Somos el resultado de nuestra historia: de la crianza, de las circunstancias económicas, culturales y emocionales que nos moldearon. Muchas veces crecimos con ideas limitadas, limitantes o con etiquetas que otros —o incluso nosotros mismos— se nos fueron colocadas, en la mayoría de los casos, sin mala intención. En la infancia casi todos recibimos burlas, advertencias o comparaciones que terminaron por forjarnos miedos y hacernos creer que ciertas cosas “no eran para nosotros”. Qué solo eramos “tal” cosa. Identificarnos con lo que mejor podemos.
A mí me dijeron que no sabía bailar. Huía de las clases porque las burlas me arrinconaban y yo misma reforzaba esa narrativa. Con la natación ocurrió algo parecido. Y, sin embargo, hoy amo nadar. No soy experta, pero disfruto y salí buena para las aguas bravas. También descubrí, ya en mi “cuarto piso”, que bailar me hace feliz, haciéndolo lo mejor que puedo pero sobre todo disfrutando. Lo mismo vive un amigo muy querido: venció el pánico que le provocaban quienes lo aventaban al agua “por diversión” cuando era niño. Ahora nada a diario, desafía el clima, acomoda su agenda y se regala ese espacio para sí mismo. Esos logros íntimos, aunque pequeños ante el mundo, son nuestros pequeños logros que se hacen grandes triunfos.
Quizá ustedes, queridas personas lectoras, piensen en el triunfo reciente de la mexicana Fátima Bosch en Miss Universo. A ella también la insultaron y desacreditaron; incluso se puso en riesgo su participación. Pero no cedió. Con firmeza y elegancia estableció límites de respeto que nadie debería cruzar: reglas claras, dignidad intacta y decisión de seguir adelante. La llamaron “tonta”, dijeron que no podría, y aun así persiguió su sueño hasta coronarse.
Su victoria no está exenta de polémica. Lo inédito de verla confrontar con templanza a un directivo del certamen llamó la atención mundial. México celebró, pero tampoco faltaron voces que cuestionaron su triunfo, ya sea por envidia, oportunismo o simple desacuerdo. Así es la vida pública: nunca daremos gusto a todos.
Podemos coincidir o no con los concursos de belleza —yo no soy particularmente fan—, pero esta vez Fátima mostró más que apariencia: exhibió inteligencia, entereza y una tenacidad que invita a hacer aquello que nos mueve el corazón, incluso cuando enfrentamos oposición propia o ajena.
Las estadísticas dirán que difícilmente ganaré un concurso de ritmos latinos, en una de esas ni a presenatción llego. Dudo que mi amigo obtendrá una medalla olímpica. Pero nuestras coronas, aunque invisibles, existen. Son esos momentos en que hacemos lo que amamos, nos celebramos y derrotamos las voces internas o externas que aseguraban que no podríamos.
Esa determinación —aunque cueste, aunque incomode, aunque duela— es una conquista personal. Es fuente de alegría y amor propio. Sigamos ese ejemplo. Que cada quien, en lo suyo, que cada uno de nosotros busquemos nuestra propia corona, hacer lo que hagamos y un poco de alegría.

Georgina Bujanda
Licenciada en Derecho por la UACH y Maestra en Políticas Públicas, especialista en seguridad pública con experiencia en cargos legislativos y administrativos clave a nivel estatal y federal. Catedrática universitaria y experta en profesionalización policial.
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