La devoción a la denominada Santa Muerte en México es un fenómeno social que retrata realidades complejas, cuestiona a las religiones convencionales, muestra a un gran segmento de la población que resiste a dinámicas de incertidumbre pero que de alguna manera mantiene el sentido de trascendencia.
El culto a la Santa Muerte en México ha visto un exponencial crecimiento a partir de la primera década de los 2000, antes estuvo oculto y poco o discretamente difundido, es difícil saber una cifra exacta pero hoy los devotos de la también llamada “niña blanca” se cuentan por millones.
El origen de este culto es incierto, lo que sabemos con certeza es que es eminentemente sincrético y presenta elementos del catolicismo, santería y del México prehispánico; aunque puede decirse que es una imagen netamente europea.
Deidad femenina, maternal y protectora para sus seguidores; esta idea conectaría con la cosmovisión prehispánica en donde la muerte se asocia con la madre tierra que transforma y regenera a quien muere.
Para los antiguos indígenas mexicanos, la vida en el plano terrenal estaba supeditada a la muerte, no como un fin sino como parte de un mismo ciclo vital que se regenera. Para mantener el equilibrio cósmico, los mexicas y otros pueblos mesoamericanos practicaban el sacrificio humano.
No olvidemos que México celebra a sus difuntos cada 01 y 02 de noviembre como resultado de la fusión cultural española y mesoamericana, Diego Rivera inmortalizó a la Catrina de José Posada en uno de sus extraordinarios murales en esta idea mestiza y sincrética.
Sin embargo, el culto a lo que hoy se le conoce como la Santa Muerte no es propiamente herencia prehispánica. Es más bien una configuración ecléctica popular relativamente reciente de prácticas mágicas, supersticiosas; que como mencionamos, mezcla elementos católicos y comúnmente, sin serlo, de santería en sus diversas variantes.
La Iglesia Católica Romana y las Iglesias Cristianas Protestantes han condenado este culto; calificándole de idolatría, blasfemia y fundamentalmente satánico. Es también del dominio público que la adoración a la Muerte es acompañada en varios casos de prácticas ocultistas vinculadas a lo que popularmente se conoce como brujería, adivinación y magia negra.
Al no tener un cuerpo doctrinal definido y no ser reconocida como Iglesia o religión, la práctica devocional a esta figura de la Muerte queda al arbitrio de quienes le recomiendan, de sus seguidores y de quienes comercializan productos diversos de “La santísima”. Es así que conviven diversas formas de rendirle veneración y fidelidad.
Pero más allá de lo anterior, este culto ha experimentado un gran crecimiento debido principalmente a que su base social también ha crecido. La carestía de la vida, la injusticia institucionalizada, la proliferación del crimen y la ilegalidad, la exclusión, la violencia normalizada y la marginación han hecho que muchas personas volteen hacia opciones diferentes de apoyo espiritual.
La realidad de desamparo y de violencia permanente que viven millones de mexicanos no puede más que buscar una salida metafísica que les proteja sin que se les juzgue, sin que se les condene a priori y que en cambio les comprenda y les ofrezca el respeto que anhelan y que nadie más les brindó. Esto en gran parte encuentran muchos en el culto a la “Flaquita”.
Esto nos habla de que las religiones tradicionales se han visto rebasadas ante la realidad social y no han cumplido sino muy parcialmente su función cultural y orientativa en las familias mexicanas contemporáneas.
Lo que indica una crisis mayor, sistémica, pero en la que definitivamente se incluyen las Iglesias Católica y Evangélicas y sus integrantes, a veces primero dispuestos a tirar la primera piedra que a ofrecer consuelo espiritual.
Más allá de que sea o no un culto vinculado a cuestiones demoniacas, de personas que trabajan al margen de la Ley, de ser parte de la narcocultura, de ofrecer premios y pactos sin necesitar seguir normas religiosas, de ser una práctica buena o mala; debemos comprender que cada uno de estos devotos es una persona con una historia de vida.
Es así que este culto a permeado a todas las clases sociales mexicanas, desde los estratos más bajos y desprotegidos, en las prisiones, en los cuerpos policiacos, en el terreno donde la vida está en riesgo y se hace necesario contar con el favor de lo sobrenatural para subsistir.
Pero también en estratos que pagan bien por un “trabajito”, “protección” o “amarre” con la poderosa deidad, que por otra parte van a misa los domingos y algunos hasta comulgan, o como aquella persona que acudió a ella como opción desesperada ante una situación de enfermedad de algún ser querido.
En primer término, podemos interpretar que el culto a la Muerte en México resulta de una compleja realidad material; donde las contradicciones y desigualdades sociales se expresan en estructuras políticas, económicas, culturales y religiosas excluyentes y defectuosas en cuanto a satisfacer las condiciones necesarias para que los mexicanos puedan vivir y desarrollarse en paz y dignamente.
Al final de cuentas la libertad de culto es un derecho humano y debe garantizarse a todos. Dios vive en cada persona.
“No te dejes vencer por el mal, más bien derrota al mal con el bien.”
(Romanos 12:21)

Moisés Hernández Félix
Lic. en Administración Pública y Ciencia Política, candidato a Maestro en Administración en curso. Ha sido funcionario público federal y docente en nivel media básica y medio superior. Se especializa en gobernanza educativa y políticas públicas.
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