Después del estruendo inicial de la conquista y las expediciones fallidas en busca de imperios dorados, como la encabezada por Francisco Vázquez de Coronado en 1540, pasaron casi cuatro décadas antes de que la mirada de los colonizadores volviera con firmeza hacia el norte de la Nueva España. Pero esta vez, no lo hicieron por leyendas de ciudades míticas como Cíbola o Quivira, sino por una razón mucho más concreta: la tierra escondía riqueza en sus entrañas.
A mediados del siglo XVI, los esfuerzos del virreinato comenzaron a centrarse en la explotación de los recursos minerales. Zacatecas, Guanajuato y Santa Bárbara, en el norte, se convirtieron en puntos clave por la extracción de oro y plata. Fue precisamente la fundación del Real de Minas de Santa Bárbara, en la actual Chihuahua, la que motivó la creación de una nueva provincia: la Nueva Vizcaya, con su capital en Durango.
La minería atrajo no sólo a españoles, sino también a indígenas y mestizos que formaron nuevos núcleos urbanos. Esta expansión no estuvo exenta de conflictos: entre 1550 y 1600, los avances en territorio chichimeca desataron una guerra de baja intensidad. Los llamados “chichimecas” —una etiqueta amplia y muchas veces imprecisa para los grupos nómadas del norte— no eran una fuerza militar organizada, pero sí lo suficientemente persistente como para provocar serios desgastes en los asentamientos y caravanas.
Algunos grupos indígenas fueron repelidos o incluso esclavizados para trabajar en las minas. Otros, más cercanos a las misiones, fueron integrados al naciente orden social novohispano. Para 1565, la frontera norte de la Nueva Vizcaya se estabilizó en el valle de Santa Bárbara y la misión de San Bartolomé, ubicada en lo que hoy es el Valle de Allende, Chihuahua.
Hacia 1580, el virreinato adoptó una estrategia más diplomática. Se optó por atraer a los grupos nómadas con regalos, buscando su pacificación y sedentarización mediante la evangelización. Así nacieron los llamados “indios de paz”, aquellos que aceptaban la vida en las misiones y la integración al mundo novohispano. A quienes resistían se les denominó “indios bárbaros”, y con ellos persistió el conflicto.
Fue en este contexto que el franciscano Agustín Rodríguez, encargado de la misión de San Bartolomé, decidió buscar, por cuenta propia, a los legendarios pueblos sedentarios que los informes de fray Marcos de Niza y Vázquez de Coronado habían mencionado décadas antes. Obtuvo las autorizaciones necesarias y partió en 1581 con dos frailes más —Francisco López y Juan de Santa María—, escoltados por una veintena de soldados bajo el mando de Francisco Sánchez de Chamuscado.
La expedición siguió el curso del río Conchos hasta su confluencia con el río Bravo, en lo que hoy es Ojinaga, Chihuahua. Desde allí, remontaron el Bravo hacia el norte, convirtiéndose en la primera expedición documentada que cruzó por la zona de lo que actualmente son Ciudad Juárez y El Paso, Texas.
Los misioneros continuaron hasta el corazón del territorio de los indios pueblo, en lo que hoy conocemos como el estado de Nuevo México. Pero su empresa tuvo un trágico desenlace: pocos meses después de haber llegado, los tres frailes fueron asesinados por los indígenas. Los soldados sobrevivientes regresaron a la Nueva Vizcaya, llevando consigo el amargo resultado de una expedición que combinó el celo religioso con el deseo de extender la frontera virreinal.
Este episodio marcaría el inicio de una nueva fase en el avance español hacia el septentrión, caracterizada ya no por la búsqueda de reinos fabulosos, sino por la consolidación territorial, la expansión minera y la labor misional. La conquista, aunque transformada, aún no había terminado: solo había cambiado de rostro.

Marduk Silva
Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Profesor en Preparatoria Lobos de la Universidad de Durango Campus Juárez y en la Escuela Preparatoria Luis Urias.
Las opiniones expresadas por los columnistas en la sección Plumas, así como los comentarios de los lectores, son responsabilidad de quien los expresa y no reflejan, necesariamente, la opinión de esta casa editorial.


