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    marzo 29, 2024 | 4:59

    “Emiliano Zapata y Francisco Villa”

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    El mediodía del 4 de diciembre de 1914 en Xochimilco, los generales Emiliano Zapata y Francisco Villa tuvieron una reunión en la que se dio el siguiente intercambio:

    Zapata sentenció: “el tiempo, es el que desengaña a los hombres”. Y Villa, contrario a su costumbre dicharachera y locuaz, contestó con una lacónica pero significativa reafirmación:
    “El tiempo, sí señor”.

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    Pasados más de 100 años y con ríos de tinta escritos sobre él —tal vez más que sobre ninguna otra figura revolucionaria mexicana en la historia—, con leyenda negra y heroica a cuestas, el tiempo, con hechos comprobables y documentados por historiadores serios de la talla del austríaco Frederich Katz (quien escribió la que es quizá la biografía de referencia), y nuestro propio Francisco Ignacio Taibo, con su excelente trabajo sobre el centauro del norte, el tiempo nos ha ido desengañando sobre el líder de la poderosa “División del Norte”.

    Francisco Villa, representa, inclusive más que el propio Zapata, el anhelo de justicia del pueblo. Un pueblo sojuzgado por años y años de injusticia, desposeído y mancillado, no sólo por la desigualdad y opresión impuesta por la oligarquía nacional, sino por el imperialismo extranjero. Tal y como lo explicó Katz, la División del Norte, con un apoyo popular auténtico y descomunal y sin contar con el respaldo de partido político alguno, fue la mayor fuerza revolucionaria que se haya conocido en el continente latinoamericano. Al frente de ella estuvo un hombre que jamás traicionó sus ideales sociales y revolucionarios, que propuso la pena de muerte para quien cometiera fraude electoral y que expresaba abiertamente su escepticismo ante quienes no buscaban un cambio real, sino una pura simulación para que continuara la inequidad.

    El general que, con base a un sentido común elemental defendía la constitución del 57 porque, decía, “Carranza la odia, entonces debe ser la buena”, que le dijo a una niña que se convertiría en una mujer célebre como artista y cronista: “¿Tú eres la que le echó balazos a los güeros invasores verdad? Ando herido de la pierna, que si no, me hincaba”.

    El período en que Francisco Villa gobernó mi estado, es descrito por el historiador Friedrich Katz como las “Cuatro Semanas que estremecieron a Chihuahua”, en ellas Villa ordenó bajar el precio de la carne a un 85 por ciento menos de su costo, y lo mismo hizo con el frijol y el maíz. Canceló los impuestos de importación en la Aduana de Ciudad Juárez a los productos básicos. En cuestión de días reabrió el Instituto Científico y Literario, que 40 años después se transformó en la UACh (Universidad Autónoma de Chihuahua); creó el Banco del Estado, imprimió sus propios billetes, acuñó monedas de plata y expulsó a los españoles de la entidad acusados de apoyar al gobierno usurpador. Decretó la ley seca para sus tropas e instaló el primer telégrafo inalámbrico del norte, reorganizó los ferrocarriles y confiscó las haciendas de los oligarcas.

    La prensa internacional reseñaba su gobierno así: “Sentía una verdadera pasión por las escuelas y estableció cincuenta planteles de educación en la ciudad. Hizo que el Ejército hiciera funcionar los tranvías, la planta de luz eléctrica, los teléfonos y el agua potable.
    Instaló molinos de harina y mataderos de ganado. Cerró las cantinas e hizo fusilar a uno de sus propios soldados cuando lo encontró en estado de ebriedad”, publicó el New York Times.

    Años después Villa, logró demostrar en Canutillo, que el experimento de una sociedad más justa era posible.

    Podría extenderme indefinidamente sobre el general Villa, quien, como el Cid campeador, sigue peleando y ganando batallas después de muerto, pues los mitos de la leyenda negra que la propaganda conservadora y el imperialismo extranjero, a quienes combatió sin tregua, crearon contra él, han tardado en desvanecerse, sobre todo en mi tierra, que fue la suya y por cuya gente humilde y desfavorecida siempre estuvo dispuesto a luchar.

    Por fortuna, como lo señaló un gran historiador inglés, los hechos son testarudos y, para citar a Cervantes, “la verdad siempre aflora, aunque esté escondida en los senos de la tierra”.

    La realidad de la enorme aportación de la lucha Villista, sus logros, sus ideales truncos y su anhelo de justicia —aun lejos de realizarse en México— se han ido imponiendo lenta, pero definitivamente.

    Villa es sin duda motivo de inspiración, ejemplo y ahínco para quienes creemos que aun es posible esa transformación profunda de nuestro país, misma con la que él —y otros como él— soñaron, y por la que dieron la vida.

    El tiempo es el que desengaña a los hombres, sí señor.

    Rafa Espino sqr

    De Chihuahua. Abogado fiscalista. Consejero Independiente de Petróleos Mexicanos. Senador de la República por Morena.

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