En recientes declaraciones, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afirmó que el narcotráfico “controla y petrifica al gobierno de México”. Es una declaración grave, no solo por lo que implica en términos de relaciones diplomáticas, sino por lo profundamente hipócrita que resulta cuando se analiza a la luz de los hechos.
Desde luego, es innegable que el narcotráfico ha erosionado estructuras de poder en México, afectando la seguridad, la gobernabilidad y la vida cotidiana de muchas comunidades. Negarlo sería ingenuo. Sin embargo, culpar exclusivamente al lado mexicano del problema es una simplificación peligrosa y deshonesta. Si el crimen organizado tiene tal poder en México, es en gran medida porque del otro lado de la frontera existe una demanda insaciable de drogas, un flujo constante de dinero ilegal, y una exportación masiva de armas de alto poder que nutren al narco.
¿Quién tiene el control en Estados Unidos? ¿Quién permite que toneladas de droga se distribuyan en sus calles, universidades, suburbios y ciudades sin que los cárteles enfrenten el mismo nivel de confrontación militar que se exige en México? ¿Dónde está la vigilancia fronteriza cuando las armas cruzan desde Texas, Arizona o California hacia el sur? La evidencia es clara: el narcotráfico es un negocio binacional, pero los discursos como los de Trump insisten en retratarlo como un mal exclusivamente del sur del Río Bravo.
El fenómeno es comparable a una escena familiar muy conocida: cuando la suegra, viendo los errores evidentes de su hijo, decide culpar a la nuera de todo, aunque sepa que quien cometió las faltas fue su propio hijo. Trump juega ese mismo papel: condena a México para desviar la atención de una verdad incómoda para su país y su electorado: Estados Unidos no solo consume drogas, también alimenta el sistema que las produce, distribuye y perpetúa.
El crimen organizado en Estados Unidos sí existe. Es sofisticado, está infiltrado en instituciones financieras, opera con gran eficacia en redes de distribución nacional y coopta a ciudadanos, autoridades y empresarios. Sin embargo, rara vez es nombrado como tal en los discursos oficiales.
¿Cuándo el gobierno de Estados Unidos va a asumir su responsabilidad y dejará de actuar como víctima para aceptar su papel de corresponsable —y en muchos sentidos, de protagonista— en el problema del narcotráfico? Mientras no lo haga, cualquier crítica a México será incompleta, injusta y manipuladora.
Trump no habla de soluciones, solo señala con el dedo. Pero el problema es bilateral, y mientras no se atienda con una visión compartida, sin prejuicios ni demagogia, seguirá cobrando vidas en ambos lados de la frontera.
En este contexto, llama poderosamente la atención que desde México haya voces que aplauden declaraciones como las vertidas por Trump, e incluso alientan una posible intervención extranjera en nuestro país. ¿En qué momento se perdió la conciencia de lo que implica ceder soberanía a una potencia que históricamente ha demostrado intereses ajenos al bienestar de otros pueblos? Promover la intervención de Estados Unidos en territorio mexicano, con el pretexto del combate al narco, es no solo ingenuo, sino profundamente irresponsable. Las consecuencias de tal acción no se miden en discursos ni en likes, se miden en vidas, en estabilidad, y en el destino de un país entero.
Esos apátridas que hoy celebran y reproducen con entusiasmo las palabras de Trump creen, en su cálculo más mezquino, que tales expresiones les acarrearán votos. Pero lo cierto es que lo único que logran es cavar más profundo en el tejido de la historia, hundiéndose en el desprestigio de quienes entregan su voz a intereses ajenos, mientras México sigue luchando por mantenerse en pie con dignidad y soberanía.
Pedro Torres
Las opiniones expresadas por los columnistas en la sección Plumas, así como los comentarios de los lectores, son responsabilidad de quien los expresa y no reflejan, necesariamente, la opinión de esta casa editorial.
