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    marzo 26, 2024 | 18:18

    Demasiada luz para ver los escombros

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    En días pasados ocurrió en nuestros cielos una lluvia meteórica, popularmente conocida como una lluvia de estrellas, la más importante del año y que tiene su máximo a mediados de agosto: las Perseidas. Las lluvias meteóricas se contemplan a simple vista; un telescopio es innecesario, y de hecho, inútil para su observación.

    En realidad, durante este evento astronómico, las estrellas no caen del cielo, ni mucho menos. Una lluvia meteórica es simplemente la desintegración en nuestra atmósfera de partículas de polvo, de pequeños granos de arena que alguna vez formaron parte de un cometa. Al ingresar del espacio y acelerarse a decenas de miles de kilómetros por hora, la fricción con la atmósfera calienta y finalmente quema y desintegra estas partículas. Es así que podemos verlas incendiarse en el cielo nocturno en una lluvia meteórica.

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    A simple vista, estas rápidas luces parecen surgir de un punto en el cielo, que se conoce como radiante. Si este radiante está en la constelación de Acuario, la lluvia se llamará las Acuáridas, si está en Leo, se llamará las Leónidas, etc. Las Perseidas del pasado 9-13 de agosto surgen de Perseo, constelación del hemisferio norte visible desde Cd. Juárez.

    Hay otras tantas lluvias meteóricas durante el año, resultado del encuentro de la Tierra con los residuos dejados por otros cometas que giran alrededor del Sol, conforme éstos a su vez se consumen en los espacios interplanetarios. Un cometa está en constante desintegración, sobre todo cuando se acerca al Sol, se calienta y se sublima (es decir, pasa directamente del estado sólido -siendo un enorme hielo- al estado gaseoso). La cola que deja detrás un cometa y que nos permite identificarlo incluso a simple vista, es nada menos que el resultado de su “evaporación”.

    Ahora, como los cometas además de hielos contienen mucho polvo -razón por la que se les describe como “bolas de nieve sucias”-, también dejan detrás una estela de pequeñas partículas sólidas. Al girar nuestro planeta alrededor del Sol y encontrarse con estos cinturones de escombros, las lluvias meteóricas son inminentes. Las Perseidas son la consecuencia de los residuos dejados por el cometa Swift-Tuttle, hecho descubierto en 1865 por Giovanni Schiaparelli, el mismo astrónomo que iniciaría involuntariamente el histórico mito popular de la existencia de marcianos, al publicar la presencia de extrañas líneas entrecruzadas en la superficie de Marte (una simple ilusión óptica, como se confirmó después).

    Pero ver una lluvia meteórica desde la ciudad ha dejado de ser interesante o motivante desde hace mucho tiempo. Pasan desapercibidas, y quienes se toman la molestia de voltear hacia arriba describen la experiencia como decepcionante. La razón: nuestras ciudades generan demasiada luz y los fenómenos astronómicos menos luminosos y espectaculares (como una lluvia meteórica o un cometa) son inobservables desde nuestro escenario urbano. Una historia muy distinta es, por supuesto, observar el cielo nocturno fuera de ciudad, a campo abierto, o desde la sierra en el mejor de los casos. Como dijera un colega astrónomo: esos cielos tan limpios y oscuros de la sierra están tan tapizados de estrellas que las formas básicas de algunas constelaciones son difíciles de identificar…¡ se confunden con tanta estrella !

    Agreguémosle a las luces de nuestra Ciudad Juárez el que en vísperas de la lluvia meteórica, la luna llena del 10 de agosto fue una superluna, que sucede cuando la luna llena coincide con el momento en que nuestro satélite natural se encuentra en el punto más cercano a la Tierra de su órbita (en su perigeo), y por lo tanto esa noche la luna llena lucía francamente brillante.

    Demasiada luz para poder ver claramente los escombros del Swift-Tuttle incendiarse en nuestra atmósfera, sin duda.

    Este universo es único.

    Hector Noriega

    Ponente. Investigador.

    Maestría en Astronomía (UNAM | NMSU) y Doctor en Astronomía por la Universidad Complutense de Madrid (UCM)

    Fundador de la Sociedad Astronómica Juarense, Cofundador del Proyecto Abel, Miembro de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, Miembro de la American Astronomical Society y Profesor de tiempo completo de Astronomía en UTEP.

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