. En algunos casos, migramos para huir de la violencia, en otros, para perseguir un futuro que simplemente no se ve posible en nuestra tierra de origen.

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    Llegar a la frontera fue para mí un salto al desconocido. Ciudad Juárez —como muchas otras ciudades del norte— tiene fama de ser dura, intensa, a veces ruda. Pero descubrí algo distinto: el calor humano, la generosidad silenciosa de su gente, la complicidad del que también ha tenido que empezar de cero.

    Aquí entendí que migrar no es solo cambiar de lugar. Es tener que demostrar desde el principio quién eres, qué sabes hacer, y sobre todo, qué estás dispuesto a construir. Aprendí que el trabajo honesto tiene eco, que el esfuerzo diario abre puertas, y que aunque vengas de lejos, puedes echar raíz donde te ofrecen agua y sombra.

    Ser migrante interno también duele. Te hace añorar, sentir que vives con una maleta siempre lista. Pero cuando la comunidad te arropa, cuando encuentras quien te saluda con cariño, quien te pregunta cómo estás y te hace parte de lo cotidiano, esa maleta se vacía poco a poco. Aprendes la resiliencia, no porque te hagas fuerte a la fuerza, sino porque descubres que puedes levantarte, adaptarte y seguir con dignidad.

    Ser migrante te hace fuerte, pero también más agradecido. Te enseña a valorar cada oportunidad, cada gesto amable, cada mano extendida. Y a no olvidar nunca de dónde vienes, ni a quienes te ayudaron a seguir adelante.

    Yo agradezco a esta frontera que me ha dado más de lo que imaginé: amigos, proyectos, sentido de pertenencia. Agradezco el aprendizaje de saber que en México, más allá de sus contrastes, hay una cultura que, aunque a veces golpeada por la adversidad, aún cree en el otro. En esta tierra de paso, yo encontré un destino.

    Hoy, con el corazón lleno y los pies bien plantados, puedo decir que la migración no me rompió: me transformó. Y en esa transformación, esta ciudad fronteriza fue mi maestra, mi refugio y, ahora, mi hogar.

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    Nora Sevilla

    Comunicadora y periodista experimentada, actualmente Jefa de Comunicación en Cd. Juárez del Instituto Estatal Electoral y Tesorera en la Asociación de Periodistas de Ciudad Juárez. Experta en marketing político y estrategias de relaciones públicas, con sólida carrera en medios de comunicación.

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