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    diciembre 4, 2025 | 5:34

    La revolución de la vida Darwin explicado por estudiantes del siglo XXI

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    En pleno siglo XXI, Charles Darwin sigue generando preguntas, dudas y fascinación. Su teoría de la evolución, polémica en su tiempo y aún hoy malinterpretada, continúa siendo una invitación a mirar la vida con ojos críticos. En las aulas, sus ideas no solo explican la biología: despiertan en los jóvenes la curiosidad por comprender su lugar en el mundo.

    El Origen de las especies permanece como una obra que desafía certezas y abre caminos; una lectura que, desde la travesía del Beagle hasta las reflexiones de estudiantes actuales, recuerda que la ciencia avanza gracias a la observación, la evidencia y el valor de cuestionarlo todo.

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    El Origen de las especies fue una obra de larga gestación. Sus inicios se remontan a los años de expedición del Beagle, cuando el joven Darwin, que se embarcó en 1831, ya conocía las teorías de Erasmus Darwin y de Lamarck sobre el evolucionismo. Para bien o para mal, la teoría de Darwin ha estado rodeada de tópicos que persisten hasta hoy, como el repetido “el hombre desciende del mono”, cuando lo único que se deduce con certeza de sus postulados es que el ser humano y los monos comparten un antepasado común.

    Del mismo modo, se tergiversó la idea de la lucha por la existencia y su conclusión de que sobreviven los más aptos; una mala lectura que llevó a algunos a justificar la explotación del hombre por el hombre y la permanencia de sociedades rígidamente clasistas.

    En la marcha sana de la ciencia no existen descubrimientos mágicos o inesperados: todo hallazgo está anticipado por la teoría y su importancia se mide por el alcance conceptual que abre. Aunque mucho permanece oscuro —y lo seguirá estando durante largo tiempo—, no puedo abrigar la menor duda de que, después del estudio más detenido, la idea defendida hasta el siglo XIX de que cada especie fue creada de manera independiente es errónea. Darwin lo demostró con una claridad que transformó para siempre la biología.

    El ser humano ha modificado, consciente e inconscientemente, a numerosas especies, provocando cambios significativos en el entorno. Rara vez el hombre permitió que la especie intervenida conservara intacto su carácter salvaje. Quizá la crianza del toro de lidia sea una de las últimas prácticas donde ese instinto permanece relativamente sin modificar.

    La vigorosidad es determinante en la selección sexual: el más fuerte tiende a reproducirse más, mientras que el más débil lo hace muy poco. Por ello, gallos, toros y caballos destinados a la cría suelen mantenerse en un estado semisalvaje, para que no pierdan la cualidad que los define y transmitan.

    El instinto tampoco es algo meramente natural, sino un cúmulo de costumbres fijadas a lo largo del tiempo que, por su utilidad, permanecen en el archivo genético. Las discusiones filosóficas o metafísicas no interesaron a Darwin; él lo probó con observaciones, no con especulaciones. Las especies extintas no cambiaron sus instintos, y lo cierto es que estos no son estáticos: están en continuo ajuste porque la selección natural pone a prueba todo.

    El origen de las especies por medio de la selección natural es uno de los libros más bellos de la biología que ha llegado a mis manos. Su narración avanza desde un presente en transformación constante—el presente del Darwin maduro—hacia el pasado del joven explorador que se embarcó en una aventura guiada por la curiosidad y el asombro, impulsado por una necesidad interior de comprender.

    En este tenor, comparto algunas reflexiones de mis alumnos sobre la vida, obra e impacto de Charles Darwin:

    “La vida y la obra de Charles Darwin nos enseñan que la curiosidad, la observación y el estudio pueden cambiar el mundo. Gracias a él entendemos que todos los seres vivos estamos relacionados y que la vida ha evolucionado durante millones de años. Darwin fue valiente al defender sus ideas en una época en la que muchos no estaban de acuerdo. Su trabajo nos recuerda que la ciencia necesita paciencia, investigación y respeto por la naturaleza.”

    —Santiago Monzón, 1ro A.

    “Después de conocer más a fondo la vida y obra de Charles Darwin, así como el impacto de El origen de las especies, considero que su legado va mucho más allá de una teoría científica. Darwin no solo transformó la biología con su explicación de la evolución y la selección natural, sino que abrió la puerta a una nueva forma de pensar: una basada en la observación, la evidencia y la disposición a cuestionar lo establecido, incluso cuando eso implicaba enfrentar grandes desafíos.

    Darwin no fue un genio que lo supo todo desde el principio; fue alguien que observó con detalle, tomó notas, viajó, se equivocó y corrigió. Eso me enseña que el conocimiento verdadero no aparece de forma mágica, sino que se construye con paciencia y esfuerzo. También me hace reflexionar sobre la importancia de hacer preguntas, incluso cuando incomodan o desafían creencias previas.”

    Camilia Baquier, 1ro B.

    “La teoría de Darwin cambió el mundo. Me parece impresionante cómo observaciones sencillas de la naturaleza llevaron a una idea tan poderosa. Darwin tuvo el valor de pensar diferente en un tiempo donde la religión explicaba casi todo. Su vida enseña la importancia de la paciencia, la investigación y la observación.

    Gracias a él hoy entendemos mejor nuestro lugar en el mundo y podemos cuidar más nuestro planeta y la biodiversidad. Me queda claro que la ciencia no busca destruir creencias, sino encontrar la verdad con pruebas. El trabajo de Darwin me inspira a seguir preguntándome cómo funciona el mundo y a no tener miedo de pensar de forma crítica.”

    —Kaori Terrazas, 1ro B.

    La obra de Darwin no solo transformó la ciencia: transformó nuestra capacidad de asombro. Nos obligó a mirar la vida como una historia larga, tejida por millones de cambios sutiles que nos conectan con todo lo que respira. Hoy, cuando nuestros estudiantes leen El origen de las especies, no solo aprenden biología: aprenden a dudar, a preguntar, a mirar el mundo con una curiosidad que incomoda y al mismo tiempo ilumina. Quizá ese sea el verdadero legado de Darwin: recordarnos que la ciencia es un acto de valentía intelectual y que comprender la vida exige, siempre, volver a preguntarnos de dónde venimos y hacia dónde queremos evolucionar.

    Marduk Silva
    Marduk Silva

    Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Profesor en Preparatoria Lobos de la Universidad de Durango Campus Juárez y en la Escuela Preparatoria Luis Urias.


    Las opiniones expresadas por los columnistas en la sección Plumas, así como los comentarios de los lectores, son responsabilidad de quien los expresa y no reflejan, necesariamente, la opinión de esta casa editorial.

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