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    marzo 25, 2024 | 10:30

    La violencia y la corrupción también permea en las iglesias

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    Tal parece que no hay nada de carácter impoluto en los códigos criminales, pues las iglesias también se ve afectadas por estas agrupaciones, y como cualquier otra institución, es un ente corruptible, con víctimas y victimarios en sus operaciones.

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    Pensemos en lo más íntimo, lo más cercano a nosotros mismos, aquello tan personal que funge como vínculo para aquello que trasciende a lo material de nuestra existencia: la fe.

    Eso, también ha sido invadido por la cultura de la violencia y el narcotráfico, aunque ciertamente poco o nada se habla al respecto.

    Así lo refleja el asesinato de sacerdotes y líderes de grupos religiosos a lo largo y ancho de Latinoamérica, y no sólo eso, también la presunta participación de algunos de estos, en colusión con los cárteles de droga.

    Existen infinidad de casos sin esclarecer, hechos que testigos y personas cercanas a las víctimas ligan con agrupaciones del crimen organizado, y que prevalecen en la impunidad, sin detenidos ni acusados.

    El más reciente es el caso del asesinato del sacerdote católico Gumersindo González, de 64 años, asesinado en Guanajuato. Otro ejemplo de la violencia generada por los grupos criminales ante la inacción de los gobiernos.

    Otros casos son los de los también sacerdotes Germaín Muñiz García e Iván Añorve Jaimes, asesinados en la carretera a Taxco en el estado de Guerrero, el 5 de febrero del 2018, lo anterior después de acudir a un baile en la comunidad de Juliantla, en el que estaban personas de diversos grupos delictivos, según refieren algunos testimonios.

    El caso ha sido mencionado recientemente luego de tres años sin resolver por el obispo Salvador Rangel Mendoza, quien además de exigir el esclarecimiento de lo ocurrido, lamentó que en su momento se haya relacionado a los religiosos como colaboradores de una célula delictiva.

    Justo ese año concluyó el sexenio de Enrique Peña Nieto, en el cual, fueron asesinados en México 26 sacerdotes y dos más fueron desaparecidos, según reportó entonces el informe de “Evaluación del sexenio 2012-2018”, elaborado por el Centro Católico Multimedial.

    Entonces se reportó que las entidades donde se dio el mayor número de asesinatos y agresiones contra sacerdotes y agentes de evangelización fueron precisamente Guerrero, junto con la Ciudad de México, Veracruz, Chihuahua y Michoacán.

    Este informe dice que uno de los principales móviles es que la operación de estos líderes resulta “incómoda” dado que denuncian las “carencias” que vive la gente en varias regiones del país.

    En agosto del año pasado, Elio Masferrer Kan, especialista en temas religiosos, señaló que, a propósito de la detención del exgobernador César Durarte Jáquez, miembros de la iglesia católica podrían haber recibido recursos económicos de procedencia ilícita, concretamente de manos de éste último y de José Antonio Yepes, ‘El Marro’, líder del cártel de Santa Rosa de Lima.

    El columnista, quien también es antropólogo, especialista en religiosidad e investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), señaló entonces versiones periodísticas que circulaban en medios nacionales sobre presuntas “donaciones exorbitantes” de ‘El Marro’ hacia algunos sacerdotes, quienes realizaban celebraciones religiosas en su honor.

    Este trabajo publicado por Masferrer, señala que al menos en este país, los templos fundan asociaciones civiles a las que luego llegan donaciones por parte de operadores de distintos carteles o políticos ligados a ellos.

    Agrega que, en el caso de Cesar Duarte, en su ya conocida ‘nómina secreta’, figuran sacerdotes pagados con recursos del Estado, lo cual está prohibido por la Constitución.

    Atrás quedaron los días en el que los grupos criminales respetaran a los clérigos, también en el que estos se consideraban incorruptibles. Habría que entender que la iglesia, como cualquier otra institución, es un ente corruptible, lo que la convierte en sujeto activo de la descomposición social, generando desde sus operaciones no sólo víctimas, sino también victimarios.

    Aunque sería muy desafortunado adjudicar a quienes han sido asesinados, sin importar su oficio, cualquier nexo con el crimen organizado, debemos aceptar que estas organizaciones –de buena voluntad –no son inmunes a esta crisis de corrupción y muerte que sacude y fractura a la sociedad desde sus cimientos más endebles.

    Porque es necesario decir que aun cuando claramente hay líderes religiosos apoyados por una vasta comunidad con todas sus necesidades humanas resueltas, también los hay, otros muchos, que conforman los únicos pilares morales de comunidades pobres y necesitadas de esperanza, consuelo y protección.

    Y la máxima, entender que al final estas muertes son también culpa del Estado, qué a estas alturas, sigue sin proporcionar las condiciones mínimas de supervivencia para los 52.4 millones de mexicanos que viven en situación de pobreza, ni los mecanismos de defensa para activistas, periodistas y, también, líderes religiosos, que pugnan por una vida mejor para todos y todas.

    Porque, tal parece, qué nunca hubo nada de carácter impoluto en los códigos criminales; y que como dice el verso de Salvador Días Mirón, en el poema Los Parias “(…) como el ruego resulta inútil pienso que un día —pronto tal vez— no habrá miserias que se arrodillen, no habrá dolores que tengan fe”.

    Es necesario que sin importar nuestro lugar dentro de esta máquina social, no perdamos de vista que el verdadero enemigo es el propio sistema en el que vivimos, que permite la invasión de estas cosas que pensamos tan íntimas, tan cercanas a nosotros y tan personales

    Karen Cano

    Escritora, feminista y periodista de Ciudad Juárez, sobreviviente de la guerra contra el narco, egresada de la Universidad Autónoma de Chihuahua, reportera desde el 2009; ha trabajado para distintos medios de comunicación y su trabajo literario ha sido publicado en Ecuador, en Perú y en distintas partes de México.

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