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    diciembre 2, 2025 | 17:55

    Ciudad Juárez: la ciudad partida por las mismas manos que deberían sostenerla

    Publicado el

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    En Ciudad Juárez uno aprende pronto que la desigualdad no es una estadística; es una frontera interna.

    No está marcada por aduanas ni por muros metálicos; está hecha de tuberías oxidadas, calles sin pavimento, clínicas sin médicos, escuelas olvidadas y colonias enteras que las autoridades visitan solo cuando hay campaña.

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    La frontera más brutal no es con Estados Unidos; es la que divide a los juarenses entre quienes sí tienen Estado… y quienes simplemente no lo tienen.
    Porque en Juárez, el abandono institucional no es una eventual falla administrativa; es una forma de organización del territorio.

    Es difícil no sentir indignación cuando las cifras hablan solas.

    Más de 490 mil personas viven en pobreza; casi 8% no tiene acceso regular a agua potable; hay viviendas sin drenaje en pleno 2025; y las periferias crecen bajo el mismo patrón; colonias que se llenan de familias antes de que llegue un solo servicio público.
    Desde hace años, Juárez vive como si sus zonas más vulnerables fueran apenas un “anexo” de la ciudad formal.

    ¿Y quién responde por esto? Nadie.

    Porque la responsabilidad siempre es un juego de espejos; el municipio le echa la culpa al estado, el estado señala a la federación, la federación dice que envió recursos y, al final, el único actor que sí paga la factura es el ciudadano.

    Las familias cargan con costos que no les corresponden: compran pipas porque no llega el agua, pagan drenaje que no existe, pierden horas productivas en traslados interminables porque el transporte nunca llega a sus colonias, se enferman por la mala calidad del aire y del suelo, y viven en una tensión constante que desgasta la convivencia, la estabilidad emocional y la esperanza.

    Esa erosión cotidiana —que no sale en los discursos oficiales— es la que está fracturando a Juárez desde dentro.

    Lo más grave es que este abandono no tiene solo consecuencias sociales o económicas; tiene consecuencias políticas profundas.

    Una ciudad que no confía en sus instituciones es una ciudad que se despolitiza, que deja de creer, que deja de exigir, que se resigna. Y la resignación es, sin duda, el sueño dorado de cualquier gobierno que quiere administrar la pobreza sin transformarla.

    La pregunta es inevitable: ¿qué ha fallado?

    Ha fallado la planeación urbana que permitió que miles de familias poblaran terrenos donde nunca se garantizó agua, drenaje ni transporte.

    Ha fallado el municipio, que año tras año presume obras sin explicar por qué la mitad del territorio sigue sin condiciones mínimas de habitabilidad.

    Ha fallado el estado, que invierte en infraestructura desigual y no reconoce la urgencia real de las periferias.

    Ha fallado la federación, que usa a Juárez como vitrina migratoria pero no como prioridad para la inversión social.

    Y han fallado, también, los partidos que visitan las colonias, prometen lo mismo que prometieron hace diez años y luego regresan al silencio.

    Pero la mayor falla es moral; permitir que existan dos Ciudad Juárez.

    Una que sí vale la inversión.

    Y otra que carga sola con el abandono.

    La pregunta que ya no podemos evitar es esta; ¿cuánto más está dispuesta la ciudad a tolerar?

    Porque Juárez no necesita discursos emotivos. Necesita tuberías nuevas, escuelas dignas, centros de salud con doctores, calles transitables, drenaje que funcione, y una política pública que no trate a los pobres como si fueran una estadística que aparece únicamente en época electoral.

    Esta ciudad se ha sostenido gracias a su gente, no gracias a sus gobiernos.

    Pero esa fuerza ciudadana no debe convertirse en excusa para que las instituciones sigan sin cumplir.

    Juárez merece más que sobrevivir.

    Merece un Estado que esté a la altura de su gente.

    Y es hora de decirlo sin miedo; si las autoridades no pueden con esa responsabilidad, deben hacerse a un lado.

    Porque no se puede dirigir una ciudad a la que no se conoce; no se puede gobernar una ciudad que no se pisa; y no se puede pedir confianza si no se garantiza dignidad.

    Ciudad Juárez está cansada.

    Pero no está vencida.

    Y esa es, quizá, la única esperanza que aún no han logrado abandonarnos.

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    Guadalupe Parada Gasson

    Economista, experta en comercio exterior, periodista y docente con amplia trayectoria en sectores público y privado. Ha dirigido medios impresos y digitales, liderado proyectos de comunicación y formación, y se ha desempeñado en ventas, publicidad y relaciones públicas. Destaca por su perfil multidisciplinario, visión estratégica y compromiso con la gestión social y educativa. Recientemente presidenta de Rotary Club Juárez Real (2023–2024).

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