Estos días están llenos de celebraciones, pero sin duda uno de los reconocimientos más hermosos es el Día de las Madres. Y es justo eso: un reconocimiento a la entrega, al amor incondicional y al compromiso de las mamás hacia sus hijos desde el primer momento.
Hace poco leí un artículo que afirmaba que no debíamos “romantizar” la maternidad; sin embargo, creo todo lo contrario. La maternidad es un eterno romance con nuestros hijos. Por supuesto, implica sacrificios y retos, de los cuales también es necesario hablar y compartir. Pero hablar de la belleza de dar vida siempre debe ir acompañado del amor que ello significa.
En esta ocasión, quiero abrirles mi corazón para contarles un poco de mi historia personal de maternidad. Una historia que, como la de muchas de ustedes, no ha sido un camino fácil, pero sí ha estado llena de momentos hermosos.
Para mí, la maternidad comenzó como una aspiración difícil de alcanzar. Me tomó decenas de estudios, análisis e incluso una cirugía poder lograr un primer embarazo. Lamentablemente, ese embarazo no tuvo un buen desenlace: lo perdí a las seis semanas. Meses después volví a embarazarme, y una vez más, la ilusión no pudo concretarse. Tuve una pérdida gestacional a las once semanas, que terminó en un doloroso legrado. Y no me refiero solo al dolor físico, sino al vacío emocional de salir del quirófano con el vientre vacío.
Después de esas dos pérdidas vinieron más estudios, más análisis, tratando de encontrar una explicación. A los meses, un tercer embarazo tampoco prosperó más allá de la quinta semana. Para ese momento atravesaba una de las etapas más duras de mi vida, pero estaba convencida de que quería luchar por la maternidad con todas mis fuerzas.
Este proceso me enseñó que podía ser mucho más fuerte de lo que creía. Así como lo son las mamás.
Semanas después, supe que estaba embarazada por cuarta vez. Con todo el miedo e incertidumbre que eso implicaba, escuché por primera vez el latido de mi bebé. Al mismo tiempo, llegó a nuestra familia otro corazón lleno de ilusión: Ale. Una joven tutelada por el DIF desde los cuatro años que, a sus 18, buscaba con todo el corazón un hogar.
Hoy soy mamá de dos hijos con una gran diferencia de edad y experiencias de vida completamente distintas. Mi misión es formarlos y ayudarlos a construir los cimientos de sus sueños, cada uno en su propia etapa.
Casi cuatro años después de todo lo que les he contado, puedo asegurar que mi maternidad ha estado siempre marcada por el amor y el sacrificio, por lágrimas y mucho cansancio. Pero cada paso me ha enseñado que es una bendición recorrer este camino.
La belleza de la maternidad se revela en cada testimonio: en las madres solteras que salen adelante con el doble de esfuerzo; en quienes tienen hijos con discapacidad y se desviven por su bienestar; en las madres buscadoras, cuya esperanza las llena de valentía; en quienes combinan sus sueños profesionales con la maternidad; y en las mamás que deciden quedarse en casa de tiempo completo.
Cada historia encierra la belleza de dar vida, y la lucha por mantener esa vida con luz y perseverancia. También nos enseña la empatía: mirar a nuestro alrededor y reconocer que, en la belleza de la maternidad, hay caminos más complejos que requieren del apoyo de todos.

Marisela Terrazas
Ex Diputada por el PAN en Chihuahua. Doctorante en Ciencias de la Educación por la Universidad Libre de Bruselas, Bélgica. Maestra en Educación por UTEP, ex directora del Instituto Chihuahuense de la Juventud y experta en políticas públicas juveniles.


