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    abril 26, 2024 | 21:17

    VOCES LIBRES | Bailando con la muerte y con el virus…

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    Crónicas del Poder

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    “…En recuerdo del genial y querido Amigo, Inocencio Reyes Ruiz…”

       Mientras las “corcholatas” bailan al son que les marca el patrón, es decir, Monreal en creciente ruta de colisión negada, Ebrard a punta de coscorrones y sometido al buffet de “nuevos” “diplomáticos” que el jefe le enjareta de manera no tan diplomática, y la visiblemente consentida Sheinbaum se convierte en una valiente caja de resonancia del amo político, mientras la carpa política voraz e inescrupulosa sigue incontenible su cretino show, ómicron devasta a México y al mundo entero con un cuadro exponencial de contagios.

       Voces Libres platicó con dos amigos, extraordinarios escritores, que abordan el asunto sofocante del virus hoy, con perspectivas significativas que nos iluminan sobre el complejo y brutal proceso que vive la humanidad. Me refiero a Jorge Volpi y a Pedro Ángel Palou, integrantes de la famosa “Generación del Crack”, mundialmente reconocida. De la interesante conversación, me permito tomar aquellos puntos que me parecen decisivos.

       Vamos primero con el planteamiento de Jorge. “…Hay años que recordamos estrepitosamente breves; otros, agotadoramente largos: una percepción que depende, por supuesto, de las peripecias de cada quien. 2020 y 2021, los abrumadores tiempos de la pandemia, pudieron parecer desgarradoramente cortos para algunos -una especie de paréntesis vital e histórico- o amargamente lentos para otros -la incertidumbre y la inmovilidad que solo se prolongan-; en cualquier caso, inverosímiles y únicos, imposibles ya de olvidar. 2022, en cambio, se abre desde sus primeros días como una era de pequeños avances y nuevos retrocesos; un año vaivén, un año hacia delante y hacia atrás, un año en staccato, un año acordeón…”

       “…El ritmo de la variante Ómicron del SARS-CoV-2, que apenas empezamos a vislumbrar, marca ya sus primeras semanas y, con la ansiedad de que no surja una cepa más agresiva, nos condena a este angustiante toma y daca: su enloquecida virulencia amenaza con contagiar a la mitad de la población del planeta -si no es que más- en el curso de las siguientes semanas. Hartos ya de encierros y restricciones, gobiernos y ciudadanos se muestran dispuestos a tolerar el contagio. Lo que vemos entonces, en todas partes, es este macabro juego de idas y venidas: nuestras instituciones -escuelas y universidades, fábricas y oficinas, cines y teatros- funcionan mientras el contagio en sus equipos lo permite. La tendencia es a abrir y cerrar y volver a abrir con quienes ya se han recuperado: toda regularidad se torna efímera…”

       “…Los hospitales, por desgracia, apenas toleran estas vueltas: como empieza a verse en Europa y Estados Unidos, el personal de salud contagiado provoca colapsos no solo en la atención del Covid, sino en la de cualquier otra enfermedad: nuestro año acordeón, en apariencia más benigno, no dejará entonces de cobrarse vidas, a corto y largo plazo…”

       “…Si la primera ola de la pandemia nos sorprendió por completo, esta ha vuelto a hacerlo: apenas dos meses atrás, Ómicron daba sus pinitos en Sudáfrica y hoy prevalece por doquier. Imposible adaptarse a esta rapidez: de allí que nuestros políticos, de por sí centrados solo en su propia popularidad, tampoco sepan qué hacer. No estamos viendo, por lo pronto, el egoísmo y la torpeza exacerbados del principio, sino una estulticia digamos cotidiana: ya no es tanto la batalla por los tapabocas o las vacunas como la terca necesidad de decir que, al ser más leve Ómicron, todo va a ir siempre bien…”

       “…Lo más peligroso es que, en este subibaja, cuando nada es seguro ni permanente, todo parece permitido: y no me refiero solo a salir a contagiarse con descaro o a dar conferencias de prensa infectado con el virus, sino a deslizar cualquier ocurrencia, cualquier experimento improvisado, a ver si llega a funcionar. En medio del pasmo ciudadano -de los millones de contagios diarios- y de su distracción, nuestros hombres de poder intentan aprovecharse de la situación, que ahora sí les llega como anillo al dedo: sea para amagar aún más a adversarios e instituciones autónomas, aquí, o para amenazar con una invasión, allá, todo se torna posible. Si, en el mejor de los casos, la mitad de la población está solo preocupada por sus dolores de cabeza, su tos y su carraspera, y sobre todo con no empeorar, ¿qué más da lo que hagan esos irresponsables allá afuera? …”

       “…Vivimos, otra vez, tiempos peligrosos. No solo porque en realidad no tenemos la menor idea de qué va a pasar con Ómicron -si en algún momento se estabilizará, si se volverá endémica, si viviremos grandes olas de contagios varias veces al año, como con la influenza, o si, en el peor escenario, aparecerá una variante más agresiva-, sino porque en este año de acelerar y frenar, la frustración, privada y pública, puede ser incluso mayor a la de los años previos, que de por sí carga a cuestas. Una era, pues, donde planear se torna casi imposible y donde cualquier idea de futuro inmediato se asemeja a un papel arrugado: estemos atentos, pues, vigilemos a nuestros políticos como nunca y no nos dejemos adormecer por el exasperante ritmo de este año acordeón…”

       Pedro Ángel asume una posición en este caso más conceptuosa, así lo plantea. 

       “…Parece que no hubo resoluciones de año nuevo, que 2022 se parece tanto a 2020, que estamos hartos o cansados de la incertidumbre, el encierro, las muertes y enfermedades de tantos que queremos o conocemos. Ya ni siquiera leemos las estadísticas de muertos, enfermos, hospitalizados, vacunados, doble vacunados, reforzados y por supuesto las perturbadoras de quienes se niegan a ser vacunados…”

       “…Leo en la recopilación de sus artículos una reflexión temprana sobre el Covid del filósofo inglés Simon Critchley que es más relevante ahora, en el invierno de nuestro desconcierto, plagados por la nueva plaga de la variante Ómicron. El diagnóstico primero: estamos asustados, al borde, incapaces de concentrarnos; nuestras mentes saltan de un lado a otro. Ora se afanan en las noticias digitales -nuevos brotes, una ciudad de millones totalmente aislada en China, la falta de vacunas en África-, ora se toman la temperatura, la oxigenación, presas de la paranoia del síntoma: todo catarro ya es coronavirus. Sobreviene el insomnio, se destruye el orden normal de los días, la estructura del tiempo. Tomamos siestas antes imprevistas, estamos despiertos hasta las cuatro de la madrugada. El temor se vuelve pánico ante la posibilidad de morir solos de un mal respiratorio, entubados. Quienes hemos padecido, así sea un leve Covid sabemos de esto, pero todos caemos en esa ansiosa gravedad. Las estructuras sociales, los hábitos y todo aquello que dábamos por hecho se erosiona: todo lo sólido se desvanece en el aire como profetizaba Marx…”

       “…Critchley se pregunta, sin embargo, qué puede hacer la filosofía para paliar este terrible estado mental. Y va, claro, a Montaigne. No solo a su famosa: filosofar es aprender a morir, sino a algo más claro y contundente: temer la muerte es una esclavitud. Solo se libera quien la acepta. Sin embargo, es más fácil decirlo o incluso pensarlo y rumiarlo que verdaderamente rendirse a ello. Aquí es donde él sí ofrece una pequeña salida: diferenciar entre miedo y ansiedad…”

       “…El miedo, lo sabemos desde Aristóteles, ocurre ante una amenaza real. La ansiedad, por el contrario, nos dice Critchley, es un estado en el cual los hechos particulares del mundo se desvanecen de nuestra vista. Todo nos parece extraño, estamos en el mundo como totalidad, pero todo nos perturba, nada en particular, sino la existencia misma. Ese es el estado en el que vivimos nuestros días, presas de la pandemia: invisible ante nuestros ojos y sin embargo omnipresente. El consejo entonces: aceptar y afirmar la ansiedad en lugar de intentar evadirla o explicarla buscando una causa específica. Nuestra ansiedad, nos dice con claridad el filósofo, no es un desorden que pueda medicarse hasta anestesiárselo. Tiene que reconocérsela, darle forma como un vehículo de liberación, tal y como hacía Montaigne con la muerte misma…”

       “…Dejar de vivir negando la muerte sería la consolación filosófica. Negar pasionalmente el mal hábito de vivir pensando que se es inmortal (una eternidad falsa), aceptando la realidad y encontrando el coraje para vivir día a día. La finitud, dice Critchley, es relacional: no es cuestión solo de mi muerte, sino de la de los otros, aquellos que nos importan, cerca o lejos, amigos o seres ajenos. Somos, afirma Blaise Pascal, seres débiles…”

       “…Un vapor, las partículas que tose un desconocido en el supermercado, nos pueden llevar a la muerte. Esa vulnerabilidad, ese hecho incontrovertible de ser criaturas dependientes, es también nuestra mayor fuerza. La naturaleza, sigue el filósofo inglés, no sabe que somos débiles, el virus de hecho nos considera tan fuertes que sigue mutando. Tenemos la ciencia y las vacunas para protegernos, tenemos el abrazo y el beso y el cuidado de los nuestros. Tenemos esa dignidad de la que habla Pascal: sabernos mortales. Pensar bien es el principio de la moralidad, escribía en sus Pensamientos. Pensemos bien, entonces, reconociendo nuestra finitud, mostrando nuestro amor, cuidándonos los unos a los otros. La verdadera responsabilidad no solo nos incluye en nuestros actos, es también una responsabilidad moral por los otros…”

       “…Se puede gozar la vida reconociendo que es finita. De hecho, debería poder gozarse más cada momento precisamente por esa infinita sabiduría. Una puesta de sol, una caminata. Una buena copa entre amigos y amigas, un gran libro. Una comida exquisita, incluso si es simple. Y seguir, claro, la conversación…”

       Pues sí, el vals fatalmente trágico con el virus y la muerte.

    Sergio Armendariz SQD

    Comunicador en Radio, TV, Prensa Escrita y Portales Electrónicos. Académico Universitario. Funcionario Educativo. Miembro Consultivo en OSC.


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