La Navidad es, en su origen, una conmemoración religiosa: el nacimiento de Jesucristo dentro de la tradición cristiana. No obstante, en el transcurso de los siglos, esta fecha se ha transformado en un fenómeno cultural de gran alcance. Hoy la Navidad es un ritual social que articula creencias, afectos, símbolos y prácticas económicas. Funciona como una pausa colectiva del calendario, un momento de cierre y balance, pero también como un poderoso organizador de expectativas. Incluso para quienes no profesan la fe cristiana, la Navidad sigue siendo una referencia inevitable que estructura el tiempo, las emociones y la vida social.
En México, la Navidad es una de las celebraciones más extendidas y persistentes. Se calcula que entre el 80 y 90 % de la población participa de algún modo en los festejos. Algunos lo hacen desde la práctica religiosa —posadas, rezos, misa de gallo—, otros desde tradiciones familiares y sociales como la cena del 24 de diciembre, el intercambio de regalos o las reuniones laborales. La Navidad mexicana es profundamente híbrida: conviven la devoción, la costumbre y la convivencia laica. Más que una elección individual, se trata de una experiencia social compartida.
La Navidad es también el momento de mayor activación económica del año. Para la temporada decembrina se estima una derrama cercana a los 600 mil millones de pesos, una cifra que supera cualquier otro periodo comercial. Este gasto incluye alimentos, bebidas, regalos, ropa, juguetes, transporte, turismo y servicios. El aguinaldo se convierte en el motor principal del consumo y diciembre en el mes más importante para el comercio formal e informal. La economía nacional, en buena medida, se sincroniza con la Navidad.
A escala global, la Navidad se celebra en más de 150 países y alrededor de 2 600 millones de personas participan en ella de alguna forma. Esto la convierte en una de las celebraciones más difundidas del planeta. No siempre se festeja como evento religioso; en muchos países se asume como una tradición cultural o una temporada comercial. Aun así, los símbolos navideños —luces, árboles, regalos, música— han logrado una expansión casi universal, demostrando el poder global de esta fecha.
Si se mide por impacto económico y mediático, Estados Unidos encabeza la lista: la Navidad concentra ahí el mayor volumen de ventas del año y domina la cultura del consumo desde noviembre. Pero si se observa la dimensión simbólica y ritual, países como México, Filipinas o España muestran una intensidad distinta, donde la celebración se vive en el espacio público, en la comunidad y en la tradición. La fuerza de la Navidad, entonces, depende del criterio: mercado o significado.
Más allá del gasto, la expectativa central es el encuentro. La gente espera reunirse con la familia, compartir una comida especial, intercambiar gestos de afecto y cerrar el año con una sensación de reconciliación o descanso. La Navidad funciona como un momento de suspensión del ritmo cotidiano y como una promesa simbólica de renovación. Incluso el consumo suele estar cargado de sentido emocional: regalar es, para muchos, una forma de decir “te pienso” o “te reconozco”.
En México, la Navidad es hoy un territorio en disputa. El sentido religioso persiste, pero el consumo ha ocupado un lugar central en la experiencia navideña. La publicidad y el mercado han instalado la idea de que para que haya Navidad debe haber gasto. Esto genera una tensión profunda en un país marcado por la desigualdad: ¿qué ocurre cuando no hay dinero?
La respuesta es incómoda pero necesaria: sí hay Navidad sin dinero, aunque sin sentido. La Navidad nació, simbólicamente, en la precariedad. Su núcleo no era la abundancia, sino el encuentro. Cuando el dinero falta, la Navidad no desaparece; se transforma. Permanece en la mesa compartida, en la reunión, en el ritual mínimo. El problema no es la falta de recursos, sino la narrativa que equipara valor con consumo.
En ese sentido, la Navidad contemporánea revela nuestras contradicciones: fe y mercado, afecto y mercancía, rito y publicidad. Quizá la pregunta no sea cuánto gastamos, sino qué estamos dispuestos a conservar cuando el dinero no alcanza. Ahí, en esa respuesta, se juega el verdadero sentido de la Navidad.

Elias Ascencio
Diseñador gráfico, fotógrafo y docente con más de 30 años de trayectoria artística y educativa. Maestro en Administración Pública y doctorante en Semiótica, ha trabajado en Metro CDMX y marcas nacionales. Líder filantrópico y promotor cultural en México.


