Lo que más me encabrona de la política.
Hay muchas cosas que me encabronan de la política, querido lector, y por eso hoy me dirijo a ustedes. Me encabrona, por ejemplo, que tengamos legisladores que no conocen la práctica real de la tramitología gubernamental y se les ocurra poner en las leyes cada pendejada que no tiene sentido alguno.
¿A quién carajos se le ocurrió pedir un recibo a nombre de una empresa como comprobante de domicilio para poder tramitar la FIEL de esa misma empresa? Hoy en día, la mayoría de los proveedores de servicios te piden precisamente tener la FIEL y/o tu constancia de situación fiscal —que se obtiene con la FIEL— para contratarte algo. Es un círculo vicioso: no puedes sacar la FIEL porque no tienes comprobante, y no puedes obtener el comprobante porque no tienes la FIEL.
Es ahí, querido lector, donde nos damos cuenta de que nuestros “representantes” quizá sí tengan algún tipo de preparación, pero de vivir en el mundo real de los trabajadores y empresarios… no tienen ni puta idea. Cosas tan ridículas como estas me encabronan profundamente.
Otra cosa que me encabrona son los funcionarios públicos. Y vaya que me ha tocado convivir con ellos en mi vida profesional. Todos sabemos que hay trámites que podrían resolverse en 20 minutos, pero prefieren hacerte perder tres días. Les vale madre. Prefieren ponerte trabas, hacerte dar vueltas, que facilitarte las cosas. Y lo peor es que lo saben. Ellos mismos lo sufren cuando les toca ir a otra dependencia. Es una cadena del “chingate, porque yo me chingué”.
Y con ese coraje me quiero meter al tema que nos atañe hoy.
Resulta que en México vivimos una cultura política deformada por siglos de colonización, centralismo, religión, racismo, clasismo y otras hierbas. Venimos de la convergencia de múltiples culturas: española, indígena, libanesa, judía, mormona, italiana, musulmana… y todas esas herencias se reflejan en nuestra manera de ver la política… y de joder al prójimo.
En días recientes, me llamó la atención el linchamiento digital a un joven —sí, el hijo menor de quien alguna vez fue el “Chief Commander” de este país— que andaba paseando con su novia en una lancha, disfrutando del mar mexicano. Nada grave, ¿no? Pues no. Bastó con que subieran una foto para que las benditas redes sociales se le fueran encima: que si la novia está muy guapa para él, que si trae ropa de marca, que si presume de más. ¿Y?
¿De verdad estamos tan jodidos como sociedad que tenemos que hacer escándalo por esto? ¿Qué tan podrida está nuestra forma de hacer política que recurrimos a la crítica hueca contra un chavito que ni vela tiene en el entierro nacional?
La verdad, me parece patético. Si el morro tiene la posibilidad de pasearse en lancha con su novia, ¿a nosotros qué chingados? ¿Nos afecta? ¿Nos cuesta? ¿Nos perjudica? No. Tiene una madre que es académica, bien posicionada. Un padre que fue presidente durante seis años y vivió a cuenta del erario (como todos los presidentes), y probablemente —como todos los padres que aman a sus hijos— le quiere dar lo mejor.
¿Y si anda en yate? ¡Pues qué bueno! Cualquiera con una buena chamba puede rentar uno por un día en Acapulco. ¿Por qué no él? ¿Por qué convertirlo en escándalo?
Aquí es donde se pierde el foco. En lugar de cuestionar al funcionario que llega tarde a su oficina, que no resuelve trámites, o al legislador que legisla sin sentido, preferimos andar de metiches en la vida privada de los hijos de políticos. Si el chavo no está haciendo daño a nadie, ¿cuál es el pedo?
Hay tanto por lo cual indignarse en serio: contratos inflados, hospitales sin medicinas, policías corruptos, obras públicas abandonadas, políticos que no rinden cuentas. Pero no. Preferimos fijarnos en la marca de la pulsera de un adolescente. Qué jodidos estamos.
Y eso, queridos suscriptores, es lo que más me encabrona de la política: que nos hemos acostumbrado a criticar sin argumentos, a juzgar sin perspectiva, y a joder por joder… solo porque se puede. Como si la opresión histórica nos hubiera dejado como herencia el deporte nacional de fregar al prójimo.
Vivimos en una sociedad donde traer ropa de marca y pasártela bien con tu novia puede volverse portada nacional. No por romance, sino por morbo. No por trascendencia, sino por falta de temas reales.
Miren, eso es justamente lo que pasa: vemos cada vez a más congresistas de una oposición inexistente, completamente ausente, que no está haciendo nada. Y al mismo tiempo, tenemos a los del partido oficial promoviendo y aprobando una serie de legislaciones que no tienen ningún sentido, pero que se votan simplemente por el hecho de seguir legislando… sobre pendejadas.
Eso es lo que quiero que se entienda. Mientras hay quien se sube a una tribuna para indignarse porque el hijo de cierto expresidente anda viviendo la vida de cualquier adolescente —como si eso fuera un problema de Estado—, en ese mismo momento están votando leyes que sí nos afectan, que sí modifican la forma en que vivimos, trabajamos o emprendemos.
Y lo peor: lo hacen sin que nos enteremos. Lo hacen porque nos tienen entretenidos con la novela del día, con el escándalo inútil que nada aporta.
Este es un llamado —urgente— a todos los entes y fuerzas políticas que nos rodean: reenfoquen el camino. Reenfoquen hacia dónde queremos llegar como sociedad. Dejemos de hacer escándalo por si alguien se toma una selfie en un yate o si anda de viaje con su novia. Eso no cambia la vida de nadie.
Lo que sí podría cambiar nuestra vida es que existan legisladores que verdaderamente escuchen a la ciudadanía, que tengan oficinas abiertas al público, donde podamos proponer cambios concretos a las leyes que nos afectan. Que legislen para simplificar, no para complicar. Que legislen para abrir caminos, no para cerrarlos. Que legislen con cabeza, y no con ocurrencias recicladas llenas de ignorancia, como tantas cámaras legislativas lo han venido haciendo últimamente.
Necesitamos grupos de trabajo que hagan esfuerzos reales, no simulaciones. Que generen cambios que hagan nuestra vida más accesible, más justa, más humana. Y que, de una vez por todas, dejemos de meternos el pie solos.
Y bueno… ya que andamos en confianza, se me olvidaban los pseudo funcionarios públicos que están en “servicio social”. Esos que están ahí nada más para calentar la silla y sacar la foto.
¡Esos me encabronan todavía más!
Pero bueno…
Esa ya será historia para otra columna.

Daniel Alberto Álvarez Calderón
Político y abogado chihuahuense con experiencia legislativa y empresarial. Exsubdelegado de PROFECO, ex dirigente del PVEM en Ciudad Juárez y cofundador de Capital and Legal. Consejero en el sector industrial y financiero, promueve desarrollo sostenible e inclusión social.


