“Fuera Gringos!”, es el grito que se alzo en una sola voz el pasado fin de semana exigiendo politicas que regulen la estacia de millones de extranjeros que residen en nuesto pais y no pagan impuestos. La gentrificación en Mexico, especialmente en zonas turísticas y en barrios tradicionales de la Ciudad de México, ha desatado un conflicto silencioso pero feroz. Ciudades y playas, que antes eran centros de vida comunitaria y cultura local, se han convertido en vitrinas para el turismo extranjero con cero compromiso con el entorno que ocupa.
Esta oleada ha disparado el precio de las rentas, de los servicios y de los productos básicos. Lo que antes era una tortillería de barrio ahora es una cafetería con pan artesanal y menú en inglés. El problema no es solo el cambio estético: es el desplazamiento de miles de habitantes que han vivido en estas colonias durante generaciones y que hoy ya no pueden costear su permanencia. La ciudad está siendo vendida al mejor postor, y en muchos casos, ese postor no habla español y ademas exige que le hables en ingles.
Recientemente, cientos de capitalinos salieron a las calles a protestar. No fue solo una marcha: fue un grito colectivo que exigía frenar la venta del país al turismo y a la inversión extranjera sin regulaciones. Fue una exigencia de vivienda digna, de respeto por las comunidades locales y de freno al despojo disfrazado de modernización. El mensaje fue claro: fuera gringos, pero también fuera todos aquellos que ven a México como una mercancía.
No se trata de xenofobia. Se trata de soberanía urbana. De cuidar lo que es nuestro. Lo mismo ocurre en las playas, donde cada vez es más común que turistas extranjeros no solo maltraten a trabajadores mexicanos, sino que exijan que les hablen en inglés, se apropien de espacios públicos y transformen nuestras costas en islas artificiales al estilo Miami. ¿En qué momento permitimos que Oaxaca, Tulum o Sayulita se convirtieran en parques temáticos para el turista blanco, desplazando a comunidades enteras para construir hoteles y resorts?
El tema esta mal por todos lados, mientras los anglosajones colonizan nuestras zonas más lindas, los capitales chinos están comprando bodegas y locales enteros en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Ahí donde antes había una zapatería de 50 años o un taller mecánico de tres generaciones, ahora hay almacenes anónimos que funcionan como centros de distribución para productos importados. El comercio tradicional muere lentamente, aplastado por una economía global que no tiene rostro ni corazón.
El problema no es que venga gente de fuera. El problema es que lo hagan sin respetar, sin integrarse, sin aportar más que su dinero. El problema es que nuestras autoridades lo permitan y hasta lo fomenten con políticas que privilegian la inversión extranjera sobre la vida de sus propios ciudadanos.
Hoy, la Ciudad de México se planta y pone ejemplo. La protesta en las calles es solo el inicio de una resistencia urbana que busca poner freno a esta invasión silenciosa. No queremos que nuestras colonias se conviertan en escaparates para Instagram ni que nuestros barrios sean solo rentables para Airbnb. Queremos seguir viviendo donde nacimos, donde crecimos, donde construimos comunidad y si quieren vivir entre nosotros y disfrutar de nuestra comida, nuestra generosidad y nuestros paisajes, que se sumen y que paguen impuestos y costos justos por ello.
La gentrificación no es desarrollo. Es desplazamiento, despojo y desigualdad. Y si para detenerla hay que levantar la voz y salir a marchar por lo que es nuestro, que así sea. Porque este país no se vende, se ama y se defiende.
Daniela González Lara
Abogada y Dra. en Administración Pública, especializada en litigio, educación y asesoría legislativa. Experiencia como Directora de Educación y Coordinadora Jurídica en gobierno municipal.
