Un gran revuelo causó en Argentina el estreno de la serie ‘El reino’. Un elenco brillante exhibió una danza de corruptelas en las que religión, política y poder se entreveran en un mosaico no exento de sorpresas.
Buenos Aires (Sputnik) – La escritora y dramaturga Claudia Piñeiro, cocreadora de la serie junto al cineasta Marcelo Piñeyro, señala, durante una entrevista con la Agencia Sputnik, en que la serie “toca muchas cuestiones que la gente en Argentina tenía ganas de conversar”.
Esas charlas latentes, que empezaron a tomar brío tras el estreno de El reino, enfocó su atención en la naturaleza de las iglesias evangélicas, un fenómeno cuyo capital simbólico y real empezó a ser cuestionado.
Pero no solo. El debate público comenzó a girar tímidamente hacia la política, hacia quién manda, hacia la justicia y los servicios de inteligencia. Un contubernio de intereses que permitía convertir en aliados o adversarios, según el discurso narrativo, a los personajes encarnados por Diego Peretti, Mercedes Morán, Joaquín Furriel, Nancy Dupláa, Juan Pedro Lanzani o el Chino Darín.
Al fin y al cabo, no es un detalle menor “que un hecho artístico permita una conversación que estaba tapada”, acota Piñeiro.
Intrigas solapadas
La serie, que aborda varios entramados de poder, interpela a cada quien según su propia realidad de vida. El exvicepresidente del Gobierno español Pablo Iglesias recomendó hace unos días El reino. La serie argentina mostraba “qué tipo de derecha vamos a tener enfrente los próximos años”, aseguró al canal La Tuerka.
Claudia Piñeiro lo explica de otra manera.
“Se fue decantando todo lo que tiene que ver con agresiones, censuras, fueran de manera implícita o explícita. Cada tanto aparecía alguien que hacía algún comentario, como evangélicos que pedían determinado tipo de censura o incurrían en algún adoctrinamiento, pero se fue calmando, y ahora quedan reflexiones más tranquilas”.
Una vez menguó la efervescencia que llevó a la opinión pública a discutir sobre la amenaza o la utilidad social de las iglesias evangélicas y su influencia en los sistemas políticos, las siguientes lecturas dieron paso a otros asuntos que también aparecen reflejados en la película.
“Empezó a discutirse la cuestión de la justicia de temas más pequeños, porque en Argentina están en primera plana las grandes causas que afectan a uno u otro partido político, pero mientras, hay gente, como la madre de Brian, que se dedica a golpear sus puertas porque su hijo no aparece”, ejemplifica Piñeiro.
“Son causas sin respuesta, que tardan muchos años en resolverse, que nadie le da bolilla. Son situaciones de abuso que no encuentran su cauce como debería”.
Los servicios de inteligencia, tan presentes desde la sombra en países como Argentina, fue otro de los asuntos que con timidez empezaron a aflorar en algunos círculos analíticos. De hecho, uno de los principales intereses de los seguidores de la serie era saber con quién hablaba por teléfono Osorio, a quién respondía el siniestro personaje encarnado por Furriel.
Así tomó cuerpo el fantasma de “quién manda en el mundo, quién decide por encima de presidentes y políticos, quién es ése que nadie conocemos”, reseña la dramaturga al recordar cómo en enero de este año, el todavía presidente de EEUU, Donald Trump (2017-2021), vio cómo era cerrada su cuenta en Twitter.
El fanatismo, en paralelo, surge como moneda corriente en esta coyuntura social que ni siquiera se libra de pandemias. “Nosotros lo pusimos en un pastor evangélico, pero lo podíamos haber puesto en cualquier figura mesiánica, no relacionada con la iglesia de manera directa”, advierte la escritora.
“Los fanatismos están a la orden del día en toda América Latina y también en otros lugares, como Europa”.
Los partidos de ultraderecha, en ese sentido, “en general funcionan como estos líderes que establecen dogmas de fe, que plantean posiciones contra determinadas cuestiones para hacer respetar ciertos ‘valores’ y entonces consiguen que todos marchen detrás de esos dogmas”, plantea la escritora argentina.
Escuchas ilegales, lavado de dinero, desapariciones de niños y hasta un mesías infante se suman a una urdimbre dramática que supera las cuestiones evangélicas. La controversia fue tal que Piñeiro, referente como es entre los movimientos feministas, fue atacada con especial saña, sin que el resto de sus compañeros recibiera, ni por asomo, una embestida similar.
“Eramos todos guionistas y el recorte se hizo sobre mí, con la sospecha de que la única voluntad que tenía la serie era poner una agenda feminista que tenía que ver con la despenalización del aborto, como si yo hubiera quedado resentida porque soy una activista a favor de la legalización”, afirma Piñeiro desde un país que ya cuenta con esa normativa.
Quién dice que El reino, que rompió moldes al abrir un debate inédito sobre la influencia de los movimientos evangélicos, no reaviva también cualquiera de las otras problemáticas, esta vez reales, que subyacen en la política argentina…
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