No se puede dejar de lado el gran negocio que representa la feria de Ciudad Juárez.
Es mucho dinero en juego como para desperdiciar el momento.
Reza el dicho que… “negocio que no deja mejor dejarlo”.
Pero no es el caso de la organización de la feria en esta frontera.
Porque aunque los organizadores de ésta, se quejan de un gran esfuerzo, contra muy poco o casi nada de ganancias.
Año con año, buscan nuevamente el calorcito del billete.
Endenantes, como diría mi abuela que Dios la ha de tener en sus sacrosantos y celestiales aposentos; la feria, la ‘compraba’ un empresario y luego de percibir su ganancia dejaba en caja una parte de dinero como aportación para la organización de la siguiente edición. Lanita que desaparecía como por arte de magia antes de entrar a las arcas municipales.
Nadie repelaba por esto.
Y se decía a voz abierta, que aunque era mucho trabajo el organizarla, representaba un jugoso negocio para los organizadores.
La feria consistía en la exhibición de los productos de la región, la presunción del ganado vacuno, porcino, y hasta gallinaceo, y como diversión, los tradicionales juegos mecánicos, el espectáculo del teatro del pueblo, (que por cierto siempre fue gratuito), y el negocio gordo… LOS BARES.
La feria se transformó en poco tiempo, en la cantina más grande de la aldea. Y por un tiempo dejó de realizarse, porque ya no era un punto de reunión familiar, sino de borrachos escandalosos.
Hasta que entró al quite la CANACO, bajo la conducción de un buen equipo comandado por Alejandro Ramírez Ruiz.
Gil Cuevas y Rogelio González, fueron sus principales alfiles en la primera de tres ferias post-cantinota. Luego lo sucederían no sólo en el negocio de la feria, sino en el liderazgo de la CANACO.
Hasta que llegó a la alcaldía Armando Cabada, a arrebatarles la ganancia que obtenían con la operación de la feria.
Fue un bajón muy gacho. Una afrenta imperdonable. Pero así es esto de los negocios.
En aquel tiempo CANACO recibía 25 millones de pesos por parte del gobierno estatal, más 7 que facilitaba el gobierno municipal.
Y al término el evento, se reportaban muy pocas ganancias.
En una de esas típicas mesas de café donde se juntan los viejitos. Y no me refiero a la mesa de los corresponsales, como tampoco a la de la famosísima RENATA.
Aunque también son viejitos.
Escuché cómo estos ancestrales testigos de nuestra historia se referían al giro que tomó la organización de la feria en el último lustro cuando menos.
“En el año 2001, agarró la feria don Ernesto Zepeda, que a la sazón era líder de conacope, y rindió cuentas muy buenas para la ciudad. Dejó en caja $8,200.000.
Era alcalde de Ciudad Juárez Gustavo Elizondo y nunca le dieron siquiera un peso para la organización.” Recordó uno de los comensales que toman café en la terracita interior del restaurante Degá, en Río Grande mall.
Y otro de ellos, que posiblemente en sus años productivos pudo haber sido contador, hizo un recuento:
“A ver, supongamos que este año el gobierno del estado no aporta nada para la feria, pues el gobernador lo que menos tiene es interés por Ciudad Juárez, y sólo arrancaran con el aporte municipal de 7 millones de pesos. La registradora les proporciona enormes ganancias.
Veamos: son más de 400 stands que rentan entre los 15 a los 50 mil dependiendo el giro y los metros cuadrados, más la concesión de los bares internos, más lo que quede por concepto de boletaje, con la visita de 600 mil personas a razón de $50 por cabeza. Más lo correspondiente al estacionamiento. ¡Es un chingo de ganancia!” Expresó.
“Habríamos de restarle los gastos de organización y pago de personal de limpieza y otros etcéteras, menos el porcentaje que se lleva Cabada por concepto de don Boletón. Pero aún así, como tú dices, sigue siendo un chingo de dinero”, respondió otro de los cabecitas de algodón.
¡No te acabes querida feria! Gritó uno desde el rincón, y todos soltaron la carcajada.
Este año el ESCENARIO será el mismo y seremos observadores de una edición más de este evento popular.
Ya luego sabremos el reporte final.
Abogado. Analista Político. Amante de las letras.
CARTAPACIO, su sello distintivo, es un concepto de comunicación que nace en 1986 en televisión hasta expanderse a formatos como revista, programa de radio y redes sociales.
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