El Día del Padre no suele tener la misma resonancia social que otras fechas del calendario. Pasa muchas veces desapercibido, con pocos homenajes y escasas vitrinas adornadas. Pero para quienes hemos tenido la fortuna de contar con padres o figuras paternas que han dejado una huella en nuestras vidas, es un día profundamente significativo. Hoy, quiero rendir un homenaje íntimo y sincero a los hombres que me enseñaron, con su ejemplo y amor, el valor de la responsabilidad, la empatía y el compromiso con los demás.
Uno de mis recuerdos más tempranos y entrañables es el de mi abuelo materno, Juan Lara. Cada mañana, antes de irme al preescolar, él me servía el almuerzo. A esa edad no entendía del todo lo que significaba ese gesto, pero con el tiempo comprendí que no era solo comida lo que me ofrecía: era ternura, dedicación y amor en su forma más pura. Ese acto cotidiano, casi silencioso, fue una lección de cariño y constancia. El amor de abuelo tiene una forma especial de quedarse contigo, de hacerse presente incluso en los momentos más inesperados de la vida.
También guardo con admiración la memoria de mi abuelo paterno, Juan Alfredo. Lo recuerdo siempre rodeado de personas que acudían a él en busca de ayuda. Era un líder social nato, con unos principios humanistas bien trazados y una vocación de servicio que lo definía por completo. Verlo en acción, hablando con humildad pero con firmeza, guiando, orientando, haciendo lo posible por aliviar el dolor ajeno, me enseñó que el verdadero liderazgo no impone, sino que acompaña. Él fue un faro para su comunidad, y su ejemplo se convirtió en una inspiración para toda la familia.
Y luego está mi padre, Héctor. Qué difícil poner en palabras lo mucho que lo admiro, siempre he dicho que sería ejemplo para mi de muchas cosas aunque no fuera mi familia directa. No solo por su impecable trayectoria como abogado y líder social, sino por haber sido un padre presente, exigente pero amoroso, coherente entre lo que decía y lo que hacía. De él aprendí que educar con valores es la forma más profunda de amar. Me enseñó a prepararme, a no conformarme, a defenderme, a hacerme responsable de mis actos, a tener una causa y luchar por ella. Me inculcó el amor por mi ciudad, por mi país, y la importancia de no darle la espalda a la realidad. Gracias, papá, por mostrarme que servir a la gente no es un deber, sino un privilegio.
En una sociedad que muchas veces subestima el rol del padre, quiero decir algo con total convicción: el padre que se hace responsable de la crianza de sus hijas deja una marca imborrable en la forma en que se enfrentan al mundo. No se trata solo de proveer, sino de estar, de guiar, de enseñar con el ejemplo, de amar sin condiciones, pero sobretodo se trata de respetar a su familia. La paternidad consciente es una fuerza transformadora, una de las formas más puras del amor humano.
En este mes del Padre, quiero felicitar a todos aquellos hombres que han asumido este rol con amor y entrega. A los que no se rinden, a los que aprenden, a los que se equivocan y siguen adelante. A los que están presentes de cuerpo y alma, que escuchan, que educan, que aman. Ser padre no es un título, es una construcción diaria. Y a todos ustedes, ¡feliz día! Su huella será eterna en la vida de sus hijas.
Daniela González Lara
Abogada y Dra. en Administración Pública, especializada en litigio, educación y asesoría legislativa. Experiencia como Directora de Educación y Coordinadora Jurídica en gobierno municipal.
