Últimamente se habla mucho sobre nuestro derecho a la libertad de expresión, pero valdría la pena que reflexionáramos sobre la responsabilidad que conlleva esa libertad. Sin duda, todos queremos ser escuchados, pero en esta época tan saturada de información, debemos reconocer la diferencia entre hablar con intención y hablar a favor de la atención.
Por lo tanto, quienes por su cargo o posición tienen el favor de los micrófonos y reflectores, deben ser conscientes de que sus mensajes tienen un impacto más allá de ellos. Para muestra, está el efecto que provocan los discursos de odio que algunos políticos se empeñan en emitir y cuyo contenido incita a sus seguidores a realizar actos que van desde ofensas y amenazas en una red social, hasta ataques violentos hacia quienes no coincidan con ellos.
Sería ilógico suponer o desear que todos pensemos de la misma forma, cuando la pluralidad de ideas abona a la democracia y el debate es una herramienta muy útil para el contraste de ideas, aunque pareciera que para muchos políticos se trata cada vez más de un concurso de descalificaciones e interrupciones que de un espacio de propuestas.
En México, “las mañaneras”, prometían un espacio de diálogo circular con los medios y así, asegurar que estos fueran un instrumento para que la sociedad y el Estado cumplieran con el rol que la historia les ha concedido, por el bienestar común. No obstante, esta dinámica tan celebrada en sus inicios, se convirtió en una obra producida, dirigida y protagonizada por el actual mandatario de nuestro país; quien ha aprovechado el escenario para que sólo él marque la agenda, modere el debate, establezca “otros datos”, y condene enérgicamente a todo aquel que no comparta su opinión, al etiquetar a algunos medios como “pasquines inmundos” o al exigir disculpas de intelectuales que lo critican, actos que le han valido señalamientos y acusaciones de medios como The Economist, que lo describen como un gobernante que, además de buscar dividir al país, es temperamentalmente alérgico a las críticas.
En ese sentido, lo que prometía ser un extraordinario ejercicio democrático, resultó convertirse en un lugar en donde mucho se habla, pero poco se resuelve y en el que más que soluciones, se “da el avión” (o a veces ni eso). Sin embargo, lo que parece más grave, son las duras críticas que desde Palacio Nacional, se destinan a los periodistas incómodos, teniendo en cuenta que México, es uno de los lugares más peligrosos en el mundo, para ejercer el periodismo y, el hecho de que el presidente les exprese públicamente: “si ustedes se pasan, pues ya saben lo que sucede. Pero no soy yo; es la gente”, no es algo que deba tomarse a la ligera.
Tengamos en cuenta que vivimos tiempos muy complejos y que solo la comunicación basada en la tolerancia, la cooperación y la solidaridad nos ayudará a salir adelante. No permitamos que por intereses personales nos quieran dividir cuando lo que más necesitamos es unión. Pongamos el ejemplo de que para llevarnos bien no necesariamente debemos compartir las mismas ideas, sino el mismo respeto.
Licenciada en Relaciones Internacionales por la UACH. Juarense, apasionada por el servicio público, la lectura y la oratoria.
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