Tengo ya un buen rato en el estudio de los trastornos mentales.
Cuando menos 4 décadas.
Todo comenzó cuando mi hermana Ofelia abrazó la carrera de psicología y me permitía leer todos sus libros, apuntes y anotaciones sobre sus prácticas en una institución psiquiátrica espeluznante.
Hoy es doctora en psicología clínica y aún peloteamos temas como el que ahora tocaré.
En aquel tiempo escribí una pieza literaria a la que titulé Pabellón 12, basada en las narraciones de Ofelia y los pacientes verdaderamente insanos del pabellón 12 en aquella espeluznante clínica psiquiátrica. Estamos hablando de mediados de los 80′.
Luego escribí un artículo sobre psicoanálisis social, al principio de este siglo. Comenzaba a empaparme en la etología, sólo por el interés de saber cómo es que se mueve el zoon politikon.
Un clavado hacia la psicología social. Más que otra cosa, identificar la injerencia de grupos sociales en la influencia de la conducta grupal o social.
Entonces leía a Carl Sagan, Irene Moreno, obviamente a Freud y su Psicología de las Masas y el Análisis del Yo; entre otros autores.
Usted se preguntará… ¿Y que tiene que andar husmeando un asesor de imagen pública y comunicación social entre los manglares de la mente y sus dramáticos trastornos?
Y más criticable todavía, mezclar dos materias como la psicología y la sociología, ¿Para sacar listón?
La psicología social tiene un papel básico en la
asesoría política. Además de realizar aquellas investigaciones de interés práctico e inmediato, presta ayuda para el trabajo de la investigación sociológica teórica avanzada. Y yo la utilizo mucho. Igual que la ciencia de la prospectiva, la teoría del caos, y otras herramientas.
El siglo XXI necesitaba de la psicología social como una ciencia de enlace, ya que a varios de sus conceptos y paradigmas se les debe de considerar como conceptos puente con otras ciencias sociales y aun con las biológicas.
Hoy me inquieta mucho la desintegración de lo que un día solíamos llamar “sociedad”, y mientras los especialistas no digan lo contrario, yo pienso que el deterioro se debe en gran medida a la multiplicidad de trastornos mentales que padecemos los habitantes del planeta. Pero más profundamente, en metrópolis como Ciudad Juárez.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), reconoce al menos 400 tipos de trastornos mentales.
Y quizás en esta frontera los padecemos todos.
Desde los trastornos afectivos (depresiones y distimias).
Trastornos de ansiedad (fobias, angustias, obsesivos compulsivos, somatización, etcétera)
Adicciones.
Trastornos relacionados a la tercera edad (demencias, trastornos del sueño, etc).
Hasta los trastornos psicóticos (Esquizofrenia, bipolaridad, entre otras).
Echar un vistazo a los principales medios de la aldea nos refleja el problema en su justa dimensión.
Periódicos que chorrean sangre cuando los abres. Noticias en la tele y la radio, donde la violencia y la muerte son los personajes principales en nuestra realidad social.
Gobernantes que golpean a los ejidatarios porque no se dejan esquilmar.
Alcaldes que son verdaderos criminales pero que se cubren con el manto de la impunidad.
Jueces, magistrados, fiscales, que venden la justicia pero cuando los acusas te exigen “pruebas”; cuando sus acciones son más que evidentes.
Aquí sólo abro la cloaca para luego desmenuzar cada caso en particular.
Los desequilibrios mentales en la aldea son múltiples… Y graves.
Unos llegan a rangos de demencia incurable. Son ESCENARIOS que vivimos el Juárez… A diario.
Abogado. Analista Político. Amante de las letras.
CARTAPACIO, su sello distintivo, es un concepto de comunicación que nace en 1986 en televisión hasta expanderse a formatos como revista, programa de radio y redes sociales.
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